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Bajo el acecho de los zopilotes…por Karmen Martínez

Hace tiempo escribí la biografía de mi padre en forma literada pero alguien muy mal intencionado y con deseos inmensos de perjudicarme la plagió de mi computadora, la tergiversó y, al parecer, la envió en diferentes direcciones a diferentes personas. Ahora, quiero ponerlo en claro y dar a conocer “mi veldá”. Y así comienza:

Bajo el acecho de los zopilotes

Después de caminar tantas horas sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una raíz de nada (…). Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después (…) de esta llanura rajada de grietas y arroyos secos (…). Se le resbalan a uno los ojos al no haber cosa que los detenga (…). Así nos han dado la tierra. Y en este comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo (…). Pero nada se levantará de aquí. Ni zopilotes.

“Nos han dado la tierra”
Juan Rulfo

Cuando Rulfo escribió este cuento no pensó en la tenacidad de algunos campesinos que perseveran sobre las grietas secas arando la tierra día tras día, peleando férreamente con los matorrales para sacarlos del campo de cultivo. Preparan la tierra reseca y pedregosa abriendo sus entrañas y depositando la semilla, y esperan ilusionados hasta que les obsequia sus frutos, los que reciben con tanta satisfacción como si fueran sus propios hijos.

Convierten en un fresco vergel el desolado comal ardiente, en su amado paraíso el árido páramo. Transformando con alegría y constancia el suelo que eligieron. Esa costra de tapete, “ese duro pellejo de vaca” (diría Rulfo) en el campo soñado que concibieron en su mente y sin quejas estériles ni pretextos que les hagan perder el tiempo, lo llevaron a cabo sin dilación ni descanso.

Tampoco pensó Rulfo en los zopilotes, quienes al ver el campo yerto, sin nada que desear de él se mantuvieron al acecho esperando… esperando a que el campesino hiciera el milagro para caer en bandadas y arrebatarle los frutos ganados por tantos años de sudor, trabajo y cansancio.

Ahora, la desigual e injusta lucha es contra esos pajarracos parásitos, hijos putativos del “Monstruo rojo como el fuego, con siete cabezas y diez cuernos” (Ap. 12, 3). Se les corta una cabeza con un cuerno y les brotan otras siete adornadas con los dos, y embisten, furiosas, a los más indefensos; lucha diabólica de David contra Goliat. Pero en este caso, David pelea “a mano limpia”, sin honda, ni siquiera una humilde resortera, y tan sólo el Espíritu de Dios lo acompaña, o por lo menos él así lo cree. Pero a diferencia del David bíblico no incrustará la piedra en la frente de su verdugo ni lo degollará con su propia daga, sino que será conducido y vagará por extraños y misteriosos caminos, tortuosos e incomprensibles para la mente humana, dejando impunes a los perversos Goliats.

Es la historia de un hombre tenaz y laborioso, honrado y generoso y representa la lucha histórica de desesperación e impotencia del campesino contra la injusticia y el abuso del poder.
(Continuará…)

Karmen Martínez

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