Como lucir bien, desnudo (II parte)…por Luis Villegas
El suicidio de niñas en México alcanza 11.7% al año, a raíz del maltrato, la pobreza y la drogadicción, entre otras causas, según el censo de población 2010.[1] Entre esos años, los suicidios en la población general crecieron a una tasa anual promedio de 5%, pero “el grupo de niñas púberes alcanzó 11.7% al año, la mayor tasa de todos los grupos de hombres y mujeres. Rebasa la de hombres de 20 a 24 años (4.1%), mujeres de 15 a 19 años (6.5%) y dobla la de niños de 10 a 14 años (5.5%)”. Además, y para colmo, la “Secretaría de Salud reconoce que la tasa de suicidios en la niñez y la adolescencia está lejos de ser revertida”.[2] A su vez, la exposición al tabaco es de casi un 20% entre los jóvenes de 16 a 19 años;[3] respecto al consumo de alcohol la incidencia es más elevada pues asciende a un 24.5 %; y en cuanto al sexo, las cifras son alarmantes: En el mismo rango de edad, 16 a 19 años, un 32.5% ya inició su vida sexual; y si bien casi el 80% de los jóvenes conoce algún método de anticoncepción, ¡más de 35% no conoce una forma de prevenir enfermedades de transmisión sexual!.[4] En su momento, la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición reporta que la tasa de embarazo en niñas y adolescentes ¡de entre 12 a 19 años! fue de 79 por cada mil mujeres y en el informe se estima que 695 mil 100 adolescentes han estado embarazadas alguna vez;[5] de acuerdo al propio informe, hace seis años se registraron 164 mil 108 embarazos de adolescentes:[6] “La muerte y el abandono rondan a las mujeres adolescentes cuando se embarazan, pues son presas de los prejuicios, que generan desatención, lo que se conjuga adicionalmente con su falta de madurez física para estar en condiciones de engendrar sin riesgos o con menores apuros, como ocurre, según los especialistas, después de los 20 a 22 años. En el aspecto social, las chicas que quedan encinta normalmente enfrentan una severa presión, pues en primer término suelen verse orilladas a abandonar sus estudios, o también sufren de agresiones por parte de su familia y del entorno; adicionalmente, tienen menos oportunidades de conseguir un empleo y si lo obtienen, normalmente es mal remunerado”.[7]
Si cree que exagero, entre al sitio que le sugiero a continuación: “https://www.youtube.com/watch?v=0PEPPWNM0xY&feature=player_embedded”; escena de una cinta de Silvano Agosti, “De Amor se Vive”;[8] el mérito del filme es recrear un aspecto de la realidad circundante a partir de las apreciaciones de un niño -no puede llamársele de otro modo- que explica su noción de la vida y ¿del amor? Métase al sitio, véalo, se estremecerá. No es posible que alguien, a esa edad, sea capaz de esos conceptos tan tristemente descriptivos, tan lamentablemente lúcidos, tan repulsivamente gráficos; no obstante ése y no otro es el signo de la realidad que nos circunda. Empero, la culpa, si se le puede llamar así, no es posible atribuírsela al rapaz (excelente actor, por cierto y extraordinaria dirección), no, esa precoz “sabiduría”, esa terrible sapiencia, ese desparpajo atroz, es imputable a una familia, a una sociedad, a un entorno, que lo ha moldeado, que le ha permitido, que ha consentido y propiciado un “modo de ser” en alguien que está lejos, verdaderamente, de poder “ser” en el sentido y el alcance cabales del verbo: “En las últimas dos décadas, los jóvenes y adolescentes inician su actividad sexual en etapas más tempranas y con un mayor número de parejas sexuales durante su vida; estos dos eventos, sumados al hecho de que la posibilidad de contagio de enfermedades sexuales es mayor en jóvenes que en adultos, motivó a la creación de campañas masivas dirigidas hacia los jóvenes, presentando el preservativo como el cinturón de seguridad que permitiría tener sexo seguro” podemos leer y es verdad.[9]
Es verdad que la propaganda imbécil alienta la permisividad y la promiscuidad sexuales como estilos de vida posibles -y hasta deseables- sin atender a la edad, sexo o condición de los involucrados. Odio esas campañas masivas que hacen del condón el lábaro de los nuevos tiempos, el estandarte de una especie de nueva Cruzada idiota; la panacea para la salud y la felicidad en un pedacito de hule, para colmo, poroso; que a veces podrá prevenir embarazos no deseados pero no el virus del sida, por ejemplo, muchísimas veces más pequeño que un espermatozoide.[10]
Es verdad que el sexo ha sido devaluado a su mínima expresión; en los últimos tiempos pareciera que el acto sexual es un medio en sí mismo y no un fin. Me explico: La razón de ser del acto sexual es la procreación; ahora bien, no voy a sostener -nunca lo voy a insinuar siquiera- que en nuestros días el sexo sea sólo justificable con fines reproductivos, no. Me limito a sostener que el fin último, la función biológica, del coito es garantizar la reproducción de la especie humana; sin que pueda obviarse que, por razones que escapan a estas líneas, es un hecho que la actividad sexual entre la misma especie está vinculada a otros fenómenos como el placer, el amor, etc.; aseverar otra cosa es ir a contrapelo de siglos de evolución e ignorar la naturaleza humana. El hecho es que, para estas fechas, resulta cada vez más evidente que el sexo se ha ido despojando paulatinamente de cualquier otra característica o cualidad que no sea el placer; lo que conlleva a obviar lo que en última instancia el sexo es y para qué sirve. Lo que nos lleva también a vivir una sexualidad imprudente que es ajena al afecto, a la responsabilidad y a cualquiera de sus múltiples consecuencias que van desde embarazo no deseado hasta la enfermedad o la muerte: “El sexo separado del amor origina un sentimiento de gran vacío, y una notable confusión sobre la manera de amar”.[11] Podemos leer en el ya comentado: “Padres fuertes, hijas felices”.
Es verdad que prescindir del contexto, puede llevarnos a olvidar que los niños y los jóvenes no son “adultos chiquitos” o de talla menor; son personas distintas con características concretas que las hacen ser precisamente eso y no otra cosa: “Una de las zonas cerebrales que tarda más en madurar es el córtex pre-frontal -sede de las llamadas ‘funciones ejecutivas’- encargado de planificar, establecer prioridades, organizar los pensamientos, suprimir los impulsos y sopesar las consecuencias de las propias acciones. Esto quiere decir que una parte del cerebro de los jóvenes, la que es necesaria para tener buen juicio y saber tomar decisiones, es la última en desarrollarse”.[12]
Es verdad, pues, que en última instancia estamos solos en la tarea de educar a nuestros hijos; y el entorno, el cine, la radio, la televisión y el Internet, no nos facilitan las cosas, por el contrario, hoy por hoy, pareciera que es más lo que entorpecen y dificultan dicha labor.
Quizá a usted le parezca que ya me perdí; le recuerdo dónde empezó esta reflexión: “Amarse a sí mismo de manera saludable es un requisito imprescindible para amar a otros; saberse amar a sí mismo, respetarse y darse su lugar, habitar cómodamente la propia humanidad, es el primer paso para la felicidad en sus dos aspectos: Ser feliz y dar a otros, eso mismo”. Criar hijos felices y mentalmente sanos no es tarea sencilla ni con resultados cien por ciento seguros; sin embargo, un comienzo, un principio, es amarlos de manera incondicional y conducir sus vidas, sí, conducirlas hasta que sean capaces de hacerlo por sí mismos, con ternura y firmeza: Un hijo, necesita “un lugar para pararse y situarse, para reorientarse y recordar quién es, de dónde partió y adónde se dirige. Necesita un lugar para descansar y recuperar la energía. Usted es ese lugar”.[13]
Luis Villegas Montes.
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