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Avatar (2ª de dos partes)…por Luis Villegas


Una bala calibre .45 me destroza aproximadamente veinte centímetros de piel del corazón y me deja un boquete de salida equivalente a tres ausencias, a cuatro despedidas”.

Juan Hernández Luna.

Digo, el 13 de agosto de 2008, fueron asesinados 10 jóvenes en el Centro de Rehabilitación CIAD, en Juárez, Chihuahua;[1] escasos días después, el 16 de agosto de 2008, fueron muertas 13 personas en Creel, en el mismo Estado; el jueves 25 de septiembre de 2008, se hizo el hallazgo de 24 cadáveres en “La Marquesa”, Estado de México;[2] y otro tanto ocurrió el 28 de agosto de 2010, cuando se dio cuenta del homicidio de 72 migrantes, en San Fernando, Tamaulipas;[3] el 2 de septiembre un comando armado ingresó a otro centro de rehabilitación, otra vez en Juárez, agrupó a los internos y mató a 17;[4] ahí mismo, el 31 de enero de 2010, 16 jóvenes fueron privados de la vida en el Fraccionamiento “Villas de Salvárcar”;[5] el 8 de julio de este año fueron fusiladas 11 personas en Valle de Chalco, en Edomex; y otras 21 resultaron muertas en el ataque al bar “Sabino Gordo”, también en Monterrey, un día después, el 9 de julio de 2011;[6] sólo por citar algunos casos. ¿En qué, pues, la muerte de estas 52 personas, en el Casino Royale de Monterrey se distingue de esos y otros ataques similares? ¿Cuál es la razón para que en este caso sí -y en los otros muchos no- se hable de “terrorismo”? No tengo ni la menor idea; sin embargo, es de llamar la atención que esas declaraciones se emitan en la vorágine de un debate por impulsar la reforma a la Ley de Seguridad Nacional.

En efecto, si hace unos meses, los grupos parlamentarios en la Cámara de Diputados chocaron al revisar el predictamen correspondiente, “elaborado por el PRI con respaldo del PAN”,[7] hace unos días, la Comisión de Gobernación aprobó en lo general la cuestionada minuta de Ley de Seguridad Nacional como documento base para elaborar un dictamen “a presentarse en el próximo periodo ordinario de sesiones en San Lázaro”.[8] La gran pregunta que me surge en este punto es: ¿De veras con sacar al ejército a las calles se va a resolver este pandemonio?

Casi al final de la película, poco antes del enfrentamiento decisivo entre el ejército invasor y los clanes nativos, Jake le ruega a Eywa que les ayude en la lucha por venir; no obstante, Neytiri le aclara que la deidad nunca interviene y que “sólo mantiene el equilibrio de la vida”.

Ése es el quid de la cuestión; la vida es equilibrio; y esa armonía se logra a partir del orden, o lo que es lo mismo, de que cada una de las partes del todo cumpla con su función; de que una no prevalezca sobre las demás; de que las diferencias, desarreglos o desajustes, sean mínimos o se resuelvan de manera pronta y pertinente. Existe una expresión, “autopoiesis”, que sirve para designar el proceso de regeneración a nivel celular; la autopoiesis tiene su origen en la biología y explica cómo dentro de la propia célula existen elementos que permiten su regeneración.[9] Ése es el fundamento de la vida.

Pues bien, el problema de violencia en México es un problema arduo, complejo, multifactorial; con abundancia de variables y en el que participan actores y agentes de distinta naturaleza: Históricos, una zaga de complicidades entre poder y crimen organizado la cual se remonta décadas atrás; culturales, un desprecio colectivo (sociedad y Gobierno) por las instituciones -la ley en primer lugar-; económicos, una desigualdad irracional que hace a los ricos más ricos cada día, a los pobres más pobres y depauperiza a la clase media; de impunidad, una crisis permanente de las instancias de procuración y administración de justicia; de educación, donde la cúpula magisterial, en términos generales, está más preocupada por acrecentar y preservar su poder político que en cumplir a cabalidad con su misión institucional; de salud, de falta de oportunidades, etc.

El énfasis en el aspecto militar y el acuerdo entre la jerarquía castrense y las cúpulas del PRI y el PAN parece que atiende a un solo objetivo: La de dotar a la próxima Administración (independientemente de su génesis) de un mecanismo de control que le permita mantener el poder aún en una situación crítica como la que actualmente se vive en el país y que parece no tener fin. La salida del Ejército a la calle, no le abona un ápice a la solución de fondo al problema y tiende a mantener el desequilibrio pues la delincuencia se explica no solamente en virtud al número sicarios, sino también, al número de pobres, al origen de los mismos, a su grado de educación, al desempleo creciente, etc.; se explica en virtud a su poderío económico y hasta la fecha, los grandes capitales provenientes del crimen organizado, en manos de poderosos banqueros e inversionistas, nacionales y extranjeros, continúa intocado e intocable; es manifestación fiel de la connivencia entre los delincuentes y las autoridades encargadas de perseguirlos. La delincuencia, en fin, se nutre de la miseria, del hambre, de la ignorancia, de la enfermedad, de la corrupción, de la desesperación y de la rabia. Y sacar a los soldados a las calles para lo único que sirve es para eclipsar el que es, quizá, el mayor logro del PRI en el poder: Devolverlos a tiempo a los cuarteles que es a donde pertenecen.

El párrafo que sirve de epígrafe a estas líneas expresa de modo magistral este pensamiento: La violencia no desgarra ni daña, solamente, la piel u órganos de las víctimas: Mina la confianza, mata esperanzas, quiebra espíritus, destroza vidas. Ninguna de estas heridas sangra, pero son las que más duelen.

El camino de la paz no se cruza con el de la milicia. La reconciliación, el perdón, la humildad, la cordura, la decencia, el coraje y la vergüenza para sumir los propios fallos e intentar enmendarlos, es el único camino -y ni es de un solo sentido ni corresponde recorrerlo en exclusiva y a solas al Presidente de la República-. Lo triste es constatar que ni un paso se ha dado en ese sentido… ni se va a dar.

Luis Villegas Montes. luvimo6608@gmail.com


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