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Rancho grande, Mamma Mía y Haití…por Luis Villegas

1.- ¡Amo a Chihuahua! Si me preguntaran la razón no sabría describir el porqué. El amor es así: Llega, se siente, arrasa, pero es difícil explicarlo con palabras; la mayoría de las veces no alcanzan. ¿Por qué esta inopinada declaración de amor? Porque al margen de lo que haya leído estos pocos días -eso merecería un escrito aparte-, en el transcurso de la semana anterior tuve la oportunidad de darme, además del “baño de pueblo” otro mucho más placentero y esa experiencia me recordó el ambiente cultural de mi tierra natal. Y como tras estas líneas viene una crítica, pues me curo en salud.

 

2.- Yo no creo que haya nada más sinsentido ni más innecesario que el arte… considerado en sí mismo; el arte no sirve para gran cosa. No veo cómo un poquito de pintura sobre un lienzo sirva para conmover el mundo ni cómo el efímero instante de un giro o una nota vibrante en el aire puedan estremecer el alma. Sin embargo, lo cierto es que no existe manera de describir lo indecible, de nombrar lo innombrable o de abarcar lo inasible si no es a través del arte. Cuando las palabras sobran -o faltan- el arte se revela insustituible. El arte es un medio para explicarnos, un modo de definirnos, una oportunidad para llegar a entendernos. Pocas cosas tan genuinamente humanas como el arte. El hambre de belleza, la sed de infinito, la necesidad de desdoblarnos, de constituirnos en espejo, en referente, en vaso, en pozo, en senda, en faro, en cima o precipicio, son propias del hombre, nos habitan desde tiempos remotos si hemos de creer en la memoria de las piedras.

 

3.- El arte no tendría por qué haber existido; en mi opinión, no tiene un para qué; no obstante, no lo necesita, no requiere de una justificación. ¿Qué sería de nuestro Mundo sin el arte? A la grosera cotidianidad de la carne la enaltece y la trasciende ese reflejo de nosotros mismos, esa recordación, esa premonición, esa constatación, que llamamos, en líneas generales, “arte”. Labor emparentada, lejanamente, con el quehacer divino.

 

4.- Así las cosas, en el transcurso de los días pasados, fui al circo, al teatro y al cine. Al zoológico no voy desde que malamente, hace ya algunos años, me permitieron el acceso, me dificultaron la salida y tuvo que ir mi mamá a sacarme al amparo de sus derechos maternos y con mi acta de nacimiento (pedían un título de propiedad y un certificado de sanidad).

 

5.- Fui al Cirque Du Soleil a ver “Dralion”; no lo había visto; en el pasado, todas las veces que intenté adquirir boletos no me fue posible, estaban agotados. Con mejor suerte corrí esta vez y sí, im pre sio nan te. Lo más cercano que he estado de un espectáculo similar fue en la ópera que no es ópera: Carmina Burana. El parecido no estriba en el contenido, para nada, sino en la mezcla sabia de música, cantos, artificios, luces, vestuarios, etc. Existe un toque especial, un algo, que lo hace pensar a uno en la palabra “magia”. Me pongo en fila para ver las demás versiones.

 

6.- Fui también a ver Mamma Mía, el musical. No voy a decir que crecí con la música de ABBA, no sería cierto. Mi monolingüismo (hablo puras tarugadas) me condenó festivamente a escuchar y a apreciar a Agustín Lara y, mi abuela, me inició en el culto popular de Jorge Negrete, Pedro Infante y Javier Solís. “Tres Estrellas en el Cielo” era el nombre de un programa radiofónico -que recuerda el título de un western– que escuchábamos a diario antes o de después de Juanito Zubía, quien en la radio, era como mi Raúl Velasco particular. Total, sin ser bilingüe, ABBA me gustaba -y mucho-. Su música parecía condenada a la memoria de plástico del CD o a la melancólica recordación de éstos, mis cuarentas, cuando llegó la película. Luego esto. No podría decir cuál me gustó más. En su género, ambas son magníficas. Ambas son una buena excusa para que nuestros hijos o nuestros padres acudan al teatro. Con ese gesto, quizá nuestros progenitores comprendan los ardores de nuestra juventud lejana; y nuestros retoños, ese romanticismo suave y cursi que tanto bien le hace al alma experimentar por lo menos una vez en la vida. Mamma Mía no es edificante, ni culta, ni sofisticada, pero sí es inteligente y simple y breve y divertida y deliciosa.

 

7.- Fama, la nueva versión, no es una película, en lo absoluto, de ésas que ganen premios. Llena de lugares comunes y clichés, contiene no obstante un modesto mensaje y, sobre todo, una invitación a la reflexión para aquellos que no tenemos claro qué es el éxito ni el precio que debe pagarse por él.

 

8.- Traigo esto a colación porque, sin saber cómo, sin recordar lo diálogos o el orden particular de los sucesos, sé que días atrás alimenté mi espíritu. Dietrich Schwanitz escribió un libro cuyo título en un principio me pareció pretensioso: “La Cultura. Todo lo que hay que saber” y que, ya leído, me sedujo. Es preciso leer y ver y oír e ir. Pero no era a eso a lo que iba. En determinado momento, Schwanitz nos dice en su libro que en ocasiones no recuerda todo lo que ha visto, leído o escuchado; empero, así como uno no recuerda qué comió hace una semana o un mes, así la cultura nos forma y nos moldea, por dentro, sin darnos cuenta. No sé qué comí, pero si no me hubiera alimentado estaría muerto; pues no recuerdo al detalle que vi u oí o leí, pero sé que si no lo hubiera hecho también estaría muerto. De otra forma, pero irremediablemente muerto: Un puntito de luz apagado en mi interior. Esta semana viví, pues, y se me enchinó la piel y fui feliz.

 

9.- Todo este rodeo, porque cuando escuchaba decir que Chihuahua “era un rancho grande” me hervía la sangre. Luego de viajar y vivir en otras ciudades regresé y constaté con dolor que sí, lo es. Y que orgullosos de su historia y de la belleza de sus paisajes, obra de Dios sin duda (lo siento por los agnósticos y ateos, pero la idea de una casualidad tan prolija y minuciosa que explique al mismo tiempo las Barrancas del Cobre y a Mozart no termina de convencerme), los chihuahuenses nos hemos olvidado de enriquecer el terruño con el fruto de nuestras manos y nuestras mentes. Chihuahua es grande, en más de un sentido, pero podría llegar a ser un coloso. Teniéndolo todo para crecer sólo nos resta intentar ser mejores. El proceso comienza en el decidido impulso a la educación, así como en el firme estímulo a la creación individual en todas sus manifestaciones. Todo se reduce a eso: Las niñas y los niños de Chihuahua. Ahí está la solución a nuestros males.

 

10.- Al final de Fama, al inicio de la graduación, Jenny es la encargada del discurso de la generación. Entre otras cosas, ella nos recuerda que el éxito en la vida no es la obtención de fama o dinero; el éxito, el verdadero éxito, es dar con aquello que nos hace felices al hacerlo; el éxito es realizarnos en cada acción que emprendemos; el éxito es sentir que nos falta el aire y carecemos de tiempo frente a la obra fruto de nuestra mente o nuestro corazón. Esa modesta enseñanza vale toda la película y nos sirve no porque no lo supiéramos de antemano, sino para no olvidarlo ahora ni nunca.

 

11.- Termino. Así como el arte es netamente un producto humano y el éxito consiste en la realización plena de la persona, el servicio a los demás constituye una vía al éxito. Los hermanos de Haití nos necesitan. Si quiere quitarle un pelo al gato de Slim done a través de Telmex (él se comprometió a donar un peso por cada peso que aporte la ciudadanía); si no confía en ese gato, haga un depósito a la Cruz Roja a la cuenta 0404040406, sucursal 683, de Bancomer. La expresión más sublime del alma auténticamente humana es ésa: Servir al otro; por no hablar de la enseñanza de Jesús de amar al prójimo como a sí mismo. En la oficina organizamos una colecta y donamos casi 3 mil pesos.

Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com

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