Victoria…por Luis Villegas
VICTORIA.
Este, que podría parecer título de película gringa de guerra (tipo “Tora, Tora”), lo cierto es que no lo es. Hoy, nació mi segunda nieta. Si cuando nació Luisita me sentía demasiado joven para ser abuelo, creo que esta niña me agarra cansado -diría Murillo Karam- pero con el ánimo dispuesto, lo que ya es ganancia. Los detalles se los cuento luego. Hoy fui a verla pero no, resulta que no, que hasta las cuatro. Para entonces ya habré enviado estas líneas y, si así fuere, ustedes habrán de quedarse como me encuentro yo: Al filo de la incertidumbre; preguntándome cómo será, a quién se parecerá y demás pormenores que, al final de cuentas, son los únicos que interesan para estos casos.
Con esta reflexión se interrumpe el hilo de las tres prometidas respecto de la llevada y traída reforma constitucional y el llamado “control difuso de la convencionalidad”; la lectura de 5 o 6 textos en el transcurso de estas vacaciones me confirmaron en mi creencia previa, que ya externé en ocasión anterior: La modificación del artículo 1º de la Carta Magna constituye un craso error; primero, por la indebida injerencia que el derecho internacional cobra a partir de entonces; y segundo, porque indefectiblemente dicho proceso nos conducirá a la “gabachización” de nuestro sistema de impartición de justicia; pero como ese no es el motivo de estos párrafos, dejo reposar las ideas que me habitan al respecto.
Hablemos de Victoria.
Mi nieta posiblemente tiene más largo el apelativo que su anatomía; fíjense ustedes que mide apenas 52 centímetros y pesó 3 kilos 420 gramos; y en cambio, se va a llamar Sofía Victoria Villegas Torres. Por supuesto que vista la juventud de la madre y del padre, la primera cosa de la que le tengo que dar gracias a Dios, aparte de la salud de madre e hija, es por el nombre. Largo, sí, pero justito, normalito, claro, sencillo y, (¡Ay, Señor, gracias de nuevo!) castizo; sin esas ocurrencias que a veces asaltan a los padres y sobresaltan a los abuelos, y lo dejan a uno con nietas o nietos de peregrinos nombres, a veces impronunciables (por razones de ininteligibilidad o de decoro) que atienden a la telenovela de moda, al ídolo del momento o, mucho peor, a una ocurrencia súbita de los progenitores. Pues en nuestro caso no, “Sofía Victoria” será. Conste que me ahorro poner en blanco y negro ejemplos concretos, para no incurrir en las iras de algún padre o abuelo, pero de que los hay los hay. Me acuerdo de una tal “Marina” que en Marina podría haber quedado y estaría muy bien, si no fuera porque después le agregaron “US Navy” (“Marina US Navy”), lo que vino a dar al traste con todo.
Me pregunto, claro, qué color de ojos tendrá y… y nomás eso me pregunto porque, bien mirados Luis y Yadira (los papás), es seguro que rubia no va a ser, a menos que se empiece a teñir el pelo en algún momento de su existencia. Confío en que sea de temperamento sosegado y dulce, como deben ser las niñas -aunque las feministas digan que le estoy “colgando” estereotipos, cosa con la que no concuerdo porque una cosa es que sea sosegada y dulce y otra muy distinta, taruga y dejada-.
Confío en eso y nada más, porque el resto lo colma su presencia beatífica. Uno, a los hijos, no tiene más que quererlos, alentarlos y acicalarles las plumas mientras les crecen las alas; a veces, sí, ponerles sus coscorrones -con lo que ya me eché encima a los partidarios de la pedagogía sin gritos; con los que tampoco estoy de acuerdo pues un buen jalón de orejas dado a tiempo puede ahorrarnos, a todos, muchos sinsabores-, pero nunca, nunca, nunca, dejar de quererlos; de besarlos; de abrazarlos; de decirles que en nuestro firmamento particular, cada hijo es como una estrella de Belén: Una promesa de vida cumplida y un regalo de Dios -Nótese que este párrafo cargado de lirismo resulta a su vez muy oportuno, vista la fecha (5 de enero)-.
Como sea, ¡Bienvenida Victoria! ¡Bienvenida a la Vida! ¡Bienvenida al Mundo! Que tu nombre, pequeña, sean presagio y augurio. Que, en efecto, mi niña, la sabiduría y el éxito, guíen tus pasos; que ambos sean tu regalo, así como vienes tú a serlo en la vida de tus amorosos padres y, en general, en la de todos nosotros. Besos y abrazos a la espera de poder dártelos en persona una vez que te tenga en mis brazos.
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Luis Villegas Montes.
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