De prohibiciones y pagos por anticipado…por Aída María Holguín
En varias entidades de la república mexicana, está prohibida la interpretación de “narcocorridos” (corridos que hacen apología a hechos relacionados con el narcotráfico). En el caso de Chihuahua, en el mes de mayo de 2011 el Congreso del Estado aprobó un dictamen al respecto. Con ello, quienes se dedican a la organización de espectáculos públicos, las estaciones de radio y televisión, y la sociedad en general, quedamos sujetos a evitar la reproducción, difusión y promoción del polémico género musical.
En ese entonces, el alcalde de Chihuahua, Marco Adán Quezada, aseguró que durante su administración estas presentaciones no tendrán más cabida en el municipio.
Entre los motivos expuestos por los diversos actores políticos para proponer y aprobar tal impedimento, destaca el de la situación de inseguridad en el estado, mismo que “obliga” a que los actores sociales se involucren para evitar un entorno que propicie la cultura del narcotráfico.
Cabe señalar que aunque el término “narcocorrido” no está reconocido por la Real Academia Española, éste se popularizó -y adoptó- luego de que el músico Elijah Wald escribiera un libro titulado “Narcocorridos: un viaje dentro del mundo de drogas, armas y guerrilleros”; no obstante, el “narcocorrido” no deja de ser un típico corrido mexicano que detalla o conmemora a alguna figura, persona y/o hecho; en este caso, el del narcotráfico.
Los motivos por los cuales se haya propuesto y aprobado la medida prohibitoria, no son del todo tema de discusión; sin embargo, y sobre todo considerando que las canciones son un medio para la libertad de expresión, no se puede pasar por alto que la prohibición de ciertas canciones representaría -se acepte o no- un atentado en contra de la libre expresión de quien los escribe, de quien los interpreta, y por supuesto de quien los escucha.
Y es que de acuerdo al Artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, “todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.”
He ahí el primer -y más importante- elemento a tomar en cuenta al proponer -y aprobar- prohibiciones a cierto tipo de canciones; esto, debido a que nos guste -o no- es un medio de expresión; y su interpretación, difusión y promoción, más bien depende de cada persona y no del gobierno en turno.
Ahora… si de lo que se trataba era de inhibir aquello que hace apología a los acontecimientos emanados de la actividad del narcotráfico, entonces deberían haber prohibido también la producción, distribución y difusión de aquellos medios de comunicación -impresos y/o digitales- que no dejan nada a la imaginación sobre los hechos violentos que en ellos se publican con “pelos y señas”.
El caso es que con todo lo que hemos podido observar, no queda duda de que la prohibición de los narcocorridos no ha dado los resultados deseados; al contrario, solo han logrado que los intérpretes de ese género musical se pasen por el arco del triunfo dicha prohibición.
No es necesario ir tanto tiempo atrás para corroborar las diversas violaciones al respecto. En la más reciente celebración de la Feria de Santa Rita-Expogan, fueron varios los solistas y grupos que interpretaron narcocorridos; algunos de ellos, incluso en presencia de funcionarios del gobierno.
El caso más reciente -y que es el colmo de los colmos-, es el de la presentación de Alfredo ríos (mejor conocido como El Komander) en Chihuahua capital. A éste, le cobraron 100 mil pesos por adelantado “por si las moscas”, y resultó contraproducente dado que ya habiendo pagado, cantó lo prohibido sin pena alguna.
Ante tal acto por demás vergonzoso, Marco Quezada solo fue capaz de decir que “les habían tomado el pelo”. Más bien le tomaron toda -la poca- cabellera que le queda; y para no variar, no pasó nada. El Komander pagó por anticipado, hizo lo suyo, y se fue. Lo “curioso”, es que se le haya otorgado el permiso cuando -prácticamente- lo único que canta, son narcocorridos.
Si las violaciones fueron con permiso -por haber “autoridades “presentes-, como un reto, como una burla hacia ellos, o simple y sencillamente apegándose al su derecho a la libre expresión, eso no lo sabremos a ciencia cierta; pero lo que si queda de manifiesto, es que mientras haya público interesado en esa línea de expresión, no habrá medida inhibitoria que los detenga aunque el incumplimiento de ésta les represente pagar una “módica” cantidad como multa.
Escuchar y/o interpretar esa música es cuestión de cada quien. Habremos quienes no nos guste y no lo hacemos, y habrá otros a los que sí, y no dejarán de hacerlo en público -o en privado-. Pero eso ya es parte del derecho que todos tenemos de decidir libremente.
Finalmente, cabe cuestionar qué resultados ha tenido la prohibición de los narcocorridos; es decir, ¿con esa medida ha disminuido la violencia o los narcotraficantes han modificado su modus operandi? Mientras que se resuelve ese enigma, por lo pronto hay un nuevo efecto negativo ante la evidente violación a lo establecido por las autoridades, pero ahora con el aval -voluntario o involuntario- de ésta.
Concluyo en esta vez con lo dicho -de manera muy sencilla pero cierta- por el filósofo, escritor, humanista y político francés Michel Eyquem de Montaigne: “prohibir algo, es despertar el deseo.”
Aída María Holguín Baeza
Correo: laecita@gmail.com
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