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Navidad y misantropía…por Carlos Murillo

La religión es el opio del pueblo

Karl Marx

Me vuelvo más avaro, ambicioso,

aún más cruel y más inhumano,

porque estuve entre los hombres

Séneca

La Navidad enajena. Sí, la Navidad es un muy útil recurso de la superestructura capitalista desde el siglo XIX. El sincretismo de esta religión, sobre todo en su versión occidental, tanto católica como protestante, se adapta muy bien a los regímenes autoritarios y adopta la piel burguesa del consumismo y la explotación como sinónimo de felicidad.

La Navidad proviene de una tradición pagana (el culto al sol romano) y sirve de instrumento de dominación cultural. En el mercado libre, el espíritu de la Navidad es el consumismo egocéntrico, no el cooperativismo ni la solidaridad. Y es tan absorbente, distractor y frívolo, que hace del mes de diciembre una burbuja de felicidad superficial, un merecido descanso de las trivialidades diarias, incluida las noticias sobre corrupción política. Si la gente de por sí está distanciada de la política, despolitizada, es una época ideal para promulgar leyes de seguridad interna, asesinar activistas (¿quién recuerda a Marisela Escobedo?) o cometer masacres tipo Acteal.

El cristiano(a) cree que es bueno, porque es cristiano y en su libre albedrío, no le importa votar por Trump o por el PRI, destruir el ecosistema del planeta, hacer la guerra o tolerar regímenes corruptos e injusticias sociales. Sin duda un Cristo moderno, vuelto a nacer, se sentiría escandalizado de sus seguidores y de seguro formaría un movimiento contra el cristianismo, para luego ser asesinado por los mismos (los fanatismos no aceptan las críticas ni la competencia).

En la actualidad las religiones están dejando de ser refugio para las y los necesitados (con la excepción de los curas pederastas) y el cristianismo y la Navidad simplemente se alinean a los deseos de sus amos, ya sean jerarcas religiosos, empresariales o políticos. Basta darse una vuelta por las calles y las tiendas de menudeo para ver la “civilidad” de la gente: desde cómo manejan sus automóviles, hasta cómo se arrebatan mercancía antes de pagar. Difícil ver la ayuda al necesitado, la solidaridad con el enfermo, o incluso, velar por el futuro de sus familias, pues no miden las consecuencias de sus actos. El gran ganador: el “orden” y “progreso” capitalista.

Claro que hay sus honradísimas excepciones, pero para un país como México, más preocupado por el asesinato de un joven adolescente promotor del alcoholismo y el narco (el “Pirata de Culiacán”) que por la militarización del país o el abominable feminicidio, la Navidad resulta algo fútil, una tradición sostenida no en sus fundamentos, sino en el reflejo de la cultura actual,

egoísta, deshumana, depredadora y orgullosa de ello. El altar cristiano navideño capitalista no es un pesebre con el niño dios recién nacido, sino un tzompantli con cráneos empalados.

Y esta cultura misántropa además se siente ofendida cuando se le critican sus vacías tradiciones, que sólo reafirman un carácter desviado y no la religión que dicen practicar. El camino de la misantropía está empedrado de hipocresía y cinismo. Nadie reconoce su odio y antipatía a la humanidad, pero bien que la practican de una u otra forma (racismo, clasismo, homofobia…). El dinero y el poder en realidad son los dioses que se adoran, los valores que se buscan o defienden, pero, ¿quién sería capaz de reconocerlo?

Cuando se dice que “la religión es el opio del pueblo”, es por su cualidad de desprenderse de la realidad, de distorsionarla y alienar a la gente. Algunas personas se esfuerzan por ser mejores en esta época, para seguir siendo los patanes de siempre el resto del año; otras simplemente potencian lo malo que ya eran y se vuelven peores. El alcohol y los excesos, las deudas, la gula y demás, son los símbolos incongruentes, pero legitimados, de una sociedad enajenada y de un sistema corruptor.

Así pues, no se engañe. La persona que es consecuente con su forma de ser, sus creencias y prácticas, lo es siempre, todo el año y no necesita de ciertas fechas o cultos para, como los antiguos fariseos, reafirmar su fe y hacerse pasar por lo que no es (practice what you preach). Por el contrario, aquellas personas que se identifican como cristianas (aunque no practiquen sus valores) en diciembre se sienten como Santa Claus, pero están más bien aculturados a imagen y semejanza de El Grinch (ese personaje de cuento que se robó la Navidad) sólo que no se dan cuenta de ello por su misma enajenación.

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