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Nosotros los nobles…por Luis Villegas Montes

NOSOTROS LOS NOBLES.

 

Ya fui a verla. Dos veces. Desairados por Adolfo y María, Adriana y yo emprendimos el camino del cine. En este punto, me hubiera gustado decir que lo nuestro fue un arrebato y que de última hora decidimos dejar atrás nuestros librotes de leyes para incursionar en el mundillo del séptimo arte (yo quiero ser de esos que hacen los efectos especiales), pero no; lo nuestro fue lisa y llanamente una ida al cine. Con cargo de consciencia -los dos, porque se supone que estamos a dieta-, compré palomitas y la cocota infaltable. Aquí un alto; ya me harté; ya me cansé de pagar cantidades estratosféricas, que bien alcanzan para pagar 5 o 6 latas de soda en la tiendita, por un vaso grande con 10 miligramos de refresco y la mitad de un iceberg. La última vez, sumido en la oscuridad, por poco y me da un preinfarto cuando alcé mi vaso y le sorbí al popotito: Uuhsss, uuhsss, ¡UUHHSSS! y nada. Saqué el celular, encendí la lamparita para buscar al bicho responsable o, en su defecto, hallar el agujero por donde se había ido el líquido; nada, tampoco. Abrí el cilindro y ahí estaba: Tres cuartas partes del envase eran cubos de hielo, lo demás puro aire. No hay derecho; o le ponen remedio o voy a empezar a meter de contrabando mi refresco.

 

Total, volviendo al motivo de estas líneas, ya fuimos a ver Nosotros los Nobles. La ficha técnica me decía poco, excepto por Gonzalo Vega -a quien he visto innumerables veces en el teatro (recuerdo un magnifico Don Juan Tenorio y, por supuesto, La Señora Presidenta), todo lo demás era misterio. Definitivamente, los nombres de Karla Souza, Luis Gerardo Méndez y Juan Pablo Gil, no me decían nada. Yo fui porque desde hace buen rato decidí que es mi deber apoyar al cine nacional así que, siendo película mexicana, me apunto y voy. Alguna reseña dice del filme que se trata de “una comedia simple, a la que se le agradece primero que nada su sencillez, claridad y ligereza”; y que: “Es poco probable que cambie vidas, pero hace sonreír y pensar lo suficiente como para salir de la sala sin la sensación de haber gastado el dinero en balde”.1

 

Me quedo con esa última afirmación, sí, en efecto, es poco probable que cambie vidas, pero ¿de cuántas películas o, para el caso, libros, puede decirse que lo logren? Por supuesto que no voy a emprenderla aquí en contra de la autora de la reseña, la cual me pareció excelente, atinada punto por punto, no; digo que me detengo aquí porque la cinta me pareció muy útil para  emprender una reflexión, en solitario, sobre los tópicos que aborda. En síntesis, sin incurrir en la grosería de abundar en los intríngulis de la trama o adelantarle el final, Nosotros los Nobles trata de un empresario viudo, Germán Noble (Gonzalo Vega), quien tras sufrir un preinfarto -igualito al mío con el asunto de los hielos en el cine-, comprueba que de sus tres hijos no se hace uno (niños mimados, los típicos junior) y decide fingirse en bancarrota para obligarlos a valerse de sus propios medios. Sin celular, ni tarjetas de crédito, ni autos de lujo, deben empezar desde cero, buscarse un empleo e ir tirando para salir adelante. La película, sin pretensiones de ninguna índole y con un toque de humor que no se agota, nos sitúa en los dos extremos de la ecuación: El punto de vista del padre y el punto de vista de los hijos; los fallos y aciertos de ambos en el diario convivir, con su carga de dudas, resentimientos y resquemores; de miserias y alegrías cotidianas.

 

Por alguna razón, en ocasiones perdemos contacto con nuestros vástagos. Un día, casi de la noche a la mañana, amanecemos distintos y distantes; ellos por un lado, buscándole sentido a su existencia; nosotros por el nuestro, demasiado metidos en lo que solemos llamar “vida” y que por lo general suele ser un cúmulo de responsabilidades: Trabajo, pagar las cuentas, etc., demasiado “importantes” todas ellas como para voltear a ver cómo les está yendo. A veces, ese montón de obligaciones nos sirve de excusa para justificar ausencias y desentendimientos. Pagamos las facturas sí, pero se nos olvida que lo más importante de la vida es gratis: Percibir con nuestros sentidos, reír, dormir a pierna suelta, amar y estar con los seres amados; y que para todo lo demás existe MasterCard.

 

Ya luego el destino vino en mi auxilio y María fue a verla por su cuenta, invitada por sus amigos. Me imagino que en esa tarea de ser padre tendré que empezar a acostumbrarme a que, cada vez menos, desee ir al cine conmigo, para emprender las idas por su cuenta. Aunque confío también que un día, cansada de amigos o de pareja, de hijos que se ausenten al amparo de su propia agenda, vendrá a mí de vuelta sabedora de que siempre estaré ahí disponible, con el ánimo entero, una bolsa de palomita y mi lata de Coca (porque sospecho que los del cine no se van a componer). Vista por los tres, el Adolfo estuvo a muele y muele y ayer fuimos a verla los dos. Castigué a los del cine con el látigo de mi desprecio (y de pasada al pobre del Adolfo que ni la debía ni la temía) y pasamos la tarde sin palomitas ni soda. Hoy la sobremesa estuvo llena de risas y anécdotas quitándonos la palabra de la boca para narrar la escena que más nos había gustado. Al final del día, no nos cambió la vida pero sí unas horas, que ya es mucho decir.

 

Vaya a verla, pero no olvide comprar el refresco y el chocolate afuera.

 

Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com, luvimo66_@hotmail.com

 

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