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Ensayo sobre la orfandad…por Carlos Murillo

En Memoria de Carlos Montemayor, Bolívar Echevarría, José Saramago y Carlos Monsiváis

 A menos de la mitad del 2010 hemos perdido a grandes e irremplazables pensadores quienes por su legado nos acostumbraron a la mejor lectura: aquella que te hace reflexionar, empoderarte y actuar frente a las contradicciones abusivas de los poderosos. Una tragedia para el mundo y principalmente para México en estos momentos de violenta incertidumbre en que seguramente harán falta sus ideas para darle sentido a esta realidad hostil a la que estamos involuntariamente  obligados a vivir.

 Ya no tendremos la elocuencia novelística de un Montemayor para saber más sobre la guerrilla y la guerra sucia en México; tampoco la elevada abstracción marxista de Echeverría y sus contribuciones a las ciencias sociales; ni el humanismo crítico de Saramago, pesimista ante el optimismo neoliberal; tampoco la escrudiñante mirada observadora de Monsiváis sobre la cotidianidad de las y los mexicanos. A partir de ahora sus obras, de por sí paso obligado para entender y superar la realidad del mundo, Latinoamérica y México, pasan a formar parte del acervo universal de la humanidad.

 Su ausencia duele a pesar de sus letras ya inmortalizadas. Duele por las injusticias que dejarán de denunciar; duele por las contribuciones que dejarán de hacer; duele como el amigo o familiar que ya no estará ahí, para consolarnos con sus palabras, así los hayamos conocido anónimamente desde la lectura de un libro, de un ensayo periodístico o de una presentación pública. Hoy pasan a ocupar su lugar en la historia mientras los vivos, si realmente estamos vivos, procuraremos aplicar(nos) sus enseñanzas, a proseguir con la marcha de la emancipación frente a los obstáculos que todavía persisten.

 Inmersos como estamos en medio de la barbarie de la guerra, siempre inescrupulosa ante el sufrimiento humano, la decadencia del capitalismo augurando más depredación, pobreza y desesperanza más los intereses mezquinos de las élites políticas-económicas-religiosas, con una izquierda dividida, debilitada o cooptada por la derecha, el panorama se vislumbra difícil y más sin la prosa comprometida, la teoría reforzada, el sentimiento humano y la sagacidad crítica de estos autores, grandes por sí solos, antagonistas per se de las grandes arbitrariedades y enemigos del abuso del poder.

 La cultura popular, las mayorías minimizadas, el pueblo olvidado, la sociedad empobrecida y enajenada, la gente sencilla pues, es sin duda quienes dejarán de tener tan invaluables aliados. Ya no protagonizarán la rebelión contra la injusticia en la obra de Montemayor; ya no serán objeto de estudio y emancipación de los aportes marxistas de Echeverría; ya no buscarán la libertad de consciencia ni serán libres de la idea de Dios en las novelas de Saramago; ya no serán los vívidos retratos de las contradicciones cotidianas de lo que es México en los ensayos de Monsiváis.   

 Pareciera que nos vamos quedando solos. Pareciera que la gente buena muere y los malditos persisten longevos; pero no, no podemos darnos el lujo de derrotarnos del espíritu, de quedarnos pasmados ante a la injusta violencia que persiste y su entrañable ausencia que duele. Frente a la cínica alegría y la tristeza hipócrita de empresarios, políticos y religiosos por igual ante la muerte de estos hombres geniales e incómodos, no podemos sino continuar el camino alumbrado por ellos y persistir, aun con nuestras carencias y limitaciones, a aplicar nuestra inteligencia de la mejor manera posible en el acto de la vida humana y al servicio de la sociedad.    

 

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