Hopelessly devoted to you…por Luis Villegas
1.- Decidí escribir estas líneas el día de ayer por la noche. Creo que la reflexión dedicada al Instituto Estatal Electoral de Chihuahua y al burro de su Presidente, Fernando Herrera, bien pueden esperar para mejor ocasión -o sea para el próximo martes o miércoles-.
2.- Me imagino que habrá un montón de gente para quien el título de la canción que encabeza estos párrafos no signifique nada. Para mí tampoco; o al menos así fue hasta hace dos o tres días.
3.- Dicha afirmación me trae a un lugar común: ¿Cuántos de nosotros no hemos escuchado (y crecido -algunos no mucho, que conste-) con letras entrañables en inglés sin entender ni media palabra? Yo fui uno de ellos. Por décadas (¡ay, qué feo se lee!) en los primeros lugares de mi particular top ten estuvieron: You’re only lonely, Lookin For Love y Heartache, sólo por citar tres casos.
4.- ¿Cómo no vengo apenas ahora a enterarme de que la primera significa: “Tú eres solamente un solitario”, la segunda “Buscando el amor” y la tercera “Dolor del Corazón”? Digo, no se trata de que sus letras no tengan cierto toque nostálgico, no es eso, pero si he sabido antes que la primera estrofa de la primera canción significa, literalmente y sólo eso: “cuando el mundo está listo de caer sobre tus pequeños hombros y tú sientas solo y pequeño”, pues quizá no habría estado tan dispuesto a cortarme las venas como lo estuve alguna vez.
5.- Porque sólo era cuestión de que Bonnie Tyler se arrancara con aquello de: “It’s a heartache. Nothing but a heartache” y más de cuatro empezábamos a afilar las Gillette; ésas que los imberbes usábamos para sacarle punta al lápiz a falta de un mejor uso, pues es cosa de que voy a cumplir los 43 años y todavía no sé lo que es un bigote como Dios manda. Un mes, dos, casi tres (nunca llego al cuarto) y ¡zas! Adiós o los dos o tres pelos que con tanta dificultad se venían abriendo paso en mi rostro irremediablemente lampiño.
6.- Pero estábamos en que no me lo van a negar: Ésos de mi generación crecimos sin el inglés y sintiéndonos orgullosos de tener una Olivetti portátil. Lo de las computadoras era un asunto impensable y lo de las lap tops, bueno, lo de las lap tops era prácticamente un sueño de opio y ni hablar del Blackberry o de un iPhone; ni el Luke Skywalker traía algo parecido por muy espada de rayos láser que portara.
7.- O tal vez fue sólo que salí díscolo y romántico (o tarugo) porque las clases de inglés no me sirvieron para gran cosa y sufrí como loco con un montón de canciones de las que no entendía ni el nombre. Ahí tiene usted, por ejemplo, la canción que le sirve de título a estas líneas y que Olivia Newton-John inmortalizó en Vaselina -que lo más cerca que estuve de entender fue con la puesta en escena a cargo de Julissa y que don Raúl Velasco (q.e.p.d) nos hizo el favor de pasar por la televisión alguna tarde en su famoso “Siempre en Domingo”-. Aquí un obligado paréntesis: Definitivamente sí me estoy haciendo viejo; no me explico de otro modo cómo es que extraño ese programa que en mi infancia, espectador obligado por mi santa madre en casa de mi tía Socorro, odié con todas las fuerzas de mi alma.
8.- Pues durante casi tres décadas, me estuve devanando los sesos queriendo saber qué significaba eso de “Hopelessly Devoted To You” y nada, en una traducción muy libre es algo así como “locamente enamorado de ti”. Claro que no todo es culpa de mi ignorancia idiomática, pues sus buenos pesos se gastaron mi mamá y mi hermana Patty en sus intentos para que yo aprendiera inglés, pero llegaron Rigo Tovar y el Buki a estorbarnos el negocio y todo se fue al carajo porque ya después de oír -y entender a cabalidad- “Oh qué gusto de volverte a ver” y “Mi Najayita”, ¿quién diablos va a estar pensando en gentes cuyos nombres se nos atoran en mitad de la garganta?
9.- Total, empeñado en aprender inglés, como es del dominio público, me pongo mis orejeras, unas que mandó comprar mi secretaria no sé dónde y que son igualitas a las que usaba Jacobo Zabludovsky, de triste memoria (son un crimen, oiga, habiendo tantos aparatos, tan sofisticados, ahí me verá usted con mis audífonos gigantes), pues me pongo mis orejeras y a sudar la oreja escuchando música en inglés. Eso sí, con subtítulos. Si no amanso el oído, por lo menos quedo listo para ganarme la vida de traductor de textos.
10.- Me pongo mis orejeras, pues, y quiéralo a no, regreso a las tardes noches de mi adolescencia. Ahí es cuando constato que sí, la música tiene una particularidad mágica que no comparte siquiera con las palabras. La música es un vehículo que te permite viajar hacia el pasado; es una máquina que te transporta a otra época; un olor inasible y poderoso capaz de transformarte en un instante; un sentimiento que empieza a reptar desde el lado izquierdo del plexo solar y va a enraizarse en el pecho. En esos empeños, he dado con un filón de música que no recordaba y sin embargo está ahí: Agazapada, en algún lugar de la mente o, mejor dicho, del turbio corazón.
11.- Así por ejemplo, no sé cómo ni porqué (o sí sé, pero no me da la gana decirlo) rescaté de las telarañas del pasado a Janis Joplin -muerta cuando yo apenas contaba dos años y que no debió decirme nunca nada, tan distante en todo, en el tiempo, en la distancia, en la circunstancia específica- y cuya canción “The Rose” me estremece y me agita. ¿Y cómo no? Si la verdad que canta con esa voz triste es eterna, recordándonos que, muy debajo de la nieve, reposa la semilla que con el amor del sol en la primavera se convertirá en rosa. Y ésa es una certeza que es bueno recordar en cualquier circunstancia, en cualquier tiempo.
12.- Entonces, resulta que estoy chulo (por supuesto que es una metáfora, para no decir que estoy amolado), dado que esos ardores de juventud que debí padecer hace cosa de veintiocho o veintiséis años como máximo, los empiezo a sufrir de nuevo en una especie de recaída interminable de la mano de Elton John (que ni me gustaba), Hellen Reddy, Christopher Cross (escuchen el tema de Arturo) y hasta de los Bee Gees, de quienes, si tengo que serles completamente sincero a mis 19 lectores (ahí la llevamos muchachos y muchachas), he de decir que no me habrían entusiasmado tanto ni habría seguido sus pasos con tanto fervor -vestido de traje blanco y camisa negra, por supuesto, como cualquier otro quinceañero de mis mocedades que se respetara-, de haber comprendido entonces que la primera estrofa de “Stayin´ Alive” es más bien corrientona y sólo dice: “Bien, podrías decir por mi forma de andar que soy un mujeriego: No hay tiempo para hablar. La música alta y las mujeres calientes. He caminado sin rumbo desde que nací”. De haberlo sabido, seguro no me habría lanzado a la pista de luces de colores, bajo la infaltable bola de trocitos de espejo, a convulsionarme entre esos estertores que llamábamos, con toda la buena fe del mundo, “pasos de baile”, a intentar imitar a John Travolta en Saturday Night Fever.
Luis Villegas Montes.
luvimo6608@gmail.com
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