Fiat Lux…por Luis Villegas Montes
Suele ocurrir que, concluida una reflexión, alguna circunstancia se atraviesa en mi camino y exige replantearme su envío; así ocurrió esta vez. Terminada la reflexión -dos en realidad- debí dejarlas en su lugar para escribir a la carrera estos párrafos.
La razón no podía ser más pesarosa: Ya lo había anunciado, ya lo había dicho, con una débil sonrisa en los labios (me imagino), pues escribió hace justamente doce días: “Creo que no les he contado que estoy enfermo, seriamente enfermo. Tengo cáncer, pero hasta ahora la enfermedad no me ha producido ningún dolor insoportable. Trato de vivir sobre las puntitas de los pies, pues en mis delirios, imagino que si casi no hago ruido, la enfermedad no se va a percatar de mi presencia y me permita colarme a la vida que es a donde me gusta estar”. El jueves 2 de septiembre, Germán Dehesa murió.
En ese alud que se nos viene encima, en esa avalancha de palabrería inútil que nos aguarda en los próximos días, hará falta una palabra limpia, precisa, recta, que nos alumbre, que nos instruya, que eduque, que no canse. ¡Cómo nos va a hacer falta esa palabra! Cómo vamos a necesitar palabras que limpien el aire viciado a fuerza de palabras mal dichas, cobijo de intenciones y propósitos inconfesables.
Nada más alejado de Germán Dehesa que el dogmatismo, la desgastada atalaya de los débiles y de los poderosos. Unos, por miedo a escalar otras cimas, fiera sin uñas ni dientes; los otros, los muchos menos otros, porque desde ahí vigilan el redil del que son dueños, que no se extravíe ninguna oveja. Cómo echaré en falta a esa oveja negra -ese Charro Negro-, oveja descarriada que desafió en su jocosa vesania a la autoridad, a los potentados, a los corruptos, a los idiotas, llamándonos a sus lectores a despertar, a abrir los ojos con una amarga sonrisa en los labios, sí, pero sonrisa al fin, y es lo que cuenta.
¡Cómo se reía de él! Y en el trámite, cómo se reía del mundo. ¡Cómo ponía en su sitio cada cosa! Cómo alzaba la voz para reclamar lo reclamabe y reír de lo risible. Llamaba a causas a las que luego se sumaba; pensaba lo que decía y luego hacía lo que pensaba. Ahora, estamos condenados, de nuevo, a escuchar -en el mejor de los casos- esas voces oscuras, admonitorias, cargadas de presagios y sentencias, a veces inteligentes pero terriblemente aburridas por solemnes. En el peor, deberemos de tolerar el enjambre de vocecillas ridículas, complacientes, mercenarias -la mayor de las veces con tarifa definida- que se suman jubilosas y ciegas a creencias devastadas, a convicciones de coyuntura, a luchas desesperanzadoras o, simple y sencillamente, a intereses mezquinos que sólo entienden el lenguaje de los números: La Bolsa, los dólares o el euro.
El Génesis narra la historia del Mundo. El Mundo se crea a partir de la palabra, de la palabra de Dios: “¡Hágase la luz!”. La palabra es, pues, desde el mismo principio, fuente de creación. La palabra es memoria, testigo, impulso, premonición; senda, huella y destino. Conmueve, sacude, alienta. Germán Dehesa me confirmó en esa creencia. Su ejemplo de honestidad intelectual era envidiable; no siempre estuve de acuerdo con sus análisis, sus conclusiones, ni sus puntos de vista; sin embargo, había que reconocer su valentía a toda prueba, su originalidad, su talento y, sobre todas las cosas, su inacabable e infaltable sentido del humor.
El escritor no escribe necesariamente para convencer ni para hacer prosélitos; el acto de escribir es una liberación; el que escribe, escribe primero para sí y luego para los otros; frente a los textos de Germán Dehesa no había modo de permanecer indiferentes. Ése es, quizá, su mayor mérito: Propiciar la reflexión y ventilar las minucias; brindarle al lector nortes y rumbos, a veces coordenadas, para examinar los asuntos públicos -no porque fueran asuntos propios del Estado o del Gobierno, no, sino porque eran nuestros, temas que nos atañían (y nos atañen) a todos-. Dehesa es el gran examinador de la cosa pública; prescinde del lenguaje arcano propio de los cófrades y expone y desmenuza, sin miedos, lo que siente y lo que piensa respecto del objeto de su atención. No se ahorra ningún adjetivo y saca el cuerpo para decir: “Aquí estoy” y luego se sigue de frente tan campante con la sonrisa imborrable.
Hombres y mujeres inteligentes y lúcidos que enristren la pluma hay muchos en este País; escritores, periodistas, cronistas, columnistas comprometidos con una causa justa, especialmente dotados para su labor, no abundan pero tampoco escasean. Sin embargo, son muy pocos, poquísimos, los dotados de ese espíritu crítico que, sin remilgos, desciende a lo insulso y cotidiano para alzarse y trascender, desde lo engañosamente simple y baladí, hasta lo (en ocasiones) sublime. Germán Dehesa lo hacía; nos llevaba de la mano por un camino aparentemente liso y llano, luego, ya a su merced, de golpe se lanzaba por su presa: La idea, el ideal, la razón, el porqué. ¿Cómo olvidar su acento “mormado”: “Di bodo banito”? ¿Su entrañable: “Aiquir”? ¿O su perentorio: “Hoy toca”?
Respetuoso de ese espacio autoimpuesto que me concedo de vez en vez, yo aquí me bajo; vayan estas letras sólo para expresar la pena que me embarga esa partida -que no ausencia- y le dejo para que, usted, por su cuenta y riesgo, lea si es ése su deseo, estos otros párrafos que prueban su desenfado y libertad de juicio. Descanse en paz donde quiera que esté, don Germán.
“El miércoles 25 de junio la Tractor me decepcionó profundamente. Yo andaba entre inquietón y retentado. Por eso le pregunté: oiga, Margaruchis, ¿usted se acuerda cuándo y por qué me casé? La Tractor me clavó muy hondo su mirada negra y me respondió de modo muy sintético: ni lo uno, ni lo otro. Chín. Emergencia nacional. Todo mundo a buscar el acta. No apareció (¿en verdad me habré casado?). Horas de angustia. Mi amiga Luisa la memoriosa me extrajo de las tinieblas: te casaste el 26 de junio de 1993. Apenas a tiempo me vine a enterar. Estuve al borde del abandono definitivo y con criatura anexa. Hoy cumplo 10 años de casado. Son mis bodas de tungsteno y estoy solo. ¡Me carga el FIDELIC! Dehesa sufre. Ustedes que pueden: hoy toca”.
“En 1952, año de mi iniciación nicotínica, fumar no era una maldición social. Lejos de eso, gracias a Humprey Bogar, el sombrero Stetson y el cigarrillo colgando de los labios eran dos irresistibles signos de misteriosa y atractiva masculinidad. Todos mis tíos y parientes mayores profesaban ese culto y esto, junto a la pipa de Sherlock Holmes, eran para mí argumentos suficientes para entregarme a los exóticos placeres del tabaco. Para cuando comenzaron a llegar las noticias alarmantes acerca del consumo de la voluptuosa picadura, yo ya estaba metidísimo en la dependencia y ya tenía mi sombrero Stetson que, aunque me daba un aire entre Speedy González y tachuela mal clavada, a mí me parecía el tope de la elegancia. Desde entonces y hasta la actualidad, me aferré al cigarrillo como Ulises al mástil de su embarcación. Me han pasado cosas horribles, pero ni como mal pensamiento, consideré la posibilidad de dejar de fumar”.
“Contra lo que muchos piensan, yo solía tener una muy buena opinión de AMLO y no desespero de recuperarla. Tampoco tengo la menor duda de que Fox, Madrazo y Creel lo traen en la mira y desean aniquilarlo (y no con balas de goma). Lo que me parece alarmantemente demagógico y estúpido es el modo de reaccionar de Andrés Manuel que, golpe a golpe, perdió en unos cuantos días la simpatía de la clase media ilustrada y se ha puesto su sayal de protomártir del Japón para confiarse y confiar su salvaguarda en los morenos brazos de una rentable entelequia llamada “pueblo mexicano”. Esas son mariconerías, payasadas y avisos de nublazón mental. Estas no son, no deberían ser, asonadas tabasqueñas. Nuestros politiquillos están jugando con el futuro y la viabilidad de este país”.
“Percibo que mi país, en general, está hecho un desastre y está así por muchas razones, pero la principal es que no hay gobierno digno de tal nombre. Lo que hay es una conjuración para la rapiña y una ostensible y creciente complicidad con el crimen y con lo peor de México. Vivimos mucho tiempo con la convicción de que, puesto que resultaba tan nocivo para la sociedad, el narco era un enemigo natural del gobierno. Ahora entiendo que esto es una absoluta ingenuidad y que el gobierno y el narco viven en una feliz sociedad de capital compartido, todo disfrazado con algunos breves episodios de violencia que culminan con unos cuantos muertitos, o con la aprehensión de tal o cual pandilla de sicarios que son conducidos a sus celdas de lujo, en espera de salir tranquilamente por la puerta grande cualquier madrugada. Entenderás, lector, por qué nuestro pachanguero pueblo a Zacatecas lo llama ahora ‘Zacazetas’”.
“Olvidamos demasiado rápido, pero yo conservo las imágenes y las palabras de próceres tan señalados como Dulce María Sauri y Roberto Madrazo, tan aparentemente dispuestos a cooperar y tan íntima y firmemente decididos a hacer tropezar una vez tras otra al nuevo Gobierno.
Estaban y siguen estando en actitud de haber sido directamente ofendidos y despojados.
En su pequeñísima mentalidad existe la convicción de que México es propiedad exclusiva del PRI.
Hagan de cuenta que Dios les hubiera concedido una franquicia eterna.
Desde esta percepción elemental y tomando muy en cuenta todas las malas pasiones que tienen uso de suelo en la almeja (despectivo de alma) de un dinopriista pandilla que tenía secuestrado al País, era indispensable demostrarle a los mexicanos el brutal error que habían cometido al echarlos de tan mala manera de Los Pinos.
Según ellos, esto fue una magna injusticia histórica, un grave error, una radical pifia de la ciudadanía.
Por lo mismo, era prioritario demostrar que sólo el PRI sabe gobernar y consecuentemente, la malagradecida ciudadanía que había cometido la falta casi imperdonable de quitárselo de encima merecía un castigo ejemplar con el fin de que hiciera un acto de contrición, solicitara piedad y lo trajera de regreso a ese lugar que es suyo y solamente suyo.
En esto ha consistido la gran estafa. Están a punto de salirse con a suya.
A muchísimos ciudadanos ya los han convencido de que sin líderes morales, como Manlio Fabio, Bartlett, Montiel, Chuayffet, Madrazo, Gamboa Pascoe, Salinas, Palacios Alcocer y demás garrapatas parasitarias, México no puede sobrevivir.
Los razonamientos (es un decir) que los avalan son secreciones cerebrales del tipo de: Serán rateros, pero saben gobernar. Serán asesinos, pero mantienen la paz social. Serán narcopolíticos, pero por lo mismo saben negociar con los cárteles.
Serán malos mexicanos, pero en el mundo globalizado la idea de patria no significa nada.
Todas estas contrahechuras se fabrican desde un terreno mediáticamente preparado y abonado por una taimada campaña que ha insistido en un punto: Todos hemos querido ayudar a Fox y a Calderón, pero los pobres no tiene operadores ni capacidad de negociación.
Pregunto: ¿Quién puede “operar” con Manlio Fabio, o quién puede negociar y llegar a acuerdos con un traidor de tiempo completo como es Madrazo?
Leer todo esto como una defensa de Fox sería mi fracaso como escritor.
Mi pretensión es otra. Lo que quiero decir es que Fox es un ser limitado (al Norte por su falta de oficio e ingenuidad y al Sur por su señora), pero al mismo Cristo resucitado que hubiera llegado a Los Pinos no le hubiera ido mejor rodeado de esa legión de Judas Iscariotes con los que había que lidiar”.
Luis Villegas Montes. luvimo66_@hotmail.com
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