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Mafer de vuelta…por Luis Villegas

MAFER DE VUELTA.—

Estamos de fiesta, después de dos años de ausencia, viene María. Si alguno me sigue en estas reflexiones, sabrá de qué va la cosa: estudia en China desde hace ya, casi, cuatro largos años. En ese lapso han ocurrido muchas cosas y, sin embargo, aquello digno de contarse continúan siendo esas pequeñas cosas que guardan relación con lo mejor de nosotros mismos.

Se supone que el de anteayer fue un día memorable para México; falta ver si es cierto, cualquier comentario que no sea exultante pareciera un mero desahogo, un trágico “respirar por la herida”; lo cierto es que me gustaría decir que estuve equivocado todo ese tiempo pero estoy sincera, profunda y aterradoramente convencido de que no; por eso, mejor el silencio y la circunspección frente a la desmesura de un regocijo pendiente de justificar.

Por eso la celebración del feliz suceso de que María viene; y viene a darle un soplo de esperanza al aire irrespirable de los meses previos, cargado de mefíticos vahos: mentiras atroces, vacilaciones matadoras, frustraciones insalvables, vacuas ilusiones.

Sea cierto o no para los ojos de los demás, meros espectadores, lo mejor de nosotros mismos siempre serán los hijos; no hay nada que se quiera más; con más convicción, disposición y entrega. No pocas veces, lo bueno y lo malo que nos ha tocado vivir, lo vivimos en ellos y por ellos: en sus sueños, en sus fracasos, en sus dudas y en sus éxitos. Lo anterior no significa, ni por asomo, que sea cierto; después de los 15 años lo bueno y malo que nos ocurre es responsabilidad nuestra; y si los padres no vamos a ser ese hálito benéfico que impulse su velamen para que los conduzca a buen puerto, más valiera que nos diéramos un tiro.

No pocas veces los padres nos erigimos en auténticos obstáculos en ese proceso de crecer, tratando de imponer una visión, una voluntad, una querencia, una frustración; no señor, los hijos están para quererlos y darles alas; porque el timón se los fabricamos desde pequeños y si no lo hicimos a tiempo de poca cosa va servir empezar a los dieciséis.

Yo a mis hijos los he criado mal pero los he querido mucho; ahora sólo me resta verlos madurar y mantenerme al margen hasta donde sea posible; apoyándolos ahí donde debo y viéndolos con estupor, con rabia, con desencanto, con gusto, con tristeza, con alegría, cada que la ocasión me los pone a modo.

Por eso, este miércoles es maravilloso así a lo pelón, sin adjetivos: regresa María; viene a quedarse un mes; viene a ver a sus abuelas, amigos, parientes, padres y sí, ni modo, también al Adolfo; ya empezarían a llevarse bien, supongo, pues esta mañana me preguntó muy preocupado que a qué horas llegaba porque quería comprarle chucherías de ésas que ella extraña horrores allá donde vive. Y lo es de más de un modo porque pudiendo irse a un montón de lados, hablaba de París y Filipinas, decidió que no; que quería venir al terruño a vernos porque se muere de ganas. Nada, nada, nada, en este Mundo puede ser más delicioso y cálido, y dulce al oído, que una declaración de esa índole según la cual, abriéndose tan ancho el mundo para sus ojos pizpiretos con pestañas de tejabán, decidió venir a Chihuahua a vernos.

La esperamos con ansias y conste que, desde ya, Luis Abraham, con el cuento de que se le dan bien los gorgoritos, queda emplazado para dedicarle a su hermana dos o tres canciones para que ella se azore y se convenza de una vez por todas que, de todos los viajes posibles, este fue el mejor, sin duda.

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