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Tienes un e-mail…por Luis Villegas

1.- El principio de la homeopatía es muy simple: Replicando de manera artificial la afección a través del empleo de ciertas sustancias, se combate la enfermedad.

 2.- Yo no hallaba cómo curarme del vicio de ver “Tienes un e-mail” (“You’ve got Mail”, es su título en inglés), así que el pasado fin de semana fui y la compré y procedí  a verla por decimonovena o vigésima ocasión.

 3.- Era un grave problema porque si, por ejemplo, estaba yo en proceso de ponerme el saco ya para salir a la calle a mis asuntos y en la televisión estaban trasmitiéndola, ahí me quedaba yo, congelado, hasta el final de la escena elegida o hasta que terminara la película, según el caso y la posibilidad de llegar tarde a donde fuera. No importaba que supiera perfectamente qué seguía ni que me prometiera a mí mismo irme ya, no, me quedaba ahí, mirándola, hasta el instante preciso en que debía dejar de verla y salir a la carrera con 10 o 15 minutos de retardo.

 4.- Así que, para curarme de mi adicción, fui y la compré. Me metí a una tienda especializada de ésas donde venden, además de música y videos, artilugios que sería incapaz de nombrar, menos de saber para qué sirven, y la compré. Una ganga: 45 pesos.

 5.- Ahí estaban, para mí solito -es un decir-, Meg Ryan y Tom Hanks, en sus respectivos papeles. La verdad, no sé qué es lo que me gusta tanto. La cinta es una comedia ligera, típicamente norteamericana; sin historias ni escenas pedregosas, excepto los dos personajes principales enzarzados en una lucha continua de amor imposible y de tierno odio (no hay otra forma de describirlo).

 6.- Yo quería hacer un experimento; Adolfo ama ver películas conmigo, así que rento y compro películas como loco; pues puse ésta y, como era de esperar, la aguantó apenas quince minutos; luego con una educada excusa relativa a beber algo o comer un tentempié, se disparó lejos de la estancia hacia su Wii. El asunto me preocupó seriamente. Me preocupó porque, visto mi genuino gusto por las películas que a él le encantan, quiere decir que mis gustos en cine no rebasan una media de once años.

 7.- Tristemente así es.

 8.- Adoro las películas cursis y los finales felices. Donde los buenos ganan y a duras penas sobreviven, mientras los malos se mueren o se condenan. Donde el muchacho luego de inmerecidas fatigas se queda con la muchacha y viven felices para siempre o por lo menos los últimos diez segundos de proyección.

 9.- Y no más no lloro en el cine porque hace muchos años mi mamá me emplazó con toda formalidad a no derramar lágrimas por cosas y razones inventadas si no era capaz de verterlas por las dolorosas sorpresas cotidianas que el mundo real nos depara. Así que desde mi más tierna infancia, ahí me tienen: Con unos nudotes en la garganta, literalmente incapaz de tragar las palomitas o deglutir el refresco. Cuiden mucho, mis nueve lectoras y lectores (sí, ya vamos en esa cifra) los consejos que les den a sus hijos. ¡Le imponen cada condena a uno! En ese sentido, por cierto, le tengo especial odio a “My Life” (en español: “Lo Mejor de Mi Vida”), protagonizada por Nicole Kidman y Michael Keaton. Estuve en un prolongado grito mudo a cada escena y cuando sentía que ya había pasado lo peor y superado la prueba, venía otra tantito más dramática. Ése fue un memorable casus belli doméstico: Bastantes tarugadas le ocurren a uno a diario como para venir a sufrir por gusto ¡y pagando además!

 10.- Pues bien, no puedo explicar el placer que me deparó el destino cuando mi somnolienta y despeinada hija de 13 años, María, se acomodó en su sillón preferido en una posición digna de aplauso -pues eso sólo lo he visto en el circo a cargo de afamados contorsionistas-, a ver la película conmigo. Y no sólo la vio hasta el final; sino que rió en la escenas divertidas; se puso seria en las escenas serias; y puso cara de mensa (igual a la mía), de sonrisa beatífica y toda la cosa, en las escenas románticas.

 11.- Fui inmensamente feliz, pues, por cinco razones:

 Ø La primera, porque de golpe aquilaté que la felicidad redonda y perfecta es así: Simple y sencilla; no requiere de artificios ni pretensiones excesivos; no exige meticulosos ni elaborados esfuerzos; la felicidad es una mañana de domingo en la inesperada compañía de una hija que empieza a descubrir el mundo;

 Ø La segunda, porque ese día entendí a cabalidad que María comienza a transformarse ante mis ojos, ante mis propios ojos, y deberé aprender a amarla de nuevo, de una forma distinta esta vez, porque recién empieza a dejar de ser la niña que era para transformarse en ese nuevo ser que, inevitablemente y con la bendición de Dios, llegará a ser una mujer con todo lo magnífico y lo pesaroso que ello implica;

 Ø La tercera, porque viví una vez más, la experiencia maravillosa de constatar que no hay nada capaz de sustituir ese placer de estar en la compañía de un ser amado. La charla del final, cuando intercambiamos puntos de vista y prometí comprar o rentar otra película protagonizada por ambos actores (“Sintonía de Amor”; en inglés: “Sleepless in Seattle”), no sé a cuántos años de terapias futuras equivale ni cuántos males y riesgos nos ahorre a los dos, pero sí sé que ahí, en la unidad y la armonía familiar, está el núcleo del tipo de vida en sociedad que deseo para ella y para mí;

 Ø La cuarta, porque ya me curé de mi vicio. En efecto, la certeza de poder ver la película, cómo y cuando quiera, me permite olvidarme de ella por un tiempo, y

 Ø La quinta y última -la más gozosa-, porque, al parecer, ya rebasé la media de once años y estoy rondando los trece en mis gustos fílmicos.

 Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com

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