Gotham es una serie de televisión basada en algunos de los personajes vinculados con Batman; particularmente, el Comisionado James Gordon; en ella figura también, ¡cómo no!, Bruce Wayne, el futuro Caballero de la Noche, y su fiel, Alfred.
Llevo viéndola semanas, lo confieso con un deje de culpa. En general, lo admito, eso de las series de televisión constituye una perdedera de tiempo que no tiene nombre (bueno, sí, pero es muy feo); es como mirar telenovelas del Canal de las Estrellas pero más chic.
En un aparte, permítaseme una confidencia inofensiva: contaba yo con frescos no sé, catorce o quince años y era una especie de tesorero de la Mesa Directiva de la secundaria, era nuestro baile de graduación y ahí estaban todos, esperándonos, al Presidente y a mí, y nosotros llegamos (no tan tranquilamente) tarde, pues esa noche, viernes precisamente, era el último capítulo de Los Ricos también Lloran. Ese fue el primero de dos deslices en mi salud intelectual porque años después reincidí con Tú o nadie (protagonizada por Lucía Méndez y Andrés García) y, ¡ay, ay, ay!, Mirada de Mujer, la que merece comentario aparte.
Pues bien, al principio, quiéralo que no, Gotham me pareció divertida; por alguna razón, Batman constituye un referente en mi vida cotidiana; eso, sin contar con que tengo dos trusas que dan cuenta de mi fervor y de las que, huelga decirlo, me siento particularmente orgulloso. Me las pongo yo y, oiga Usted, es como renacer.
Más allá de esos inocentes fetichismos, lo cierto es que, junto con Superman, Flash, la Mujer Maravilla o Aquaman, Batman llegó a mi vida mucho antes que El capitán América, Thor o —¡ay, cómo me pudo que le partieran su mandarina en gajos!— Ironmen; Yo crecí con DC Comics y lo demás son historias y ganas de complacer a esos neófitos de los dibujos animados que se les hace chico el mar para hacer un buche de agua. Si no me cree, frente a la parafernalia multimillonaria de Marvel está el Guasón y, como alertaron sus creadores, luego del aviso de Endgame, solo les bastó decir: “ahí viene el payaso”. Y sí, llegó.
Pues bien, retomando el tema, resulta que Gotham empezó a aburrirme porque resulta que era una de crímenes inverosímiles que me tenían hasta el compete: el que no hace explotar a sus enemigos los envenena; si no los envenena, los balacea; si no los balacea, los congela; si no los congela, los achicharra; si no los achicharra, los cuelga; si no los cuelga, los eviscera; si no los eviscera, los degüella; si no los degüella, los estrangula; si no los estrangula… los hace explotar.
Eso, hasta que, en mi cotidianeidad y casi sin querer, muy en contra de mi voluntad, empecé a buscar a Batman para ver en dónde —o cómo— aparecía. En ese instante comencé a hallarle sentido a la trama de esa historia supuestamente inverosímil.
En efecto, en este país, tenemos viviendo en Gotham casi un año: primero, fueron los 132 muertos por explosión de la toma de combustible en Tlahuelilpan; luego, el chantaje consentido del CNTE; después, el secuestro de 92 choferes por estudiantes de la Normal de Tenería; más tarde, la entrega de la plaza en Culiacán; posteriormente, la devolución de un narcojunior; a continuación, la indiscriminada matanza de mujeres y niños de la familia LeBaron; finalmente, el asesinato masivo de empleados de maquiladora a quienes les prendieron fuego en camiones de transporte.
En el transcurso de este horror, frente a la vesania del Presidente de la República, solo cabe preguntarse si, en esta puesta en escena que dura ya demasiado, El Cabeza de Pañal (usado) está jugando el papel del misterioso Acertijo, del desquiciado Pingüino, del loco Guasón o del hipócrita Harvey Dent (a) “Dos Caras”.
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Luis Villegas Montes.
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