La política, el conflicto del agua y el semáforo rojo…por Víctor García Mata
La política tiene muchas acepciones, desde una positiva definida como el arte y
forma de negociar concediendo cosas y aceptando otras para llegar a una
conclusión satisfactoria y en la cual ambos actores salen ganando a cambio de
ceder algo. Una negociación en la que gana más el hábil que el fuerte, gracias al
nivel de persuasión y contundencia del primero, y ahí es cuando el fuerte tiene que
ceder en algo y a veces cede de más. Pero si ambos ejercen la política, los dos
obtendrán beneficio al menor costo posible.
La otra acepción de la política es la negativa, también llamada grilla, que es aquella
que se ejerce por debajo del agua, de manera subterránea. Es una en donde por lo
general prevalecen las pasiones, lo visceral, el hígado. Aquí se da el encuentro entre
dos posiciones o bandos, ambos con la finalidad de destrozar y causar el mayor
daño posible a su contrincante, concentrándose en una lucha que muchas de las
veces provoca que se desatiendan los intereses, demandas y necesidades urgentes
de los subordinados.
Es esa política en la que la traición y la descalificación son formas básicas para
ejercerla. Es la más común y donde el concepto negativo de la no negociación
predomina. El político que practica y aplica estas premisas es alguien que no tiene
buena aceptación en la comunidad. De paso, hace que la política sea vista como un
ejercicio negativo y pusilánime.
Así como hay esta acepción negativa generalizada hacia los políticos, también la
hay en contra de los partidos políticos, muchos de los cuales hoy gozan de mala
imagen pública. Ambas percepciones han provocado abstencionismo en las urnas
y boicot ciudadano. En los dos casos los políticos son vistos como de lo peor.
Si nos remontamos a la historia, desgraciadamente en nuestra comunidad, estado
y país, siempre ha prevalecido esta forma de actuación negativa, y los gobernados
son quienes sufren las consecuencias.De esta entidad y de Juárez, tenemos que, en 1937, Rodrigo M. Quevedo asesinaba a sangre fría al senador Ángel Posada en el vestíbulo del hotel Kooper de siete
balazos. Dos semanas después era asesinado el alcalde juarense José Borunda, al
abrir un paquete bomba que arribó a su correspondencia. Borunda, también era
enemigo jurado del general Quevedo y a este se le atribuye organizar el atentado.
La política en aquellos tiempos se dirimía directamente a través de las balas o
mediante estratagemas que conllevaran a la muerte del rival en turno. Esta última
referencia se puede apreciar dentro de la trama del filme La Sombra del Caudillo
(https://www.youtube.com/watch?v=t2HHSuwmDJg)
La historia de la política en el estado de Chihuahua abunda en ejemplos de este
tipo, en los que políticos recurrían a la violencia, a la grilla o a la descalificación de
los adversarios. En 1998, el alcalde de Juárez, Gustavo Elizondo Aguilar, y el
gobernador de Chihuahua, Patricio Martínez García, sostuvieron discrepancias que
ocasionaron que a esta ciudad fronteriza le fueran restringidos considerablemente
los apoyos estatales.
En esa ocasión faltó tacto político de ambas partes, porque si bien es cierto que
había diferencias de carácter partidista entre ambos, por provenir de partidos
antagónicos en ese entonces (hoy está menos clara esa diferencia), finalmente
quienes se vieron perjudicados de esa pugna fueron los habitantes de Juárez por la
falta de obra pública y de un desarrollo urbano armónico.
Esta pugna ha sido una constante en la historia política del estado, en la que no ha
prevalecido la política como arte sino como forma de confrontación motivada por
intereses personales o discrepancias ideológicas o político partidistas.
Y quienes terminan sufriendo las consecuencias de estas diferencias son las
comunidades y los habitantes, quienes son obligados a soportar cada vez más un
sistema de vida precario que les ha hecho perder la esperanza y los ha forzado a
emigrar para buscar mejores horizontes porque ven que en Juárez y Chihuahua las
cosas no mejoran.Otro caso más recientemente en Juárez, ocurre en 2016, cuando simultáneamente
ocupan Javier Corral y Armando Cabada, la gubernatura y la alcaldía de Juárez,
respectivamente. El conflicto entre ambos aflora de inmediato con el nombramiento
del jefe de policía en Juárez, un cercano colaborador de César Duarte, entonces
prófugo y perseguido por Corral. A raíz de esa designación, los recursos de apoyo
estatal para Juárez disminuyeron y los conflictos entre Corral y Cabada siguieron
presentándose, aunque con periodos de negociación, ya que ambos personajes
durarán en el cargo 5 años.
Ahora con el conflicto del agua en la cuenca del Rio Conchos la tendencia se repite.
En esta ocasión el gobernador Corral enfoca su disputa en contra del Gobierno
Federal.
A raíz de la política, negociación y firma de acuerdos para coordinarse en la entrega
pactada de las cuotas del agua para el riego agrícola, acorde al tratado internacional
de 1944, que incluso se dio con la firma de un convenio de coordinación para la
entrega del vital líquido a Estados Unidos, Corral primero reprime a los agricultores
cuando fueron a plantarse con sus tractores en el exterior del palacio de gobierno.
En esa ocasión los regresó a sus comunidades sin el apoyo que le solicitaban.
Sin embargo, meses después cambia de parecer y empezó a apoyarlos, metiendo
con ello al Gobierno Federal en un fuerte conflicto diplomático con el gobierno de
Estados Unidos, mismo que se arregló por la vía de la negociación, es decir, por el
hábil manejo de la política exterior por parte la Federación.
El diálogo, el acuerdo, la política como arte, en ocasiones prevalece, como fue
finalmente en este caso del agua de la cuenca del Conchos, pero no es lo más
común.
En la disputa y diferencias con el gobierno nacional lo que ha prevalecido,
lamentablemente, ha sido la denostación, el insulto y la ausencia de argumentos.
En Corral la labor de gobernar no es lo suyo, pero sí la política foránea. Se siente
cómodo en foros, debates, discursos y en todo espacio y elemento que tenga que
ver con el exterior del estado.
Ahora está participando en una alianza federalista que sirve de bloque de
contención a las políticas del Gobierno Federal. Esa es su especialidad.
A raíz de la salida de su secretario de gobierno, César Jáuregui Robles, y la llegada
del relevo, Jesús Mesta, Corral ha mantenido abandonada la política interna. Desde
entonces la negociación ha brillado por su ausencia y la polarización prevalece. La
inconformidad de los ciudadanos que ya se dejaba sentir aumentó recientemente al
añadirse el retorno al semáforo rojo en todo el estado de Chihuahua por la alta
cantidad de muertes y contagios por el virus Covid-19.
Esta entidad es la única del país que volvió a dicho semáforo y ese retroceso sucede
precisamente luego que el gobernador se vio ausente de esta entidad durante un
periodo en el que mantuvo presencia constante en diferentes foros organizados
principalmente en la Ciudad de México.
Él puede ser considerado un buen elemento desde varios puntos de vista, como
legislador, orador, tribuno debatiente y por su proyecto inicial que resultó en la
captura de su antecesor, el ex gobernador César Duarte, así como en la
confiscación de sus bienes, además de la detención y castigo a algunos de sus
cómplices. Pero hasta ahí se fue el quinquenio.
En el futuro, Javier quizá sea recordado más por esos resultados y por su afán de
enfrentarse con quien se le interpusiera enfrente. La historia tal vez lo defina como
el caso de un político que de negociador y conciliador como legislador pasó
finalmente a ser un gobernante fajador y belicoso, cualidades que no eran
precisamente las que el Chihuahua necesitaba en ese momento.
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