La paz como derecho constitucional…por Carlos Murillo
La paz como derecho constitucional
—por Carlos Murillo González—
La “guerra” contra las drogas continúa en el actual sexenio de la era del PRI neoliberal-populista. Todo parece indicar, que para legitimarse internacionalmente, el gobierno federal hará lo necesario, como liberar a la francesa Cassez o bien, someterse dócilmente a las políticas de Washington y no se diga, la entrega del petróleo y otros recursos energéticos y naturales del país a transnacionales. ¿Qué podemos hacer al respecto?
Gobierno de fresas
La polarización de la sociedad mexicana es evidente. El modelo económico-político y cultural es una estructura sociológica de dominación pensada para sustituir el esclavismo por el consumismo. Desde el triunfo de la Revolución Francesa y las guerras de independencia del continente americano, la burguesía asume el poder político-económico en sustitución de la aristocracia. En estos últimos doscientos años, los países democráticos (como gustan ser llamadas las naciones capitalistas) herederos de esta tradición, terminan finalmente comportándose como aquellos a los que criticaron y pelearon, pudiéndose fijar un patrón dialéctico que se repite (moebius): después de cada revolución social, el bando triunfante se vuelve igual o peor que su enemigo derrotado.
En otras palabras, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) hoy representa los intereses de aquellos en contra de los que surgió. Su ideología y su actuar lo sitúan claramente a la derecha del espectro político, disfrazado en un discurso populista, pero con un voraz apetito económico. El actual presidente de la república Enrique Peña Nieto, cuya figura recuerda al acompañante de la muñeca Barbie, Ken: un monito bonito, elegante, bien peinado y jovial, es sólo la carátula de una plutocracia que gobierna a través de él y en cuya base central se distinguen las huellas del ex presidente Carlos Salinas de Gortari y otros grupos de poder.
La “guerra” heredada del pasado gobierno panista, no parece tendrá otro tratamiento que la actual criminalización de la sociedad (encarcelamientos, retenes, revisiones exhaustivas, cateos…) especialmente a los grupos de izquierda y activistas; que programas como el SUBSEMUN se irán a los bolsillos de militares, políticos y empresarios del ramo de “seguridad” sin cambiar un ápice la estrategia de Estado policiaco, pues forzosamente esta visión requiere de la violencia para justificarse. Y para que todo esto suceda, la sociedad tiene que vivir en miedo o dormida (enajenada) lo más alejado de la realidad posible.
La cultura del consumismo, el placer, la competencia, el egoísmo, la avaricia, son los pilares (valores) de la sociedad actual, por eso son tan comunes los arrebatos de ira que llevan a la violencia (estrés) y enfermedades como el cáncer y la diabetes, cuyas curas parecen alejadas, mas no así las ganancias que dejan a la industria farmacéutica. En sociedades donde sus individuos aspiran a ser deportistas cocainómanos, estrellas de telenovela y empresarios sin escrúpulos, a convertirse en Kens y Barbies ¡con todos los aditamentos! En ese tipo de sociedades afresadas, donde el dinero y la apariencia lo es todo, hay una tendencia al vacío y la autodestrucción, pues sus pilares no son sólidos.
Sociedad de nacos
Para que exista un gobierno de fresas, la sociedad tiene que ser naca. El “naco”, como el buen Carlos Monsiváis escribía en los años setenta del siglo pasado, es un individuo que no se involucra en la política, no la entiende ni le interesa; es una persona que prefiere la ignorancia antes que comprometerse, la comodidad a la movilidad. En otras palabras es el tipo de ciudadano(a) ideal, perfecto, para el consumismo, pues se le puede moldear de acuerdo a sus deseos (placeres) y políticamente satisface el modelo electoral del que tanto presumen las democracias, pues igual no vota o puede ser cooptado por algún beneficio barato e inmediato.
El/la naco(a) no se da cuenta de su realidad; su grado de enajenación no le permite distinguir con claridad la situación en la que vive. La baja escolaridad y la mala alimentación son factores que influyen en la personalidad del naco, pero no son las únicas. En las clases medias, donde abundan los títulos universitarios y los pequeños negocios, se prefiere la diversión a la diversidad; la segregación a la solución a fondo del problema; a quejarse, a lo mucho, pero sin involucrarse demasiado. En sí, el naquismo, es algo muy común en las sociedades actuales, no sólo mexicanas. El naco politizado, como el snob, es aquel que repite desinformadamente lo que escucha que dicen los demás.
En el colmo de su naquez, el naco(a) aspira a ser fresa. Si el neoliberalismo no le da las oportunidades, las tomará por las mala, por ejemplo, en el narcotráfico. La aspiración de todo naco y todo fresa es el poder, el lujo; que le digan “mi rey”, que lo respeten y pueda jugar a ser magnánimo, a ser dios.
La paz
El patriarcado no puede garantizar la paz por que es fuente de guerra; es decir, su contrario. Ante la vorágine del Estado policiaco y el terrorismo de Estado, como ciudadanos(as) como personas, en lo individual y en lo colectivo, no sólo se debe y puede aspirar a la paz ¡hay que hacerla una bandera política y una aspiración social! Elevando el concepto como una garantía constitucional: el derecho a la paz. La felicidad no puede garantizarse, la paz sí. El camino de la paz es contrario al camino guerrerista de la agenda de Washington y el PRI; en está última el terrorismo, las armas, la ilegalidad, el abuso policiaco y el miedo alimentan una atmósfera dañina y perjudicial para la sociedad.
Si optamos por la paz y logramos el cometido, automáticamente tendrá que cambiar la estrategia de seguridad, primero por que será una demanda legítima y urgente surgida de la sociedad y segundo, por que el gobierno también sabe que no puede mantener por mucho tiempo el estado actual de las cosas. El regreso de la paz también significa castigo para los culpables de secuestrarla y la construcción de organismos y leyes que la faciliten. Vivir en paz es igual a vivir en sociedad civilizadamente.
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