La buena cara del mal….por Luis Villegas
LA BUENA CARA DEL MAL.
Nada más alejado del título de estos párrafos que este proemio y la serie de fotos que engalana la reflexión. Es María, en Camboya. De vacaciones en la universidad —salió medio patita de perro (como su papá)— allá anda desde hace días.
Entre maravillada y estupefacta, María nos cuenta sus peripecias, nos envía fotografías o nos ilustra con algún comentario. Días atrás, escribió: “Ya acá ya vamos de camino a una isla por lo pronto todo muy bien, muy triste la historia de aquí; mataron a un cuarto de su población, la gente muy muy pobre. Esos parches que se ven como agujeros en la tierra antes eran como tres metros más profundos donde aventaban cientos de cadáveres […] y creo que no he visto algo así […] se pueden ver todavía las manchas de sangre que se quedaron en los azulejos de los pisos”. Yo le repliqué: “Los jemeres rojos asesinaron a un cuarto de su pueblo. Una auténtica locura, pero nadie conoce esa historia. Por eso jamás iría a Camboya. Me extrañó tu entusiasmo”.
Por supuesto celebro que María viaje; “los viajes ilustran”, dicen por ahí; pero mi escepticismo paterno se funda en que, habiendo tantos lugares hermosos en el Planeta, ¿por qué ir a esos sitios con una historia tan oscura? A Dios gracias, en estos tópicos a María mi opinión le tiene sin cuidado y allá fue, como dan testimonio las fotos que, reitero, engalanan estas líneas. Reconozco que las patitas se le ven cochinonas pero, bueno, ¡qué quieren!
¿Qué demonios tiene que ver una cosa con otra? Pues que el origen de esa desolación que contempla mi niña, verdadero holocausto, guarda relación con un macabro personaje de espantosa memoria: Saloth Sar, responsable de masacrar a la cuarta parte de la población de su país. Mejor conocido como “Pol Pot”, este genocida fue considerado, en su momento, un hombre seductor, carismático, de maneras suaves, gentiles; de trato amable e, incluso, encantador.1
Lo anterior viene a cuento porque desde hace semanas se ha estado insistiendo en el talante campechano2 (aunque sea tabasqueño) del Presidente de la República; discurso que, aunado a esa imagen populachera y bonachona, se presta a confusión pues, a caballo en ese populismo mal entendido, el actual Presidente ha hecho y desecho con el país sin rendir cuentas de su estropicio: designando a sus amigos o colaboradores cercanos como servidores públicos,3 4 imponiendo a diestra y siniestra tránsfugas del priato,5 adjudicando contratos millonarios a lo loco6 7 o provocando la huida de capitales,8 la pérdida de miles de empleos,9 el quebranto de miles de millones de dólares por la cancelación del NAIM10 y, como consecuencia, la minusvalía de las afores,11 por no hablar del más de un centenar de muertos en la tragedia de Tlahuelilpan.12
Estos yerros mayúsculos no se compensan con que vaya a las tiendas de conveniencia a comprar café,13 coma tortas en espacios públicos como cualquier hijo de vecino14 o dé entrevistas y se tome selfies en los aviones.15
Esa facha simpática y apacible no tiene ningún valor per se; excepto, mantener una imagen que, en el terreno de los hechos, contrasta de manera radical con el talente propio de un gobernante. AMLO no fue elegido para caerle bien a los mexicanos; además, resulta en una estrategia que llevada a extremos inadmisibles lo ha conducido a laberintos verbales verdaderamente monstruosos: “No se han detenido a capos porque no es esa nuestra función principal […] oficialmente ya no hay guerra (contra el narco)”;16 es evidente que esta declaraciónno cesa la violencia ni acaba con los cárteles; lo que es mucho peor, deja de cumplir con una obligación primordial del Estado: perseguir a los líderes de las bandas criminales y a sus cómplices.
Esa política errática y voluntariosa puede acarrear consecuencias insospechadas y producir estragos inenarrables. No, la cara amable y la sonrisita de medio lado no significan nada, si acaso, que su dueño está escondiendo sus verdaderas intenciones.
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