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Camila…por Luis Villegas Montes

CAMILA.

Alguien que me haya leído con cierta asiduidad sabrá quién era Florencia; estará al tanto de las desavenencias familiares que produjo, de las complicidades alimentarias, de los estropicios que su incontinencia provocó y de la pena honda cuando se fue así como era ella: mansa, callada y dulce.

Pues ayer tocaron a mi puerta y era el Adolfo; en una mano cargaba un recipiente y una bolsa de croquetas; y en la otra, ese estropajo diminuto al que decidió llamar: “Camila” y es la que engalana esta entrega.

Camila llega a nuestras vidas y quien sabe cómo nos vaya; por lo pronto, ya la pisé dos veces. Conste que esto que digo se dice fácil pero no lo es; entre nosotros, es un tema serio; ya antes me cargué de ese modo infame una de las mascotas de María: ahí andaba detrás de mí (¡ah, cómo me quería!) y en una ida nocturna al baño, ¡zaz!, adiós perrita.

Pues bueno, salvo los dos descontones que le di entre ayer y hoy, espero que nos llevemos bien.

Llegó pelando tamaños ojotes, mezcla de pánico y… pánico (porque no se le veían de otra cosa), latiéndole el corazoncito a mil por hora y llorando bajito; ya esta mañana se veía más desenvuelta la perrita. “A ver, ¿Usted la trajo, no? Pues cúelele, sáquela a pasear a ver qué cara va poniendo”; le dije a Adolfo. No quiere salir (Camila, el Adolfo es patita de ídem), le da miedo la calle, pero ya se nota más desenvuelta; ya se acerca con más confianza y empieza a deambular de aquí para allá, explorando los límites de la que va a ser, esperemos en Dios, su futura morada.

La mamá no quiso amamantarla y le dieron fórmula; y aunque tiene cuatro meses, no la han vacunado precisamente porque le falta peso; la idea es que coma como pelón de hospicio, cinco o seis veces al día; y empiece a mejorar. Toma vitaminas porque es puro pelo, pellejo y huesos (otra vez Camila, el Adolfo ya come como pelón de hospicio).

Por lo pronto, llega y llega como meteorito; no lo esperaba (del Adolfo, ¿cómo iba yo a imaginar tamaña ocurrencia?). ¿Me pregunto qué voy a hacer? ¿Dónde voy a dejarla? ¿A qué horas la sacaré a pasear? Digo, por lo pronto es la Camila de Adolfo y que él se haga cargo, total, yo ¿qué? Pero me conozco; ya me cae bien, no tiene ni veinticuatro horas en la casa, y ya empezó a hacer una parcelita en mi corazón.

En algún lado lo dejé dicho: los perros me encantan por esa devoción, ese rendimiento, que se trasluce en su mirada cuando ven a su amo; yo no creía  mucho en eso de las “inocentes miradas”, pero la primera vez que vi a Florencia a los ojos supe que sí; que sí existe ese “algo” que asoma a los ojos de los perros y que, a falta de una palabra mejor, de una adecuada, es válido llamar “inocencia”. Me voy a esperar tantito para cortarle el fleco y ver cómo me mira.

Conste que también es momento de afirmar que Camila es Camila y ya; es decir, es una mascota, un animalito, un perro ni más ni menos; no vaya a pensarse que de aquí a dos meses vamos a andar buscándole sombreritos o prendas de vestir que la conviertan en un objeto ridículo o en un remedo de persona; por lo demás, si su instinto canino lo entiende, si se acostumbra, si aprende a hacer sus cosas cómo y dónde se debe (vamos a enseñarla, claro), entonces creo que sí, que vamos a aprender a convivir en paz (Camila y yo, digo, porque Adolfo anda a su aire).

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Luis Villegas Montes.
luvimo6608@gmail.com, luvimo6614@hotmail.com

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