De ciudadano a político y viceversa (I de II partes)…por Luis Villegas
Hay una propensión, indemostrada, a hablar de “ciudadano”, “ciudadanía”, “ciudadanización” y cuantas palabras similares se le ocurran, que ensalzan esa condición e inevitablemente la enfrentan con la de “político” o “política” como sinónimo de oprobio y no pocas veces de escarnio.
Es una memez.
Cuando se hace política y se recurre a una real, o fingida, o supuesta, “ciudadanía” como carta de presentación para dar a entender que no se es “político” se cuenta una mentira doble; primero, porque el que hace política es, por definición, político; y segundo —y peor aún— porque se da a entender, por parte del dicente, que posee una cualidad que lo hace intrínsecamente bueno, albo, puro, casi santo. Por eso es tan común que cualquier mentecato, para legitimar sus pretensiones, se embone y automoteje “ciudadano” como si ésa fuera, por sí, garantía de honradez o eficiencia.
Con esa pretendida distinción, gratuita y falsa por lo demás, se prescinde del hecho indiscutible de que la sociedad es una sola y esa sociedad forma a sus ciudadanos por igual; piense Usted en una sopa de verduras; no hay manera de que meta la cuchara y saque puros chícharos, o elotes, o zanahoria o trocitos de papa; Usted mete la cuchara y le van salir ésos y cualquier otro mejunje que le haya añadido; porque no hay manera de distinguir a priori, porque es sopa de verduras y punto.
Igual la ciudadanía que integra comunidad; los políticos no vienen en paquetitos; ni los trae uno de fuera; ni proceden de Marte o de Venus; los políticos, buenos, malos, regulares, son parte de esa comunidad; y si esa comunidad es incapaz de formar buenos profesionistas o padres de familia, personas decentes, ciudadanos comprometidos, etcétera, tampoco tiene porqué formar “buenos políticos”; y quien diga, crea o sostenga lo contrario, es un demagogo, en el mejor de los casos; o un perverso, en el peor.
A Wiston Churchill se le atribuye la célebre frase: “Cada pueblo tiene a los gobernantes que se merece”, pues es verdad; y no sólo él lo dijo, grandes pensadores, escritores, militares, etcétera, han coincido en el fondo con esa visión: “Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción; la ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia”, sostuvo en su momento Simón Bolívar; Jacinto Benavente escribió: “Los pueblos débiles y flojos, sin voluntad y sin conciencia, son los que se complacen en ser mal gobernados”; José de Maistre fue el autor de la frase, que erróneamente se le atribuye a Maquiavelo, de que: “Cada pueblo o nación tiene el gobierno que merece”; pero mucho antes de todos ellos, en el Libro del Eclesiástico, Capítulo 10, versículos 2 y 3, respectivamente se lee: “Como el gobernante de un pueblo, así son sus ministros, y como el jefe de la ciudad, así son sus habitantes” y “Un rey ignorante es la ruina de su pueblo y una ciudad prospera por la inteligencia de los príncipes”; y podríamos seguir.
Si los ciudadanos fueran tan buenos o virtuosos per se, como pretenden sus panegiristas, los políticos serían una maravilla porque lo primero que se necesita para ser político es ser ciudadano.
Continuará…
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Luis Villegas Montes.
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