No sólo de pan vive el hombre…por Luis Villegas
Confío en que algunos memos que me leen y suelen criticarme por los temas que abordo, no se rasguen las vestiduras y vean como un atentado al Estado laico mi participación de esta fecha; o como una intromisión indebida -e imperdonable- de la judicatura en temas santos. Lo digo porque, para buena parte de esos tarados, pareciera que mi condición laboral me convierte, ipso facto, en una especie de ciudadano de segunda incapaz de hacer públicas sus inclinaciones u opiniones que derivan de su condición irrenunciable de ser social. Va pues.
Con azoro, he leído lo que algunos -ateos, agnósticos y no católicos- han escrito o posteado en su muro de Facebook o han publicado en algún medio respecto de la visita del Papa; palabras más palabras menos, con toda seriedad, lo imbéciles se quejan del costo que la misma representará para el Erario y se preguntan, por un lado, por qué el Estado debe cubrir ese gasto; e igualmente, por qué los no católicos habrán de apechugarlo.
En principio, habría que decir que buena parte de ese gasto se debe hacer para garantizar la seguridad de los propios asistentes a los distintos eventos; no se le está “pagando” al Papa para que venga. En ese sentido, si el Estado se limitara a tolerar la visita sin mover un dedo, es posible que ocurrieran multitud de incidentes a partir del deseo manifiesto de los cientos de miles de creyentes (quizá millones) que acudirían en tropel, organizados o no, e intentarían ver, aunque fuera de “lejecitos”, a su Santidad. Si el aglutinamiento de miles de personas, durante un breve lapso, en un espacio reducido, no constituye un problema público entonces no sé qué lo es.
Pero digamos que esa es la parte “mecánica” del asunto.
Porque lo verdaderamente relevante es lo que no se ve. Lo que no se alcanza a ver con los ojos del cuerpo.
La visita del Papa Francisco aunque es, sobre todo, un acontecimiento espiritual, también lo es de índole política. Permítanme una breve digresión. Manuel García Pelayo, con plena lucidez, apunta que en un sentido lato, son políticas “las relaciones de conflicto, de concurrencia y de cooperación entre las personas y/o los grupos para determinar o influir las decisiones de la entidad social de la que forman parte”;1 y agrega: “[…] puede afirmarse que allí donde hay una entidad social, allí hay política sea que se trate de las Naciones Unidas, de la OCDE o de una gran compañía multinacional, sea que se trate de una Facultad universitaria, de un club, de una comunidad de vecinos o hasta de una familia relativamente amplia”;2 pues, hoy por hoy, en México, no existe una especie de “familia relativamente amplia” más grande que la comunidad de católicos que pueblan su suelo, equivalente al 83% de su población.3 En este tenor, pues, ¿no reviste particular importancia la presencia del Papa en México desde un punto de vista social, en sentido estricto; y desde un punto de vista político, en sentido amplio?
Si se pretende poner en duda la validez del aserto anterior, entonces no se está considerando un argumento, de naturaleza más sutil pero -para mí- mucho más contundente: La presencia del Papa es intrínsecamente valiosa porque envía un mensaje de amor y de paz dirigido a millones de personas en todo el mundo pero particularmente a nuestra sociedad. La presencia del Papa Francisco, por sí misma, es útil, benéfica, pertinente; pues le permite a un enorme conglomerado unirse en razón de valores que trascienden la grosera condición humana. El Papa -por sí mismo- representa no solo la institucionalidad de la Iglesia Católica; para millones de fieles, es la encarnación de la esperanza y la fe; y en un medio como el nuestro, en esta modernidad consumista y desalmada, donde los valores se deterioran cada día más de prisa, es precisamente ese mensaje esperanzador lo más fructífero, lo más necesario, lo más imprescindible. El mensaje del Papa constituye una rendija, una oportunidad, un atisbo, para confirmar eso que ya sabemos pero a veces se nos olvida: No solo de pan vive el hombre. Referido a temas terrenales, estrictamente políticos, incluso, don Manuel Gómez Morin solía pedir que nunca “faltaran motivos espirituales”. Pues la visita del Papa a México, a Chihuahua en especial, constituye un poderoso motivo espiritual; una oportunidad magnífica para la reflexión, para la reconciliación, para la concordia; una lanzadera para intentar una mejor sociedad a partir de ser mejores nosotros mismos. Y si eso no es de interés colectivo y, por ende, de naturaleza política (lato sensu) no veo qué más puede serlo.
Por ello es que ese gasto a favor de los “católicos” (que como ya lo vimos no es tal) sí se “justifica” del todo. Baste recordar la cantidad de recursos que se destinan, cada año, a multitud de eventos de muy diversa índole enfocados a un reducido sector de la población. Así por ejemplo, cuando viene figuras de la talla de Plácido Domingo, cuyo gasto se sufraga total o parcialmente por el Estado, a nadie se le ocurre reclamar este gesto pese a que, lo sabemos, es mayoría la gente a quien no le gusta la música clásica; y lo mismo puede decirse de las campañas destinadas a combatir la obesidad, del impulso a las artes -el teatro por ejemplo, que particularmente en provincia se financia con recursos públicos- o la promoción de actividades deportivas; en todos estos casos son más, muchas más las personas que no comparten un problema, un gusto o una afición y sin embargo se benefician indirectamente de esa actividad estatal.
Pues bien, en lo personal, me congratulo de estar preparando mis bártulos para irme a Juárez a ver al Papa Francisco y de ser partícipe de ese momento histórico; no soy muy piadoso que digamos y, ya puestos, ni siquiera un buen (o mal) practicante de mi religión pero quiero estar ahí, en medio de multitudes, con el corazón henchido de emoción y júbilo. Ojalá la experiencia me (nos) sirva para intentar ser poquito mejor ser humano.
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Luis Villegas Montes.
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