Queremos de vuelta al francés…por Luis Villegas
QUEREMOS DE VUELTA AL FRANCÉS.
Desde alguna óptica, definitivamente parcial e injustificada, como luego se verá, podría pensarse que la semana fue un desastre; lo más grave de todo fue que internaron a mi mamá; los detalles sobran, el hecho es que Lola, desde el fin de semana, estuvo en el hospital.
Luego, al arranque de esa misma semana, un par de tarados chocaron a Adolfo, que empezaba —en eso quedó el asunto, “en comienzo”—, a contemplar la posibilidad de ocuparse a tiempo completo de un Uber mientras llega el momento de ir a la universidad.
También para esas fechas un asunto que traía entre manos, ver cómo y a dónde me cambio de morada —sigo de asilado político de mí mismo y francamente ya me estoy cayendo gordo: ni yo me aguanto—, se frustró de modo tajante y definitivo.
Un asunto que está en trámite en la Suprema Corte de Justicia de la Nación daba para que lo resolvieran —como resuelven generalmente en aquellos lares— allá como para la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo, resulta que no, que sale el mes próximo.
Para colmo, y ésa sí es una auténtica tragedia, mi retoña cortó definitivamente con su novio el francés (aquí podría decir el nombre del interfecto, ¿pero qué culpa tiene el pobre y qué necesidad hay de que lo exhiba como exiliado amoroso del corazón de m’hija?).
Sólo falta que me orine un perro y —por si las moscas, veo uno y le saco la vuelta— en ésas, empecé a contemplar la posibilidad de “irme a hacer una limpia”. Buscando en la sección amarilla un asesor espiritual que me diera confianza, de golpe experimenté una epifanía, caí en la cuenta de que ése es un camino sin regreso; de seguir con tanta incertidumbre y abatimiento, iba a terminar igual a Tom Cruise, no crean que guapote y millonario (no, ¿pos cómo?), sino metido en la Iglesia de la Cienciología hasta las orejas; total, me dije: “hay derecho a ser pendejo pero no hay derecho a abusar” y cerré el directorio; estos días he andado imparable.
“¿Qué hacer?”; y de súbito, háganse de cuenta Pablo en el camino de Damasco —sin caída y sin caballo—, comprendí que no; que ni tanta tragedia: porque Lola salió del hospital y está todo lo bien que se puede estar a los 86 años de edad; que a Adolfo no le pasó nada, nomás el susto y el mugre carro se fue al taller, no sería el primero; las cosas materiales van y vienen; y a Dios gracias tengo salud, no de hierro pero la méndiga tos de perro va en aparente remisión —“pero ándele, siga fumando” (eso me lo digo a mí mismo en todo de burla y reproche)—; tengo trabajo, por lo menos de aquí a noviembre; en fin, la vida es buena y sigue; y las únicas cosas que de verdad importan son muy pocas y en ésas, en ésas estamos en paz. Así que no queda más que darle gracias a Dios de todo corazón por sus bendiciones (y no me refiero ni a Luis, ni a María, ni al Adolfo), por sus dones, por su misericordia y dejarlo todo en sus manos (sin dejar uno de hacer lo que tenga que hacer).
Creo, entonces, que la única pena que me habita es el asunto del exnovio de m’ija, siempre cabe la posibilidad de que María, mi María, se enamore de un congoleño, un mongol o un saudí; por eso, el Adolfo y yo, desde acá clamamos, al unísono y a voz en cuello, una petición que haría empalidecer al mismísimo Benito Juárez por su furibundo tinte conservador: “queremos de vuelta al francés”.
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Luis Villegas Montes.
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