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Cómo lucir bien, desnudo (Primera parte)…por Luis Villegas

Para María y Luisita, con todo mi amor.

Buenas tardes. Oiga, ¿me puede cortar el pelo? Mire, lo quiero en capas; más corto de un lado que del otro; con dos remolinos: Uno en la coronilla y otro detrás de la oreja; con la patilla derecha poquito más larga que la izquierda; la nuca al rape, el copete alaciado y un mechón de diez centímetros en la sien derecha”. Le dije a la persona que me corta el pelo, hace unos días. “Nooo, oiga, pues va a estar de la  #$%&’@!”. Me contestó. “¿Verdad que sí?”. Le dije: “Pues así me lo dejó la vez pasada”. No hay derecho. Yo claramente le pedí: “Me lo corta poquito y me deja lo suficiente para peinarme con partidura a un lado”. Me rapó de la nuca y las patillas y arriba me lo dejó “de honguito”. Yo estoy de acuerdo en que hay una edad, entre los 3 y los 5 años de vida, en que peinarse de honguito está bien; hasta mono se ve uno. Pero a los 44 es patético cuando no ridículo; parecía yo jíbaro del Amazonas, oiga. Jíbaro los primeros diez días, porque los siguientes se me hacía una especie de molote como de gorila que había que aplacar de cualquier modo; con el gel que me ponía, usted podía laquear sin problemas una cocineta de proporciones modestas. Total, ahora soy otro, ya parezco conscripto otra vez.

La digresión estética porque, como lo referí en otra ocasión, de un tiempo a la fecha no me pierdo programas del tipo “No te lo pongas”, “Mal vestidas”, “Diez años menos”, etc., pues a tan variopinta selección habría que agregar un programa de origen inglés “How to look good naked” (que se puede traducir: “Cómo lucir bien desnuda”). Lo menciono a raíz de lo siguiente: Luego de varios meses de arduas cavilaciones (¿por qué diablos esos gustos?), por fin lo comprendí.

Pero antes, debo contarle más o menos de qué va la cosa con el programa en comento. El anfitrión es un individuo que no es modisto, ni estilista, ni diseñador, ni maquillista, ni bailarín de flamenco y sí poquito gay, que contacta a una mujer quien, por lo general, suele odiar su cuerpo. ‘Ora las piernas, ‘ora las caderas, los brazos o los pechos, etc. Algunas son solteras, otras son madres, unas son muy jóvenes, otras no tanto, pero la nota común es que aborrecen su cuerpo o, como mínimo, se avergüenzan de él. El reto es que, sin cirugías, excepto “las ayudas” al alcance de cualquier fémina, terminen sintiéndose cómodas consigo mismas. Tanto, que sean capaces de participar en una sesión de fotos donde aparecerán desnudas en poses sugestivas, primero; y luego, participar en un desfile de modas donde lucirán prendas que incluyen lencería. Todas lo hacen.

No me voy a detener en los aspectos morales del asunto; y no lo voy a hacer porque prefiero a un ama de casa rebosante de autoestima capaz de un desnudo, que una mujer cualquiera amargada hasta el desprecio de sí por lo que ve en el espejo. Me parece maravilloso ser testigo de ese proceso de transformación que, literalmente, lleva a un ser humano de sentirse oruga a saberse mariposa. Es extraordinario, sorprendente, estupendo, ver cómo la mujer en cuestión, con un poquito de auxilio, empieza a ver los aspectos positivos de sí misma y a olvidar, descartar o “suavizar” los posibles desperfectos. Amarse a sí mismo de manera saludable es un requisito imprescindible para amar a otros; saberse amar a sí mismo, respetarse y darse su lugar, habitar cómodamente la propia humanidad, es el primer paso para la felicidad en sus dos aspectos: Ser feliz y dar a otros, eso mismo. Hagamos un paréntesis en este punto; no estoy diciendo que si usted tiene 130 de cintura eche las campanas al vuelo y bordee el filo de un ataque cardiaco sólo porque usted se siente a gusto consigo mismo así o comiendo frijoles “puercos” a mañana, tarde y noche; no. Ni que quitarse la ropa en público sea sinónimo de salud mental; tampoco. Sólo digo que amarse y respetarse -y amarse y respetarse implica también cuidar de sí mismo- es el primer paso en el camino de ser feliz. No obstante, aceptarse, vivir cómodamente con uno -como uno es, quien uno es-, es una tarea más complicada de lo que parece a primera vista.

El programa de marras impulsa de manera permanente una campaña nacional en Inglaterra para que las revistas, en espacial las dirigidas a las jóvenes, prescindan de estereotipos y presenten modelos de chicas “normales”, es decir, que no sean talla 0. Mire la televisión, vaya a una tienda de ropa, vea películas, y verá usted, reflejado casi en cada anuncio, un estilo de vida contrario al sentido común; caracterizado por lo superfluo, lo irrelevante, lo intrascendente y lo vulgar: Lujo, éxito económico, belleza exterior, consumismo exacerbado, permisividad sexual, lasitud de costumbres, son patrones que desdibujan la realidad -deseable y posible- y trastornan el sentido de lo bueno y lo malo. Y todo ello está en nuestras vidas día tras día, hora tras hora, moldeándonos. Impactándonos, construyéndonos -si se lo permitimos-, de la cuna a la tumba.

Leí un libro que me hizo el favor de obsequiarme una de mis lectoras, a quien se lo agradezco en el alma; como intuyo que falta un poquito para que María y Luisa lo lean, decidí leerlo por ellas y para ellas y ahora lo resumo. El libro se llama: “Padres fuertes, hijas felices”;[1] entre muchas cosas, nos galvaniza con un alud de datos: En Estados Unidos, el 11.9% de mujeres sufrió una violación; el 40.9% de las chicas entre 14 y 17 años ha experimentado sexo no deseado; el 46.7% de los estudiantes (hombres o mujeres) habrá tenido relaciones sexuales antes de terminar el bachillerato; uno de cada 10 niños americanos de 12 años de edad, dará positivo en la prueba de herpes genital; las adolescentes tiene mayores posibilidades de contraer enfermedades de transmisión sexual porque la membrana de las paredes del cuello del útero todavía es inmadura; el 35.5% de muchachas que cursan el bachillerato ha padecido “depresión clínica”; un 17% de las adolescentes piensan en el suicidio cada año y un 11.5% lo intenta; las relaciones sexuales favorecen notablemente la depresión en las jóvenes; el 27.8% de los jóvenes bebe alcohol antes de los 13 años; el 44.6% de las jóvenes en bachillerato ha bebido diariamente una o más veces; y el 8.7% de los estudiantes de bachilleres ha consumido cocaína y el 12.1% ha usado inhaladores.[2]

Si usted piensa que esos datos describen la realidad estadounidense, le tengo malas noticias: En México andamos igual.

Continuará.

Luis Villegas Montes. luvimo6608@gmail.com


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