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Gatito, gatito…por Luis Villegas

Hace justo una semana escribí: “De la situación del PAN en Chihuahua de plano es mejor no hablar”; debo admitir que estaba equivocado. En descargo de mí mismo debo decir que no tenía forma de saber lo que iba a ocurrir ese fin de semana: Hubo internas para elegir al nuevo dirigente del Comité Municipal del PAN en Chihuahua y, contra mis pronósticos particulares -el optimismo no es mi fuerte- ganó Miguel La Torre. A Miguel lo conozco de tiempo atrás. Su militancia ha sido constante, su perseverancia envidiable. Creo de buena fe que ésas son buenas noticias para los panistas de la Capital.

 Miguel llega, me imagino, merced a una serie de alianzas estratégicas; no puede ser de otro modo visto que hubo precandidatos reales y presuntos hasta para aventar pa’rriba. En el descarte de los que sí tenían posibilidades, de los que no las tenían pero negociaron su presencia -o su ausencia- con el fin de ver dónde quedaban y en calidad de qué, de los que no contaban con la menor oportunidad y los que de plano estaban firmemente instalados en la irrealidad, quedaron muy pocos de los originales suspirantes.

 La elección de Miguel no puede ser ajena a esa circunstancia; basta con echar una ojeada a la conformación del Comité para darse cuenta de ello pues, desde panistas de pura cepa, hasta los otros panistas, los de “sepa” Dios como fueron a parar ahí -sin faltar el costalito de alacranes-,[1] el órgano quedó integrado en forma variopinta.

 Esa pluralidad es deseable por muchas razones, la primera, para ir partiéndole su mandarina en gajos a esa tendencia de comités integrados a modo, conformados al gusto de algún patán con ínfulas de capi di tutti capi, tan común en esta era del panismo (fíjense mis lectores cómo evito los nombres propios para no incurrir en peligrosas faltas a los Estatutos que regulan a la institución y me repongan en trámite de recorrerme -pues ya estoy puesto en la posición de ser corrido-). En segundo lugar, porque permitirá ir avanzando a través de consensos, de auténticos acuerdos construidos a partir de las divergencias. Condición indispensable del verdadero quehacer político. Finalmente, porque establece las bases para que la lucha electoral, interna y externa, se desarrolle en apego irrestricto a las normas internas que privilegian la capacidad y la experiencia de los aspirantes: “El peligro para instituciones como el PAN, es que la búsqueda de intereses individuales o egoístas, lo conduzca a perderse y extraviarse”.[2] En ese sentido yo creo que la primera tarea de Miguel debiera ser la de conseguirse un gato.

 Me explico: Había una vez una pareja que peleaba constantemente porque la esposa odiaba al micifuz de la casa. Una tarde, le impone a su marido un ultimátum: “El gato o yo”. Obediente, va el hombre a la vuelta de la esquina y abandona a la mascota; al regresar a la casa ¿qué es lo primero que ve? Al minino. Se va más  lejos, más allá de los linderos del barrio y ya de vuelta, el felino lo espera rondándole las pantorrillas a su cónyuge con la cola esponjada (ya ven cómo son los gatos). Toma de nuevo al pobre animal y empieza a dar un rodeo de padre y señor mío, rebasa la calle, la cuadra, el barrio, la colonia, y más allá y no regresa. Al oscurecer, la ya para entonces preocupada mujer, escucha unos toquidos en la puerta y ahí están: Su marido todo sudoroso y el gato. “¿Y tú?”, le reclama indignada, “¿no que te lo ibas a llevar para que se extraviara?”. A lo que responde él: “Ya ni la friegas, si no es por el $%’@!¨*#*& gato el que no regresa soy yo”.

 Hace mucho rato que el PAN, en términos generales, anda perdido y extraviado. Es preciso que Miguel y sus muchachos, y muchachas, y el nidito de escorpiones, se den a la tarea de procurarse un gato que nos regrese al redil estatutario, a los principios y doctrina del PAN, olvidados y empolvados en algún viejo arcón, del que sólo los sacan de vez en cuando, en convenciones y asambleas, para hablar bien de ellos y arrumbarlos después cuando ya no son útiles.

 Creo que la mayoría de los panistas aprendimos la lección y estamos conscientes del lugar que ocupamos en la política local y a dónde nos llevó ese estilo peculiar de ejercer el liderazgo a partir de “cargar los dados” a favor, o en contra, de las legítimas aspiraciones de compañeros de militancia. Sería deseable que toque a su fin la hora de los presidentes de Partido, o servidores públicos de primer nivel, que desde su posición privilegiada alientan o inhiben candidaturas a su antojo, si atender a los méritos, por lo menos intelectuales, de sus incondicionales.

 Pero además, esa elección esperemos que constituya el anuncio de una nueva alborada (¡Chín! Esa frase me salió como de “Corín Tellado”) para el panismo en su conjunto. Ojalá, la misma se constituya en el ejemplo a seguir para el resto de los panistas en la Entidad que derive, por el amor de Dios, en la elección de un Presidente de Comité Estatal digno, confiable, honesto, inteligente -no sólo astuto-, cabal, preocupado por el bien del Partido y no sólo de sus propios asuntos e intereses personales (Nótense que también aquí omití los nombres y no dije cosas como “incompetente” o “trompudo”).

 La juventud y la inteligencia, por sí mismas, no son garantía de nada, está visto; sin embargo, cuando ocurre la feliz coincidencia de ambas, existen motivos sobrados para sentirse con esperanzas; confiemos que así sea.

 Finalmente, a todos, a todos, los muchachos, las muchachas y los bichos duranguenses, mucho éxito en esta encomienda que recién inicia; y no olviden que el triunfo en las contiendas políticas por venir, empieza en la  reconstrucción del Partido, en la altitud de miras, en la limpieza de propósitos y en el modo de hacer las cosas. Más de lo mismo nos va a llevar directo a donde estamos: El hoyo. ¡Ánimo! Ya lo cantó Joan Manuel Serrat: “Bienaventurados los que están en el fondo del pozo porque de ahí en adelante sólo cabe ir mejorando”.

 Luis Villegas Montes.        luvimo6608@gmail.com


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