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Anochecer en la plaza Principal

Reportaje   ———

 

Por Xavier Quiñones

—–M.V.E.M., in memoriam

 

La algarabía de los pájaros llena la Plaza de Armas al caer la tarde.

Llegan primero las románticas palomas avaneras; se posan en múltiples parejas, muy recatadas ellas, sobre las ramas altas de los fresnos; en las de abajo, una pandilla de chirulos hiperactivos arma escandalera.

Los lustrosos chanates y sus deslucidas chanatas prefieren el eucalipto situado enfrente de la oficina del cronista, se agolpan en todos los árboles más altos; por el rumbo del kiosko chirrían graznidos furibundos algunos desbalagados.

Algunos laureles salpican la arbolada. En derredor del centro, las frutales moras.

Los árboles más numerosos y antiguos, los reyes del parque, son los fresnos: íconos de nuestro desierto.

Los eucaliptos los mandó don Manuel Camacho Solís, cuando se le ocurrió inundar el país de esta gigantesca y agresiva especie australiana.

BANCAS, PLACAS Y MEDALLLONES

 

Las verdes bancas de la principal plaza deliciense son de hierro vaciado, tienen asientos de madera y están fijadas a basamentos de cemento.

Algunas bancas –todas de cuatro medallones- ostentan placas con los nombres de sus donadores sobre los respaldos. Muy pocos los pueden relacionar hoy con delicienses de carne y hueso: “Carlos Saracho”, “Rodolfo Rojas”, “Gonsalo (sic) Quevedo jr, Agricultor”; “Ernesto Gómez G”.

El respaldo de las bancas de la plaza principal ostentan medallones dorados que representan a un campesino en cuatro momentos de su labor, a saber: vertiendo granos, cultivando con azadón, cosechando forrajes, y, limpiando la tierra –en ese orden.

Dos bancas más pequeñas -¿las más antiguas?- portan sólo tres medallones, y no son los mismos. Las bancas originales eran de granito, como las de las plazas Juárez y Carranza. Tal vez las puso Don Agustín en 1954; y pudiera haberlas fundido en uno de sus ranchos don Fernando Dittrich de la Fuente, allá tuvo la fábrica donde se hicieron.

Una última pareja se abraza en una banca del centro cuando irrumpe en el kiosco una parvada de jóvenes; se empujan entre ellos, estallan en carcajadas, arman un cónclave y al romperlo se alejan tan prestos como llegaron.

ENIGMA DE LOS PÁJAROS

 

Un oasis acústico es la sonora Plaza de Armas entre la espumosa marea de los motores, al morir el día.

Cuando ya buscan los chanatillos pechoamarillo, en bandadas vertiginosas, su lecho de esta noche, un gato negro emerge de la nada y se escurre entre las penumbras del andador con dirección al centro, se mete bajo una banca, corta por un atajo y desaparece detrás de la biblioteca. Su ausencia suscita una alada ola que revienta contra la claridad del  cielo y recae segundos después en el amparo de la arboleda.

Una y otra vez se alza y derrama el plumerío como un mantra electrizante.

Las ramas pelonas florecidas de  pájaros escurren a granel sonidos: una cascada abrumadora enfiesta la noche que pinta muy fría. ¿Por qué se les ocurrirá migrar a mitad de nuestro duro invierno, por qué no al terminar el  otoño, o al comenzar la primavera?…

 

NOCTURNAL

 

Ya es de noche. La espuma de los motores arrastra ahora las luces de los faros que proyectan sombras efímeras en los entretelones de la plaza; fantasmagóricas ilusiones que súbitamente la tornan misteriosa, macabra a ratos.

Mas sí, es el gato. Lleva un pájaro en el hocico y no está solo; parece ofrecerlo a la gata pinta de blanco y gris que lo acompaña. Un equipo interracial de cazadores, seguramente letal para los pájaros ateridos y enceguecidos por la noche.

Al fondo del escenario, un clochard arrastra los bultos de su casa hacia cualquier parte–parece buscar también él acomodo.

Entretanto el frío picotea la cara, duele en la garganta, entume los pulmones. El frío no es como el calor, qué va. Así como los gatos pueden matar de un zarpazo, en un santiamén nos aniquilaría esta helada noche.

Rondan los gatos entre los árboles un largo rato, hasta que disminuye el flujo de vehículos; al cabo se apuestan al filo de la calle y la cruzan de uno en uno en dirección a la veterinaria.

La plaza queda vacía muy temprano en noches tan negras como esta.

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