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El voto cuesta y se paga con deuda…por Luis Villegas

No suele ocurrir a menudo, pero a veces, muy pocas, empleo el título de alguna nota periodística, de algún libro, etc., para centrar el tema del que habré de ocuparme. Ésta es una de esas ocasiones. “El voto cuesta y se paga con deuda” es el título de un reportaje publicado por la revista Proceso, hace poco más de un año y medio.En el reportaje se daba cuenta de la inversión que en 2015, año electoral, pensaba hacer el Gobierno de la República. La exorbitante cifra, rondaba los 50 mil millones de pesos invertidos en obras con fines electorales.

Para ese entonces, sin cumplir todavía los tres años en el Gobierno, la administración del Presidente Enrique Peña Nieto se había endeudado por una suma escalofriante: Un billón 235 mil millones de pesos. Puede ser que a Usted la cantidad no le diga nada, se lo voy a decir de otro modo:

Es decir, ésta que tendría que ser, por necesidad, una fiesta cívica, un festín para la democracia, una asamblea de ciudadanos libres, continúa siendo, como si en los últimos 30 años no hubiera ocurrido nada, un asunto de simulaciones, de medias verdades y de francas mentiras. Uno donde, la autoridad comicial sirve exactamente para dos cosas: Para nada y para puritita…

Pero no es lo peor; lo peor no es que nos den atole con el dedo, ni que se rían de nosotros en nuestras propias barbas y ni siquiera el dispendio irracional de recursos públicos en la celebración de la mascarada, lo peor es que, como ya vimos, pagamos por ello. Pagamos sin sentirnos responsables, sin creernos partícipes, sin sabernos cómplices.

Porque, no se vaya muy lejos, querida lectora, apreciable lector, los culpables de tan triste estado de cosas están enfrentito nuestro, en el reflejo del cristal; en ese donde cada  mañana nos quitamos los dos o tres pelos de la barba rala o donde nos “enchinamos” las pestañas. La culpa de ese exceso, de ese atropello, de ese abuso, está en la persona cuya imagen nos devuelve cada mañana el azogue del espejo. En 1624, John Donne escribió un poema que inspiraría la novela de Ernest Hemingway: “Por quién doblan las campanas”. Dice el poema:

 

“Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo;

cada hombre es un pedazo del continente,

una parte del todo. […]

La muerte de cualquier hombre me disminuye,

porque yo soy parte de la humanidad;

y por consiguiente, nunca preguntes

por quién doblan las campanas;

doblan por ti”.

 

Pues en este 2016 -este año electoral, este año de comunidad-, las campanas doblan a rebato por Usted y por mí. Porque estamos muriendo lentamente de indolencia, de apatía, de descuido, de pereza, de miedo, de desmemoria… y al final, quizá terminemos por morir de miseria.

 

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Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com, luvimo6614@hotmail.com

 

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