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La vida es como el beisbol…por Luis Villegas

 1.- Los dos últimos correos me dejaron mal sabor de boca. Dicho así, como se lee. Me puse intensito (diría Germán Dehesa) y ya ven, esos son los resultados. Así que encarrerado en la búsqueda de mi equilibrio interior, las próximas reflexiones trataré que sean más leves. Suave el tono y suave el contenido -Conste que escribí “trataré”, no prometo nada-.

 2.- Como lo deben saber mis escasos trece lectores, esos que me siguen desde mi incursión a La Merced, empeñado en aprender inglés a como dé lugar, ando a la caza permanente de oportunidades para oírlo o leerlo. Me choca chapurrear una frase plena de sentido para mí y que mi interlocutor me responda con una parrafada que, bien a bien, no sepa yo si está siendo consecuente con mi intervención previa o me está recordando el 10 de mayo (Saludos, mamá; no te lo tomes muy a pecho, es sólo una metáfora).

 3.- Total, con una determinación envidiable digna de causas mejores, por primera vez en mi vida me dispongo a ver películas en inglés sin subtítulos en español… no entiendo ni media palabra, claro, pero confío en Dios que éste sea un asunto de carácter temporal y que en algún momento de mi existencia terrenal, estaré en posibilidades de entender la parla inglesa o, por lo menos, controlar el gesto de estupor (entiéndase cara de menso) que se me pinta en el rostro frente al hipotético interlocutor de la hipotética charla. En ese afán, veo películas como loco y hasta las sueño (van como tres veces que me siento la mascota tercermundista de Arnold Schwarzenegger por aquello del: “I’ll be back” que, por más que practico frente al espejo, no más no queda).

 4.- Bueno, pues si alguien tenía dudas de mi ignorancia en lo tocante a ciertos temas, lo pongo al día: El Britain’s Got Talent es un programa viejísimo que va en su no sé cuál temporada. Hasta hace unas pocas semanas lo cierto es que no tenía muy claro qué era ni de qué trataba. Convencido de que el inglés inglés es más simple de entender que el de otras regiones del Globo, me instalé cómodamente detrás de mi computadora, me conecté a la red y entré a Youtube a verlo y a escuchar los diálogos -y las interpretaciones- del más variado estilo y contenido, en un afán de comprender una palabra o una frase sueltas, para así educar mi oído que, lo que sea de cada quién, más que educar necesita que lo amansen al muy canalla.

 5.- Así las cosas, he visto desfilar frente a mis irritados ojos a un montón de personas que van desde la adorable Connie Talbot, una cantante de seis años cuya interpretación de “Over the rainbow” arranca las lágrimas (me las arrancó a mí que no le entendí ni “J”), hasta una cantante y bailarina de diez, Hollie Steel, que baila muy mal pero que cantó como los mismísimos ángeles (suponiendo que los ángeles canten y no estén atareados en otras ocupaciones más mundanas como cuidarnos las espaldas a los chihuahuenses): “I Could’ve Danced All Night”; pasando por -¡cómo no!- Paul Potts, Susan Boyle y Janey Cutler.

 6.- Para quien no sabe quiénes son Paul Potts, Susan Boyle o Janey Cutler sólo les diré lo siguiente: Paul Potts es un señor de 40 años, que vendía celulares, feo como robarle un dulce a un niño, desaliñado y con unos dientes que parece que se los aventaron en la boca a ver si se le acomodaban solos; y cuya interpretación de “Nessum Dorma”, el aria del acto final de la ópera Turandot de Puccini, ha dado la vuelta al mundo (más de 60 millones de visitas). Escucharlo, verlo ahí, de pie, ante un público multitudinario y observar cómo literalmente se transforma de un pequeño ser inseguro y titubeante en un gigante, es maravilloso. Quizá haya uno o dos o mil cantantes de ópera mejores que él, pero ese ser extraordinario creció con sus sueños a cuestas y jamás se dio por vencido; cada adversidad y vicisitud las sufrió con paciencia y a solas, en el silencio cómplice de esa soledad, aprendió las artes del bell canto. Ser un cantante de ópera autodidacta, no es poca cosa y, por ello, para mí, Paul Potts es un personaje digno de ejemplo.

 7.- Con todo, lo increíble estaba por ocurrir: Susan Boyle apareció en el escenario con su sobrepeso, ese aire extravagante -de aspecto lamentable-, la confesión previa de estar desempleada, ser soltera a sus 47 años (además de jamás besada) y dijo que su sueño era ser cantante profesional a la altura de Elaine Paige; en ese momento, todos, los jueces, el público, rieron por lo bajo y se olvidaron del humilde Paul Potts; empero, cuando Susan Boyle empezó a cantar “I dreamed dream” del musical Los Miserables, y su voz se coló hasta el corazón de cada oyente, el teatro pareció venirse abajo y, por segunda vez, se nos dio una lección a los escépticos: Los milagros todavía existen y están más al alcance de la mano de lo que uno podría creer.

 8.- ¿Luego? Luego vino Janey Cutler a cantar la inolvidable canción que Edith Piaf inmortalizó hace casi medio siglo: “Non, je ne regrette rien en su versión en inglés. No fue la voz, muchos, muchísimos de los intérpretes que han pisado los escenarios de Britain’s Got Talent cantan mejor. No fue el timbre grave, ni la gracia o la potencia -las tiene-. Es sólo que Janey Cutler cuenta 81 años de edad, 7 hijos, 13 nietos y 4 bisnietos; es sólo que muchos empezamos a morir a los treinta o a los cuarenta y al llegar a los cincuenta no sabemos dónde quedaron la felicidad ni las ganas de vivir; es sólo que a los sesenta, para muchos, se acaban los porqués y ninguna razón basta para seguir respirando… y soñando; es sólo que a los setenta años, existen quienes bromean con el estribillo del cadáver que respira y otros más que, tristemente, les dan la razón en los hechos.

 9.- De todos ellos, pues, admirándolos como los admiro -las dos niñas son simplemente fabulosas y los entrañables Paul Potts y Susan Boyle enchinan la piel-; me quedo con Janey Cutler. Estar cumpliendo un sueño a los 81 años es una inspiración. Es la constatación de que Shakespeare tenía razón y de que, como hace decir a Próspero en La Tempestad: “Estamos hechos de la misma materia que los sueños”.

 10.- Me parece fantástico llegar a comprender -¡y no sólo comprender, sino poner en práctica!-, a cualquier edad, sin importar los riesgos ni lo alocadas que puedan parecer nuestras aspiraciones, que la vida es como el beisbol: No se acaba hasta que se acaba.

 

Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com

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