Enfiestado (I de II partes)… por Luis Villegas
La tragedia nacional ha alterado cualquier percepción social. Es verdad que es motivo de júbilo la unidad que el pueblo de México ha demostrado estos días; es verdad que la población ha rebasado al Gobierno en su capacidad de gestión y organización; como alguien escribió: aunque existan motivos para el aborrecimiento a los políticos, es necesario “hacerlo en silencio porque México se reconstruye”.
Sin embargo, esta adversidad no es algo nuevo; en 1985, una tragedia peor, la escala sismológica de Richter lo prueba, sacudió desde sus cimientos al país y exactamente 32 años después las cosas estaban exactamente igual; ninguna de las plagas endémicas que azotan al país desde épocas inmemoriales se remedió. No diré que empeoró, no tengo bases para ello, pero no las existen tampoco para afirmar lo contrario. Dicho en resumen: el sismo de 1985 demostró la valentía y la solidaridad de los mexicanos… y nada más.
Hace 12 años, alguien escribió: “Después del gran sismo de 1985, el valiente pueblo mexicano se levantó espontáneamente y salió a la calle para salvar gente. Hubo de todo: doctores, albañiles, hasta mineros de Pachuca que se metían entre los resquicios de los edificios derrumbados con sus cascos y sus lámparas. Las señoras preparaban tortas y refrescos para los hombres que trabajaban en los escombros”.1 Esta vez ocurrió de la misma manera, la pregunta es, entonces: ¿qué aprendimos de aquella dolorosa experiencia? Vistos los resultados recientes, nada de nada.
No me refiero, obvio, a los miles de ciudadanos que, otra vez, arriesgan sus vidas y hacienda por el bien del prójimo —doctores, albañiles, mineros o señoras—, no; me refiero a la política y al modo de entenderla, a los partidos, a los gobernantes; el México política, económica y moralmente devastado de 1985 es el mismo México al que sorprendió la desgracia en este 2017.
Pensar que, per se, la tragedia del 2017 va a servir de veras para algo es una tragedia peor que la primera. Sumarse festivos, jubilosos y desmemoriados a la celebración cívica nos sitúa en los linderos de la irresponsabilidad porque cancela cualquier posibilidad auténtica para regenerarnos. Ahítos de morbosa autocomplacencia; esta espantosa ola de satisfacción patriotera no puede, no debe, caer en saco roto y hacernos olvidar los verdaderos males que el país padece los cuales, para colmo y además de todo, hallan su origen en nuestra ineptitud ciudadana.
Pero no queremos entenderlo, claro; nos regodeamos en un malsano maniqueísmo; detrás de la propia e indiscutible virtud que nos redescubre, casi, “padres fundadores de la Nueva Patria”.
De ese modo, cualquier mentecato en una posición de autoridad —real o imaginada, grande o minúscula, legítima o inválida— se alza como el adalid de la democracia, de la República, del idealismo, de la verdad absoluta o de cualquiera que sea la sandez que le cruce por la afiebrada cabecita esa mañana; y eso no es lo peor, lo peor son las huestes de entusiastas detrás suyo aplaudiendo febriles sus dislates.
¿Ejemplos? Abundan.
Le recuerdo uno: la demagógica propuesta de Andrés Manuel. A su estilo, el tabasqueño fue el primero en aprovechar la coyuntura y, sin consultarlo siquiera con el resto de la cúpula de su Partido, comprometió el financiamiento público “para atender la emergencia nacional”. Sus declaraciones, atronadoras como un disparo de salida, calaron en el ánimo colectivo como un baldazo de agua fría. Él sabía muy bien lo que estaba haciendo; posiblemente cuando pronunció esas palabras no entendía, ni por asomo, las implicaciones económicas, jurídicas ni presupuestales de la medida, pero sin duda comprendía bien a bien los alcances políticos de su balandronada y estaba dispuesto a montarse en la ola a como diera lugar.
Continuará…
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Luis Villegas Montes.
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1 LOMNITZ, Cinna. El próximo sismo en la Ciudad de México. Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la Universidad Nacional Autónoma de México. México. 2005. Pág. 19.
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