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Luisa a un año…por Luis Villegas Montes

1.- Vamos a bautizarla, se supone, exactamente en tres días. Aunque eso de “vamos” es sólo un decir. Van otros; Los padres, los padrinos infaltables, por supuesto, al igual que el cura. El resto, sólo seremos acompañantes. Mirones de palo con el corazón henchido de algaraza.

 2.- Hace justamente un año, escribí estos párrafos: “4.- No la conozco; fui pero estaba en la incubadora; luego de fatigosas 10 horas de batallar para venir al mundo lo merecía. Creíamos que habría de nacer revolucionaria y combativa, el 1 de mayo o sus secuelas; afortunadamente no fue así, nació tierna y alborozada, en la víspera del 30 de abril.

 5.- No la conozco pero la intuyo. La he ido trazando merced a los detalles que me constan de Luis y Luisa -sus padres-. La imagino durmiendo apacible, berreando incontenible y haciendo gorgoritos después, como cualquier bebé que se respete… por no hablar de lo otro, de ese sucio asunto de los pañales.

 6.- Lo relevante es precisamente que la intuyo y la imagino. Que no necesito saber nada de ella para saberla ya definitivamente parte de mi vida. Pues sé, más allá de toda duda, que Luisa cuenta desde ya con un cómplice definitivo; con un aliado insustituible; con un confidente, un cófrade, un adepto y un admirador incondicional”.

 3.- Los meses transcurridos me confirman en todas y cada una de esas certezas intuidas a través de los ojos de alma pues, en efecto: Luisa berrea incontenible a la falta de los brazos conocidos y gorgorea de manera magnífica en los momentos de satisfacción -de los pañales mejor ni hablar-. Y aunque los ojos adquirieron ya de manera definitiva su forma y color, y contra el esperanzado pronóstico de sus padres no son verdes, a nadie le importa porque, además de esas dos cualidades indiscutibles, hace carantoñas y ríe de manera envidiable; transita de uno a otro lado con la curiosidad y el azoro propios de sus escasos 11 meses (casi 12); su cabello pareciera de algodón teñido y su risa, cuando se digna salir de su talante más bien reflexivo y serio, suena como el tañer de una pequeña y dulce campana.

 4.- Desde entonces, he tenido el privilegio indescriptible de cargarla a ratos, dormirla en mis brazos (una sola vez), asistir a sus pinitos en el asunto de los primeros pasos, obsequiarla con maicitos (dos) que devoró golosa sin importar su origen ni el tenue rastro del picante y, el más satisfactorio de todos, de ser alimentado por su mano regordeta y blanca -en franca demostración de su vena generosa y desprendida- con trozos de galleta salada que, obviamente, primero chupa para cerciorarse y convencerme de que sí, no entrañan ningún riego para nuestra salud.

 5.- Efectivamente, hace exactamente 365 días -no hubo un año bisiesto impertinente que viniera a alterar el cálculo- me redescubro y me estreno cada día y, casi, a cada rato, merced al milagro de su nacimiento pues, ése, lo sé sin un ápice de dudas, fue un parteaguas en mi vida: Me afincó en lo efímero de la existencia y al mismo tiempo, en lo dulce, en lo delicioso que resulta vivir; en la exigencia de darle sentido a la propia existencia a partir de lo cotidiano sin esperar el estrépito de grandes revoluciones ni demasiado de sí mismo. Moustaki escribió:

 “Yo declaro el estado de felicidad permanente

Sin que esto sea ‘palabras con música’,

Sin esperar que vengan tiempos mesiánicos,

Sin que sea votado en ningún parlamento”.

 

         O parafraseándolo: “Es definitivamente imposible declarar el estado de felicidad permanente, pero es intolerable no intentarlo”.[1]

 6.- Me habita la certeza de que el gozo de vivir es mayor a cualquier percance y que es superior a la suma de todas mis cuitas: Estoy aquí, ahora, viviendo esta vida que Dios me regaló -ya lo saben: Reniego de la generación espontánea (me encanta mi tocayo Pasteur)- y la constatación manifiesta de ello empieza a caminar y a cambiar de dieta.

 7.- Por otro lado, si no creyera en mí, si me quisiera sumergir en la duda fundacional de Descartes, la descartaría con la evidencia irrefutable de esa niña de ojos claros que, sin proponérselo, es capaz de despertar toda la ternura posible con apenas un gesto mínimo, ínfimo, de su manita izquierda o con el resplandor intermitente de una sonrisa molacha.

 8.- Cuando nació, lo primero que hice fue replantearme a mí mismo todas mis prioridades. Hasta entonces había sido adulto en todo: Lamentablemente hasta con mis propios hijos y en esa forma torpe de intentar balances de vida a partir de pérdidas y ganancias materiales. Ahora, valoro más cada instante y aunque la distancia duela, como una espina clavada en el centro del pecho, sé que el desamor no necesariamente se alimenta de ella: La ausencia no se mide en kilómetros. El poeta Celada se equivocaba -en su poema “Nublos”- al afirmar que la “ausencia quiere decir olvido”; aunque éste suela ser paciente, tenaz, tortuoso, imaginativo y más fuerte de lo que parece en principio, el desamor se alimenta de otras cosas. Es más, a veces, la ausencia, con su pátina gris y húmeda, enraíza más los sentimientos.

 9.- Como sea, estoy cierto que Luisa vino a devolverme la vista. Desde hace un año lo veo todo con distintos ojos, mucho más nítido, y recobro la clara noción de qué va primero y qué va después en mi vida: Y ahí, en el centro de todo, está mi familia; mis seres queridos; queriéndolos, cuidándolos, dejándome querer y cuidar.

 10.- Así que es justo que este domingo vaya a su bautizo. Se lo debo. Se lo debo pues, hace exactamente un año, ella me “bautizó” a mí. Sin alzar la voz, sin siquiera balbucir las primeras letras, vino a recordarme qué es importante y qué no. Y de lo importante, nada, absolutamente nada, es susceptible de una apreciación pecuniaria (como dirían los abogados).

 

Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com


[1] Citado por Adela Micha. MICHA, Adela (2009): Adela entrevista a Adela en Gritos y susurros. Experiencias intempestivas de 38 mujeres. Editores: Aguilar y Raya en el Agua. México. Pág. 185.

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