Del sistema de partidos y sus efectos… por Aída María Holguín
Según el Diccionario de Términos Parlamentarios (del Sistema de Información Legislativa de la Segob), un sistema de partidos permite y norma la competencia entre los partidos políticos para posibilitar el ejercicio legítimo de gobierno y, además, fungir como instancia mediadora de comunicación entre la sociedad y su gobierno.
En términos generales, en el sistema de partidos existen tres formas básicas: unipartidista, bipartidista y pluripartidista. En ese contexto, es importante tener como referencia que, durante mucho tiempo, México se distinguió por tener un sistema autoritario y de partido hegemónico (no unipartidista); es decir, un sistema dominado por un partido que se perpetuaba en el poder usando todos los aparatos del Estado para limitar o nulificar la competencia entre partidos.
Luego de un largo y difícil proceso de transición hacia la democracia, México pasó de tener un sistema de partido hegemónico a tener uno de carácter plural y competitivo. Hasta ahí, todo está muy bien; sin embargo, de un tiempo a la fecha se ha presentado un “pequeño” problema: la pluralidad y la competitividad son relativos. Y es que en términos reales, durante los últimos años el sistema “pluripartidista” que existe en México, más que asegurar una verdadera competencia entre los partidos, ha potencializado una serie de alianzas o coaliciones entre los partidos que, en definitiva, han resultado perjudiciales para la democracia.
Cabe puntualizar que el problema no radica en las alianzas o coaliciones por sí solas (porque éstas suponen una visión compartida centrada en el interés público), sino en el hecho de que generalmente éstas no están pensadas en trascender a través de gobiernos plurales e incluyentes que respondan cabalmente a las necesidades de la sociedad en su conjunto. Dicho de otro modo; de un tiempo a la fecha, el sistema político-electoral mexicano ha favorecido la creación de partidos políticos que han funcionado como “satélites” del PRI. O sea, como un medio que ha utilizado el PRI para “adaptarse” al sistema pluripartidista.
Claro está que, en atención al ordenamiento del dicho “en la tierra a la que fueres haz lo que vieres”, todos los partidos han recurrido (en algún momento) a la estrategia de aliarse con otros partidos para, así, tratar de minimizar los demoledores efectos que causa la unión del PRI con sus partidos “satélite”.
Aunque, por obvias razones, el sistema pluripartidista implica la sana y necesaria fragmentación de sí mismo (para asegurar elecciones competitivas y que -tal y como lo señala Giovanni Sartori- ninguno de los partidos se acerque al dañino punto de la mayoría absoluta), queda claro que el incremento en el número de partidos en México, además de ser extremadamente costoso, pone en riesgo la consolidación (o al menos el fortalecimiento) de la democracia. Esto último, debido a que -en su mayoría- los partidos políticos funcionan únicamente como burdos instrumentos de negociación o chantaje para repartir el poder de manera abusiva y arbitraria.
En esta ocasión concluyo con lo dicho alguna vez por el militar, político y trigésimo cuarto presidente de los Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower: “Si un partido político no tiene su fundamento en la decisión de promover una causa por derecho y moral, entonces no es un partido político, sino que no es más que una conspiración para tomar el poder”.
Aída María Holguín Baeza
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