Legalizando la muerte…por Aída María Holguín
La semana pasada, por causas de fuerza mayor, me vi involucrada en la tramitología para legalizar un deceso y su servicio funerario; el de mi abuela materna, Esperanza Sánchez Mena.
Mi abue Esperanza fue una dedicada maestra. Durante muchos años impartió clases de cocina y repostería en la ya desaparecida escuela de artes y oficios “Sor Juana Inés de la Cruz”, que después se convirtió en actual Escuela Secundaria Estatal No. 3015. Orgullosamente puedo decir que mi abuela fue fundadora de la “Secun 15”, y formadora de cientos -quizá miles- de chihuahuenses.
Hasta antes de que le diagnosticaran Alzheimer, mi abue siempre fue una mujer organizada y precavida. Ella siempre estaba preparada para cualquier contingencia, incluyendo su propia muerte. Es por eso, que desde hace varias décadas ella adquirió un servicio funerario a futuro; sin embargo, las previsiones de la maestra Baeza (como era mejor conocida), no fueron suficientes para lograr el objetivo que se fijó al comprar anticipadamente tal servicio.
Doña Esperanza decía que no quería dejarnos (a la familia) ningún problema; y en términos generales, no los dejó gracias a su visión futurista; sin embargo, pocos minutos después de su muerte nos topamos con el primero de muchos obstáculos para poder llevarla hasta su última morada.
Si bien el propósito de este texto no es fastidiarlos a ustedes, mis estimados lectores, detallando todos y cada uno de los trámites legales que a lo largo de varios días se tuvieron que realizar para poder dejar a mi abue descansar en paz; sí tiene el objetivo de exhortarlos a reflexionar y actuar con mucho tiempo de anticipación sobre un acontecimiento nada grato, pero que irremediablemente puede suceder en cualquier momento.
Sin duda alguna, la muerte de un ser querido muy es dolorosa; en esos momentos, lo único que los deudos quieren es acompañar hasta su última morada al ser amado y darle una despedida “con todas las de la ley”; infortunadamente, en ocasiones -como lo es este caso- la falta de información provoca que la tramitología -ya de por sí engorrosa- impida la pronta conclusión del proceso funerario, sólo por el hecho de no tener a la mano todos y cada uno de los documentos necesarios para obtener los permisos para la inhumación o cremación -según sea el caso-.
Cuatro días de adrenalina por la tramitología no me dejaron llorar la muerte de mi abuela; sin embargo, de todo lo vivido -en ese aspecto- en esos días, rescato algo que aunque parezca insensible, nos ayudará -en un futuro- a poder sufrir y llorar -como es debido- el fallecimiento de otro ser querido, o que otros lo hagan -en tiempo y forma- cuando llegue nuestro turno (toco madera para que ninguno de los dos casos se dé en un corto plazo).
Finalmente, después de cuatro días, la muerte de mi abuela fue legalizada y ya descansa en paz. De la amarga experiencia tramitológica, rescato -y comparto con ustedes- el hecho de que no basta con adquirir un servicio funerario a futuro, sino que es necesario tener a la mando todos y cada uno de los documentos requeridos por las autoridades, y que además, éstos no presenten inconsistencias (ni siquiera de carácter ortográfico).
Sé perfectamente que hablar de muerte no es agradable, y legalizarla -por obvias razones- tampoco lo es; sin embargo, son cosas a las que tarde o temprano tendremos enfrentarnos. Es por esto, que lo más sano (emocionalmente hablando) es que lo hagamos de manera “racionada”, y no en una sola exhibición para evitar desgastes emocionales innecesarios y por demás dolorosos.
Aun y con la pena de perder a la única abuela que me quedaba, quise aprovechar este espacio para compartir un asunto tan personal con el único fin de invitarlos a reflexionar y tomar -si así lo desean- las previsiones necesarias para que ese momento que inevitablemente ha de llegar, no se torne más doloroso y angustiante de lo que -por su naturaleza- ya es.
En esta ocasión no concluyo con la frase de algún personaje famoso. Hoy simple y sencillamente quiero decir: Abue, te fuiste sin poder recordar nuestros nombres, pero tu mirada -con esos hermosos y envidiables ojos azules- y tu sonrisa nos decían que nunca nos olvidaste… Nosotros tampoco lo haremos. Descansa en paz.
Aída María Holguín Baeza
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