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México y yo (Segunda parte)…por Luis Villegas

12.- En cambio, sentirme orgulloso de mí ése ya es otro cantar. Busco los porqués para ese alarde y no los hallo de manera fácil. Adelantaré algunos: Cada vez que he tropezado me he levantado y, lo más importante de todo, he procurado no volver a topar con la misma piedra. Me he despojado de varios hábitos nocivos para la salud y para las esperanzas que tengo puestas en mí: El alcohol, el cigarro y la propensión al pleito, entre otros (en la última me caigo y me levanto, que conste); salgo a hacer ejercicio por las mañanas para morirme muy sano ¿?; terminé una Maestría que abrió mis ojos a la mitad de la vida; cultivo una pasión ingobernable y benéfica: La lectura; sin ninguna sombra de dudas sé que amo a mi familia y soy consecuente con ello; creo en Dios sin titubeos (y no soy consecuente con ello); he escrito seis libros: Dos ensayos, dos manuales y dos novelas -que no creo ver publicadas jamás, pero están ahí, fruto del amor y la constancia-; he pagado puntualmente, de una u otra forma, todos y cada uno de mis errores; y en números redondos no soy acreedor ni deudor de nadie.

 

13.- Ese precario balance sirve como punto de partida para la otra reflexión. Aquella pendiente de formular sobre mi País. Aclaro: En este punto la emoción no cuenta. Y no cuenta porque todo en el Museo Itinerante constituye una encerrona. Las fotos, enormes, nítidas, perfectas, de colores espectaculares, atrapan la vista y de manera inconsciente empieza a martillear en tu cabeza la certeza de que: México y su gente son hermosos. Sumamente hermosos. Rostros, rostros, rostros, máscaras, manos, niñas, jóvenes, vaqueros, ancianas, campesinos, madres, unos pies humildes, reverberando desde su luz interior, captados por la magia de la lente: La eternidad de un instante capturada en la mangana perfecta del charro infaltable o en el suave descenso de los Voladores de Papantla. Pero ahí no concluye el asunto pues el pasillo del museo, prolijo detalle de la celada, lo lleva a uno hacia una especie de vestíbulo a oscuras donde se encienden tres pantallas gigantes y, desde diversos ángulos, corre una película que recapitula lo observado unos pasos atrás. La secuencia se vuelve más viva y la música de fondo empieza a arrastrarnos, primero con lentitud, luego con precipitación, desde el abismo de la euforia, hasta la cima del orgullo patrio. Los timbales resuenan, palpitan, el estruendo se le mete a uno por los poros y una mano húmeda se aferra al corazón. La escena se desvanece con la recreación de una carga de caballería del General Pancho Villa al frente de sus Dorados. Luego, la oscuridad súbita se interrumpe por una, dos, tres, muchas pantallas refulgiendo y esos mexicanos de atavíos diferentes, de rostros diversos, de condición disímbola, de edades distintas, despliegan frente a su pecho la bandera nacional. No se vale. Sale uno de ahí más mexicano que el pulque. Olvidándose de las cosas sin nombre que ocurren a diario y tienen a la patria y a los compatriotas sumidos en un abismo de dolor, tristemente remediable, y de una desesperación sin orillas.

 

14.- Así las cosas, continúa incólume la interrogante: ¿Amo a mi país? Y me respondo más rápido de lo que yo creería posible: Sí, lo amo. Amo esta tierra porque no tengo elección. Uno no elige a quién amar. Puedes, con un enorme esfuerzo de la voluntad, decidir el cómo, el cuándo y a veces hasta el dónde, pero no a quién amar ni porqué. Fromm estaba como operado del cerebro, el amor no es un arte ni puede serlo porque no nace de la voluntad y ni siquiera de la inteligencia (hagan memoria). Y yo amo a México porque aquí nací; porque aquí he crecido (poquito), porque aquí formé mi familia que ya va (Hola, Luisa) en la tercera generación desde mi simiente; porque tiene paisajes envidiables y zonas arqueológicas maravillosas que hablan de un pasado extraordinario. Sonrío y me percato de la verdad que yace detrás de las palabras de Marta Lama: “El inconsciente es un saber, una información sedimentada sobre nosotros mismos, que no sabemos usar. Por eso, la amorosa es una elección anterior a cualquier razonamiento”.[1]

 

15.- Bajo esa óptica, se despejan dos interrogantes de manera simultánea: No sólo amo a mi País; lo amo y, para amarlo, no caben las razones: Apenas sí ese estremecimiento de intenso gozo al contemplar sus paisajes, sus playas, selvas, montañas, planicies, cañadas, desiertos y cielos, cielos, cielos y mares inmensos de diez mil colores. ¿Cómo no amar sus orígenes, perdidos en la negrura de los tiempos, que nos refieren historias maravillosas de esplendor casi mítico?

 

16.- Sin embargo, como en mi caso particular, los motivos para sentirme orgulloso son más discutibles. Las razones para amar a mi País no son las mismas que para sentirme orgulloso de él y algunas de ellas, a veces, al contrario, me hacen temblar de rabia pues la miseria de la mayoría de sus habitantes desmiente la riqueza de su suelo; la inteligencia que brilla en las pupilas de los niños se niega en los hechos de manera cotidiana bajo el signo de la desesperanza; el ingenio y la capacidad de trabajo de sus hombres y mujeres, es burlada a diario frente a la falta de oferta de empleos dignos y remunerados.

 

No, definitivamente no me puedo sentir orgullo de las gestas de sus próceres; no es que sus méritos sean o no discutibles, no se trata de eso; no es la naturaleza equívoca de muchos de sus actos, en lo absoluto; es que sus hazañas ¡se hallan tan distantes! ¡Nos son tan ajenas ya! ¿De qué sirve conservar la memoria de los héroes que nos “dieron Patria”, si a diario se pisotean sus ideales? ¿De qué sirve la libertad sin justicia? ¿De qué la justicia sin libertad?[2]

 

No, no me enorgullece, por el contrario, me apena, la inequidad lacerante y la desvergüenza de sus magnates. Me afrentan de modo indescriptible esos pobres hombres y esas hembras tristes que sólo tienen el consuelo de la hondura de su codicia. Y me avergüenzan aquellos, por supuesto, todos aquellos que lo hacen posible desde el poder público.

 

No creo, pues, ni en héroes, ni en paisajes, ni en pasados gloriosos y distantes, ni en banderas, ni en gestas, que se empleen sólo para ocultar la realidad viva de nuestras aflicciones presentes. Entendido así, el Bicentenario es una excusa, una mala broma, un narcótico y un insulto personal, personalísimo, para millones de mexicanos. Como sumergirse a ojos cerrados en ese océano de frivolidad que se llama “Mundial de Fútbol” (y que ya quiero que llegue).

 

17.- Mi orgullo proviene, entonces, de otra parte. Su origen se halla en la sonrisa dulce de sus mujeres -que descubrí repetida y luminosa en esas fotografías sorprendentes- vencedora de cualquier desventura; en la mirada fija, a veces dura, que da cuenta de un espíritu indomable, incapaz de doblegarse frente a la inmisericorde prueba de la adversidad centenaria; en la promesa implícita en el rostro sonriente de multitud de niños que le dan a la palabra “felicidad” su auténtico significado; en los millones y millones de personas, comunes y corrientes, que merced a sus ilusiones, a sus gestos de amor y entrega, a su capacidad de ahorro, a su espíritu de servicio, a su dedicación, a su talento, a su disposición, a su generosidad, a su sacrificio, a su inagotable sed de conocimientos, a su valentía, a su gusto por la vida y a su ejemplo, mueven al mundo y mueven a México.

 

18.- Salí del museo sin comprar casi nada. Las plumas se me pierden; los álbumes de fotos apenas si serían hojeados u ojeados; los paliacates enormes harían un bulto que seguramente deformaría el más que chato perfil de mis asentaderas; no tengo con quién jugar memorama; y no soy de cuentas ni pulseras ni abalorios (me repatrían); así, compré un modesto separador de libros con la hermosa imagen de una niña vestida de azul saltando entre unas ruinas.

 

Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com


[1] LAMA, Marta (2009): Mi brecha en Gritos y susurros. Experiencias intempestivas de 38 mujeres. Editores: Aguilar y Raya en el Agua. México. Pág. 233.

[2]Creo en la Justicia y creo en la libertad, y una sin la otra me saben mal”. MERCADO, Patricia (2009): Mujer del México posible en Gritos y susurros. Experiencias intempestivas de 38 mujeres. Editores: Aguilar y Raya en el Agua. México. Pág. 155.

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