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Parral, el descubrimiento…por Rafael Velázquez Ramírez

PARRAL… 380

(Eterna Capital Mundial)

II

EL DESCUBRIMIENTO

RAFAEL VELAZQUEZ RAMIREZ

(ONASSIS)

“Bruñó los recios nubarrones pardos, la luz del sol que se asomó en un cerro, y las altas cogollas de los arboles, de un color de naranjas, se tiñeron” *… Amanecía radiante el día de gracia y del Señor 14 de julio de 1631, el grupo de férreos aventureros y exploradores bajo el mando del Alférez Real Don Juan Rangel de Biesma, con mucho chirriar de armaduras, resoplidos y sudores avistaron una hondonada donde el río San Gregorio (hoy Parral), daba varias vueltas y revueltas…

Hacía ya varios días que los intrépidos y audaces exploradores habían salido   del mineral de la Santa Bárbara y, acostumbrados como estaban a no hacer absolutamente nada, ya mostraban los estragos de la caminata, el hambre, la sed y el calor… Más o menos a la altura de “Punto Alegre” se comieron los caballos (antes de que los caballos se los comieran a ellos). Al llegar a la cortina de la presa Parral, devoraron las sillas de montar y sus propias botas, con el achaque de que sabían a queso manchego, si bien se daban a todos los votos a Belcebú por no haber previsto algunas latas de aceitunas y alcaparras negras…

Venían caminando a la altura del “Gran Estadio Parral”, quejándose de no haber tomado los “camiones verdes”, pero dándole las gracias a Dios el no haberlo hecho, ya que les reventaban los “cantantes” y pordioseros que utilizaban (y utilizan) esta pintoresca línea de transporte… No, Octaviano todavía no llegaba (¡Salud, compadre!)…

Avanzaron por toda la avenida “Niños héroes”, cuidándose bastante de no ir a cometer alguna infracción de tránsito, ya que los doblones apenas alcanzaban para malcomer y medio vestir. Recuérdese que estaba en medio de las cornadas, digo, Jornadas Villistas y en esas épocas los colmillos de los diligentes, aunque soñolientos, agentes de tránsito, suelen estar más alerta…

Al anochecer, y después de haberse recetado  varias órdenes de tacos en la “Jesús García” y de soportar estoicamente  los escandalosos ruidos y los letales olores de las motocicletas y los “chopers”, subieron penosamente lo que en el futuro sería el cerro de “La Prieta”.

Mientras algunos de los valientes exploradores buscaban donde desalojar el intestino, ya que los tacos se les habían parado de manos y los traían a las carreras, el Alférez Real, Don Juan Rangel de Biesma, miraba arrobado la enorme hondonada que significaba el agujero donde se asentarían los reales de San José del Parral. Sus ojos de iluminado avizoraban el horizonte. Frente a él y como si fuera un paisaje en tercera dimensión se encontraba el cerro de “La Muela”, el de “La Antena” y a la izquierda el de “El Charro”… Estiró las manos como queriendo tocarlos y bajo su mirada rumbo al río… De pronto lanzó un grito:

–          ¡Rediez!. ¡Me cachis en la mar tranquila!… ¿Qué es lo que ven mis pecadores ojos?

Como era la voz del Alférez la que se dejó escuchar, inmediatamente varios lambiscones lo rodearon.

–          Paréceme, Don Juan, que se trata de venadillos que a abrevar se inclinan sobre el río – dijo Diego Galeano, relamiéndose los bigotes y usando una mano como visera.

–          ¡Pobrecillos! –suspiro Don Juan Rangel-. La clase de intoxicada que se van a poner… Esas aguas, debido a su pestilencia y hediondez, no pueden ser potables.

–          ¡Mejor así! –barbotó Galeano sacando un pavoroso cuchillo a la Rambo-. Esperaremos a que estén muertos para comérnoslos asados.

–          ¡Hombre! ¡Leñe!… ¡Mardita sea!… ¡Dejad en paz a los cervatillos!… ¿Pues qué os hacen los cervatos?… –reclamó Don Juan….

De pronto brotó un grito  entre las parras.

–          ¡¡¡Indias!!!. ¡Son indias! –vociferó Don Luis de Alcántara tratando inútilmente de subirse los pantalones, ya que había hecho el descubrimiento en el momento que realizaba la necesidad fisiológica que le habían provocado los tacos ingeridos.

–          ¿Qué acaso ignora aqueste imbécil, que las indias las descubrió Don Cristóforo Colombo? –preguntó con fastidio el de Biesma…

PD. Este fue el descubrimiento de las inditas… Sigue el descubrimiento de la mina, que como dicen los argentinos. “La mujer es la única mina que vale la pena”

*Luis Chamizo. “La Nacencia”.

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