Incluso la derrota tuvo un sabor dulce para Yolande Bukasa y Popole Misenga. Los dos refugiados nacidos en Congo combatieron el miércoles en la competición de judo de los Juegos Olímpicos y mostraron que, pese a perder su país y sus familias, conservan un espíritu indoblegable.
Bukasa quedó eliminada en la primera ronda por la israelí Linda Bolder, undécima preclasificada. Aunque Bukasa trató de asir firmemente el judogui de Bolder, la israelí tomó rápidamente el control del duelo y la arrojó al suelo, donde la sometió durante 20 segundos para anotarse un ippon, que le dio la victoria de manera automática.
Después del combate, que duró menos de dos minutos, Bukasa dijo que estaba contenta simplemente con llegar a Rio 2016.
“Estoy muy feliz pese a que perdí, porque tuve la oportunidad de combatir en los Juegos”, expresó. “Algún día, creo que habrá una placa conmemorativa sobre mi participación en los Juegos Olímpicos de 2016”.
Bukasa, de blanco, durante su combate. (Foto: Elsa / Getty Images)
Misenga, de 24 años, tuvo un desempeño apenas mejor que el de Bukasa. Ganó su primer enfrentamiento, ante el indio Avtar Singh. Pero en el segundo, se midió al mejor judoca de la categoría, el surcoreano Donghan Gwak, campeón mundial.
Mientras la multitud coreaba su nombre, Misenga luchó con empeño durante unos cuatro minutos, hasta que Gwak logró un ippon.
Sonriente, MIsenga consideró un honor enfrentarse a un campeón mundial. Se dijo orgulloso de haber durado tanto, particularmente ante el hecho de que algunos de los combates más desiguales en la semana concluyeron en cuestión de segundos.
Misenga no ha visto a su familia en 15 años, tras separarse de ésta a los 9 años durante la guerra en Congo. En Kinshasa, la capital, aprendió judo en un centro para niños desplazados.
Comenzó a competir, pero sufría maltrato tras cada derrota. Su entrenador lo encerraba en una jaula por días, sin comida ni agua. Bukasa recibía los mismos castigos de su entrenador cuando tenía malas actuaciones.
Hace tres años, cuando ambos asistieron a Río de Janeiro para el campeonato mundial, desertaron del hotel del equipo y buscaron asilo en Brasil. Recibieron el estatus de refugiados.
Desde entonces, entrenan en una renombrada escuela de judo, operada por el brasileño Flavio Canto, medallista olímpico de bronce. Canto es entrenador de Rafaela Silva, quien el lunes logró el primer oro para Brasil en los Juegos de los que es anfitrión.
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