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Azoro…por Luis Villegas Montes

  De veras, ese gran montón de lugares comunes a los que llamamos “consejas populares” del tipo: “No hay nada nuevo bajo el sol”, “todos los días se aprende algo nuevo”, “a la vejez viruelas”, etc., tienen una razón de ser casi científica.

 Heme aquí, a mis cuarenta y tantitos, redescubriéndome de un modo insólito. Yo, a quien toda la vida la han caído gordos los libros intimistas o de “superación personal”, y los evita como a la enfermedad, de pronto se redescubre a la luz de un volumen que me llegó de la benigna mano de la amistad y que jamás, jamás, habría comprado de estar en mis cabales y ni fuera de ellos, supongo.

 Como sea, forzado por el gesto, empecé la lectura a desgana apenas hace unos pocos días y ya lo terminé; ya lo leí completito y mírenme, escribiendo estas líneas, felizmente sorprendido. ¿A qué tanto revuelo? El texto se llama “Gritos y susurros. Experiencias intempestivas de 38 mujeres”[1] y, en serio, es un libro que me gustó y me azoró a partes iguales.

 El porqué del gusto es muy simple: El libro está bien escrito; pese a que no todas las féminas son “mujeres de pluma”, pues hay desde políticas hasta empresarias, todas escriben muy bien y la obra resulta, en general, muy amena. Supe que el texto me gustaba sin lugar a dudas cuando, sumido en la penumbra de un bar vacío excepto por mí, bebiendo Clamatos sin licor (hay muchas formas de hacerse tarugo), empecé a reír a carcajadas y el barman y la camarera -que se estaban haciendo arrumacos en una esquina- voltearon a verme con cara de sobresalto, seguros de que no le habían puesto nada a la bebida y preguntándose si no sería hora de hablarle a los de seguridad. Leía en ese instante el texto de Ana María Olabuenaga “Soy… totalmente una mujer cualquiera”.[2] Para quienes no sepan quién es ella, les diré que es la autora de una famosa campaña publicitaria (ya se imaginarán cuál). Lo cierto es que ahí, tuve un barrunto de la naturaleza del libro todo.

 Por otro lado, el disfrute encuentra también su origen en la revelación -de ahí precisamente el asombro-, pues atisbar en los entresijos de la vida de cada una de estas mujeres, en la medida en que cada cual lo permitió, fue como adentrarse en una búsqueda de sí mismo. Sí, en esas páginas, encontré respuestas a interrogantes que me atañen como ser humano al margen de mi condición de varón y coincidencias que me hacen respirar tranquilo pues, por lo visto, ni estoy loco, ni sólo yo padezco arrebatos de amnesia frente al caudal de información que es capaz de procesar una mujer promedio una noche cualquier después de una fiesta (y que va desde la que lleva ya tres veces consecutivas el mismo vestido en otros tantos festejos hasta el embarazo imperceptible de la hija, de la prima, de una pariente lejana… de uno), ni son figuraciones mías que las mujeres se las traen en todo, ni estoy solo en esa pasión arrasadora por los libros o en mi ignorancia del habla inglesa. Dos o tres ejemplos:

 Escribe Sara Sefchovich: “Era tal mi agitación que no podía siquiera esperar a que amaneciera para empezar a ser otra persona.

 La cual por supuesto no fui. Una semana después tuve que aceptar que seguía siendo la misma: una mujer que conoce el mundo y vive la vida a través de los libros, y que entre las lecturas sigue con sus obligaciones y rutinas, sus manías y ansiedades”.[3] ¡Ése soy yo! ¡Me reconozco! ¡Muy de lentes y ceja sacada pero soy yo!

 ¿Halla usted un modo mejor, más breve y más claro, para afincarse en sus creencias políticas que éste: “Creo en la Justicia y creo en la libertad, y una sin la otra me saben mal”? ¿Cómo, entonces, no sentirse afín con Patricia Mercado, la autora del dicho?[4] O para el caso: ¿En qué le ha afectado a una mujer de la trayectoria de Beatriz Paredes Rangel el no saber inglés aunque ella lo lamente?[5]

 Y finalmente: ¿A poco no es maravillo encontrar alguien que comparte con uno la creencia imbatible -conste que lo escribo sin coacción alguna y sin tener puestas las esperanzas en ningún tipo de recompensa ni cercana ni lejana- de que, en términos generales, las mujeres son mejores que los hombres en lo bueno… y en lo malo? Dice María Amparo Casar: Pasarían muchos años antes de descubrir “que podemos ser mejores amigas pero también mejores enemigas; más generosas y más mezquinas; más sensibles y más resistentes al dolor; más diligentes y más dispuestas al placer; más afectivas y más impasibles”.[6]

 Total, vaya y compre el libro. Si es hombre, léalo, disfrútelo, calle y aprenda. Si es mujer… si es mujer ábralo como abriría una polvera: Para encontrar un pequeño espejo que le devuelva un breve reflejo de sí misma y que, a diferencia de ese adminículo útil para acicalarse, la dejará bella del alma.

 

Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com


[1] DRESSER, Denise (coord.) (2009): Gritos y susurros. Experiencias intempestivas de 38 mujeres. Editores: Aguilar y Raya en el Agua. México.

[2] OLABUENAGA, Ana María (2009): “Soy… totalmente una mujer cualquiera”. Op. cit. Pp. 137-146.

[3] SEFCHOVICH, Sara (2009): La vida en los libros. Op. cit. Pág. 222.

[4] MERCADO, Patricia (2009): Mujer del México posible. Op. cit. Pág. 155.

[5] PAREDES, Beatriz (2009): Sobresaltos. Op. cit. Pág. 193.

[6] CASAR, María Amparo (2009): Mi brecha. Op. cit. Pág. 95.

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