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El secreto de sus ojos…por Luis Villegas

 

La semana pasada, inesperadamente llegó a mis manos “El Secreto de sus Ojos”, película hispano argentina que, cómoda y magistralmente, navega entre el drama y el suspenso. De la generosa mano del Lic. Quintana recibí el obsequio y, jubiloso, de inmediato me fui a la casa para verla. La única decepción fue el Adolfo quien, contra todos mis pronósticos, se quedó dormido; él, que presume de su debilidad por el séptimo arte y se precia de haber visto hasta siete películas en un día, literalmente de una sentada, se instaló en el sillón y “clavó el pico”. Él se lo pierde.

 

La cinta, que se filmó en 2009, llegó a ser la película argentina de mayor éxito ese año; una de las más taquilleras de la historia del cine en aquel país; y un año después ganó el Óscar a la mejor película extranjera. La trama se desenvuelve en distintos planos. En 1999, un agente judicial retirado (Benjamín Espósito) decide escribir una novela sobre un asesinato en cuya investigación había participado, ocurrido un cuarto de siglo atrás. El argumento se sustenta en una historia de fondo -la investigación del homicidio de Liliana Colotto, una hermosa y joven mujer, quien fuera violada y asesinada brutalmente dentro de su domicilio-, en torno a la cual giran multitud de otras historias: La devastación del viudo, Ricardo Morales, sumido en la desesperanza de un amor sin futuro posible y la idea de venganza; la sacrificada amistad de Pablo Sandoval, el genial ayudante alcohólico de Benjamín Espósito; la larga espera de Irene Menéndez-Hastings, la Jefa del Departamento  -la secreta pasión de Espósito-; y la del propio Benjamín, debatiéndose entre su sentido del deber, el miedo y su mudo amor por Irene. Eso, por lo que hace a los protagonistas; sin embargo, la narración es más compleja y rica pues transcurre en una Argentina sumida en la dictadura; donde el rival de Espósito en el tribunal, un tal oficial Romano, busca “chivos expiatorios” y acusa a dos trabajadores inmigrantes del asesinato (a los que tortura de un modo bestial), para deshacerse del asunto; y donde el presunto asesino, Isidoro Gómez, es premiado por el régimen y elevado, ni más ni menos, que a la categoría de guardia de seguridad de Eva Perón.

 

De todas las escenas, la más memorable transcurre en un bar, donde el ayudante de Espósito hace un descubrimiento de importancia capital: El sitio donde pueden encontrar al elusivo criminal a partir de la correspondencia de este con su madre. Contarle más es contarle la película. Lo escrito hasta aquí no le dice gran cosa; excepto los nombres y algunas circunstancias, aisladas, de la trama. Sin embargo, mi deseo de escribir sobre la cinta obedece a la sensación que me produjo; decir que me gustó es poco. Me encantó. La he visto dos veces y, a quien he podido, se la he recomendado y hoy lo hago con Usted, gentil lectora, apreciable lector.

 

El filme cuenta una historia, sí; pero, contra lo que pudiera pensarse, no es la de un crimen. Narra un trozo de la historia argentina (tan parecida a la del resto de Latinoamérica), hecha de complicidades, de estulticia oficial, de abusos, de miseria, de olvido; empero, lo hace de una manera sencilla y simple, sin falsas pretensiones ni fines moralizantes; solo lo que es; lo que ocurrió; y lo que le sirve de marco, de contexto, contado a través de un hilo conductor: La comisión de un ilícito y un proceso de reflexión (o evaluación) posterior que engloba no solo los hechos, sino a los hombres: Su esencia, la “pasta” de la que estamos hechos, nuestras aspiraciones, nuestras fallas u honduras morales, nuestras debilidades… y esa, tal vez, es la verdadera, la única historia detrás de la cinta y de la vida misma: La pasión que nos guía a todos y marca nuestro derrotero. Esa atracción, esa perdición, ese desmayo, ese desfallecimiento, ese quebranto de la voluntad, que nos pinta de cuerpo entero y que, en ocasiones, nos cuesta trabajo confesarnos a nosotros mismos.

 

Alguien, escribió alguna vez:

 

“No se llama locura al raro afán que nos empuja a buscar la felicidad justo en dirección opuesta a donde bien sabemos que se encuentra.
Buscar en lugares inusuales no nos hace aventureros osados y temerarios, antes bien evidencia la estulticia y la inclinación al autosabotaje.

 

-Pero, ¿la búsqueda es dulce, entonces?
– ¡Nada más falso! No es dulce, no puede serlo, ninguna búsqueda lo es. Es angustiosa, frenética como la del que busca agua. Es “desesperada”, no solo por la urgencia, sino porque la espera es ficta.

 

En la certeza de que es en otro sitio donde se encuentra, la felicidad se nos antoja otra, la oculta, la esquiva,… Ésta, la de los pozos de café, de las vueltas insomnes en la cama, la de los lápices sin punta. Ésta, la que no duerme mansamente en el lecho conyugal. La felicidad de los templos paganos, de los palacios en ruinas, la que me das”.

 

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Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com

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