En 1940…por Luis Villegas Montes
En 1940.
En 1940 yo ni siquiera estaba en proyecto; mi mamá no había cumplido diez años aún, estaba en la escuela primaria, me imagino; allá en su natal Coyame, bañándose en las magníficas aguas de “El Ojo”. Ese año, mi papá se paraba en las afueras del ahora inexistente Teatro de los Héroes (se quemó el 17 de julio de 1955), a seguir los avatares de la guerra en Europa, mientras iba o venía de Tardán, la fábrica de sombreros donde trabajaba de mozo. En un mapa gigantesco, instalado en las afueras del teatro, los chihuahuenses podían ver, a diario, los avances y progresos de las tropas de ambos ejércitos (Aliados y fuerzas del Eje) y perderse en cavilaciones sobre el futuro del Mundo:
“Lo siento, pero yo no quiero ser un Emperador, ése no es mi negocio. No quiero gobernar ni conquistar a nadie. Me gustaría ayudar a todos si fuera posible, judío, gentil, hombre negro, blanco. Todos queremos ayudarnos unos a otros, los seres humanos somos así. Todos queremos vivir en la felicidad del otro. No queremos odiar y despreciar a los demás. En este Mundo hay sitio para todos, la tierra es rica y puede proveer a todos sus habitantes.
El camino de la vida puede ser libre y hermoso. Pero hemos extraviado la ruta.
La codicia ha envenenado las almas de los hombres, se ha atrincherado el mundo con odio; nos hemos estancado en la miseria y el derramamiento de sangre. […]
Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos, nuestra inteligencia, duros y crueles. Pensamos demasiado y sentimos muy poco: Más que máquinas necesitamos humanidad. Más que inteligencia, necesitamos amabilidad y gentileza. Sin estas cualidades, la vida será violenta y todo se perderá. […]
La miseria que está sobre nosotros no es más que el paso de la avaricia, la amargura de hombres que temen el camino del progreso humano: El odio de los hombres pasará, los dictadores morirán y el poder que tuvo la gente, volverá a las personas; mientras los hombres mueren… la libertad no perece jamás. […]
En el Capítulo 17 de San Lucas está escrito: ‘El reino de Dios está dentro del hombre’”.
Esas palabras no son mías.
Las dice Charles Chaplin en la cinta El Gran Dictador, película que se rodó, precisamente, ese año. Nominada a cinco premios Óscar, el filme no recibió ninguno.
Sin embargo, sus palabras continúan ahí. Intactas. Recordándonos lo que puede ser; lo posible, sí; pero también, advirtiéndonos; imaginándonos; de algún modo, de alguna triste manera, prediciéndonos. ¿Podemos negar su vigencia? No lo creo.
Pese a que aspiramos a vivir en la felicidad, a pesar de que supuestamente nos negamos a odiar o a despreciar a los demás; lo cierto es que la codicia ha envenenado nuestras almas y todo el conocimiento del que somos capaces solo ha servido para hacernos cínicos, duros y crueles.
En un México de príncipes (pocos, muy pocos) y parias (muchos, demasiados), de asesinatos cotidianos, de masacres y excesos, de mentiras oficiales, de vendettas públicas y privadas, de corrupción y silencios, me quedo con las palabras del Evangelio. De todas esas palabras, verdaderas, duras como piedras, pulidas como dagas, brillantes como soles, me quedo con la frase de San Lucas: “El reino de Dios está dentro del hombre”.
La auténtica esperanza está en creer que la maldad no nos es impuesta y que es posible combatirla, cada día, todos los días de nuestra vida, porque está dentro de nosotros mismos. El mejor Mundo posible está en nuestro corazón, depende de nuestra voluntad y está al alcance de nuestras manos.
Luis Villegas Montes.
luvimo6608@gmail.com, luvimo66_@hotmail.com
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