Credulidad…por Luis Villegas Montes
Los seres humanos solemos creer un montón de cosas que sólo existen en nuestra imaginación; algo, alguien, nos instala en la cabecita una noción, una idea, una creencia y ¡zas! Ya está usted en el camino de seguir a pie juntillas por esa senda. Hay creencias menos dañinas que otras; por ejemplo, a los 13 años yo pensaba que el primer día posterior a mi cumpleaños 18 iba a amanecer como Gabino Barrera con el bigote en cuadro abultao -el rostro malencachado ya lo traía de nacencia-; y ya ven, no más no. Hasta los 15, creí de buena fe que Hidalgo era un viejito inocentón todo bondad, Juárez el adalid del derecho e Iturbide un perfecto desgraciado. Juraba que los revolucionarios eran amigos entre sí (Carranza, Villa, Zapata, Obregón, etc.) y que lejos estaban de mandarse asesinar unos a otros como si la traición fue motivo de prez y no de desdoro; pensaba que en la vida, como en las películas, siempre ganaban “los buenos” y así. Luego empecé a leer y me di cuenta de que la vida, como los leones, no es como la pintan.
Ahora, creo que la mayoría de nosotros decide permanecer en la ignorancia por comodidad. Creer lo que la mayoría cree no entraña dificultad alguna; es sencillo y fácil de hacer; creer como los demás no nos compromete ni exige de nosotros un esfuerzo adicional. Para el caso, no necesita uno ni pensar, basta con decir: “Si” a todo y ya. Todos contentos.
Leer, informarse, analizar, cuestionar y, sobre todo, prensar por sí mismo exige un esfuerzo mayúsculo; no nos queda casi tiempo para ver la televisión y a López-Dóriga informándonos de una realidad nacional aderezada a gusto del Pintito Azcárraga -Ya lo he dicho: “Hijo de tigre pintito”-. No nos queda tiempo para comprar cuanto artilugio de última generación sale al mercado y por ese medio empezar a ser “mejores personas”. Nos falta tiempo para continuar la búsqueda frenética del vehículo de último modelo, las ganancias más elevadas, los negocios más lucrativos. Por eso es mejor creer lo que nos viene envasado en el cotidiano paquete de información para que luego no se diga de nosotros que “no estamos informados” o “al día”.
Igual pasa con el Gobierno y el Estado; resulta mucho menos embarazoso creer que el sistema educativo marcha sobre ruedas a informarnos respecto a dónde están -y que están haciendo- nuestros hijos menores de 16 años dentro y fuera de las aulas. Es más simple conformarnos con el parque poblado de árboles pelones y desangelados a comprometernos con la reforestación de nuestro suelo (tan necesaria en estos días). Pensar en la obra pública, la seguridad social, el régimen fiscal y la seguridad pública son asuntos ajenos y no es útil pensar en ello, a menos que ocurra un acontecimiento que venga a trastornar nuestro sistema de valores o convicciones: Que nos embarguen, nos atropellen, nos secuestren y un tenebroso etcétera.
Así vivimos la vida muchos de nosotros; tristemente, la mayoría; conformándonos con lo que se nos dice, se nos sugiere, se nos “informa” o se nos indica -cuando no se nos ordena o impone a la fuerza-.
Esta reflexión, porque el día de ayer terminé un librito: “Secretos, mentiras y democracia”; una entrevista que hace David Barsamian a Noam Chomsky.[1] De manera breve y amena, el prolífico autor expone una serie de verdades simples que sin embargo, por su significación y trascendencia, son capaces de conmovernos hasta lo más hondo. Dicho en pocas palabras, Chomsky habla de la existencia de centros de poder y privilegio que dictan nuestra vida diaria. Guerras, hambrunas, colapsos económicos, modelos de mercado, etc., esos acontecimientos que son capaces de destruir nuestras vidas en cuestión de minutos -y sin que nosotros podamos hacer algo al respecto, es lo peor-, los explica Chomsky como producto de una toma de decisiones de una cúpula que actúa con una lógica implacable atenta a sus propios intereses.[2] No más recuerde los efectos de la crisis de 1994 para millones de mexicanos, a quienes los dejó sin patrimonio, o la crisis internacional derivada del mercado inmobiliario de la que apenas estamos saliendo.
No obstante, no es ese cúmulo de reflexiones o de datos lo que llamó mi atención sobre la obra, en lo absoluto. Es otra cosa más simple; algo que ya sabíamos, pero que se nos olvida y se nos vuelve a olvidar, relativo al poder ciudadano.
En este punto, permítanme una digresión; comenta el autor: “Ninguna forma de concentración de poder desea estar supeditada al control democrático popular. […] Por ello los sectores poderosos, incluyendo a los grandes consorcios, se oponen a una democracia funcional. […] Es muy lógico. No quieren restricciones externas a su capacidad de tomar decisiones y actuar con absoluta libertad”.[3] ¿Recuerdan la disputa Telmex Televisa que comentábamos días atrás? ¿Por qué debimos esperar 20 o 25 años para ser testigos de ese debate? ¿Por qué Televisa soslayó lo excesivo de las tarifas telefónicas durante décadas? ¿Por qué usted, o yo, no leíamos, veíamos u oíamos, en los informativos de la impresa, noticias relacionadas con sus intentos por controlar el mercado de la televisión sin ninguna contemplación para los usuarios? Por cierto, en un apartado distinto perfila una respuesta a este respecto. A la pregunta: “¿Acaso la propiedad siempre determina el contenido?”. Chomsky replica: “En alto grado sí, porque si el contenido rebasa los límites tolerados por los propietarios. Sin duda tomarán medidas para restringirlo”.[4]
Regresando al tema del poder ciudadano; el libro ofrece una pequeña fórmula que me parece maravillosa por su sencillez de poner en práctica y la profunda verdad que encierra. Dice que lo que el Mundo necesita es una sociedad civil funcional y activa, donde la gente se reúna para hacer cosas importantes y no para tachar boletas de vez en cuando.[5] ¿Y cuáles son esas cosas importantes? Muy simple, formar pare de la asociación de padres de familia, participar en una Iglesia, agruparse en una asociación de consumidores, integrarse activamente al Comité de vecinos, etc.
Pongamos por caso el asunto de la educación: ¿Usted cree verdaderamente que una individua como Elba Esther Gordillo y sus achichincles iban a poder con los millones de padres de familia de este País? ¡Por supuesto que no! Es nuestra dejadez como ciudadanos, como padres, como miembros de la sociedad, la que permite y tolera la ineficacia del sistema educativo en el País y a zánganos como esos. Y otro tanto podría decirse de las tarifas telefónicas, la conservación de parques, la construcción de obra pública, la calidad de la televisión, etc.
Los ciudadanos comunes y corrientes somos más, muchos más, que los magnates y los beneficiarios del sistema; el asunto es que ni siquiera nos conocemos, menos vamos a colegiarnos. Empiece ahora, deje de hacer lo que está haciendo y vaya y pregúntele a su vecino a quién van a irle a partir su mandarina en gajos porque ya estuvo suave.
Luis Villegas Montes. luvimo6608@gmail.com
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