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Por el bien del pueblo (capítulos 22, 23 y 24)…por Luis Arturo Chavarría


PARTE III

22. La Coalición en campaña

Contra todos los pronósticos de los politólogos, la campaña del ilustre desconocido que abanderaba a la Coalición de Izquierda sin ser siquiera político, marchaba no sólo viento en popa, sino que alcanzaba niveles inesperados de participación ciudadana y atraía cada vez más simpatías.

Históricamente, la izquierda no había figurado en el estado a ningún nivel. En cualquier contienda electoral obtenía siempre una ínfima cantidad de votos, y en no pocas ocasiones, cuando se trataba de elecciones municipales, ni siquiera alcanzaba posiciones de representación proporcional. La disputa estaba siempre centrada en los Partidos Revolucionario Institucional y Acción Nacional.

Pero esta vez, el fenómeno lo constituía la penetración tan amplia y profunda que estaba consiguiendo este candidato en el municipio.

José Manuel había crecido enormidades en estatura política, había adquirido muchas “tablas” en el escaso mes que llevaba en campaña.

Había asimilado la experiencia política de los viejos zorros que lo asesoraban, que lo cuidaban, que lo conducían, fascinados con la personalidad que la campaña había sacado a la luz en ese joven desdibujado que conocieron cuando aceptó la candidatura, y que ahora embelesaba a las gentes que lo escuchaban en los mítines.

Su discurso era fresco, sonaba convincente, calaba hondo.

Los viejos líderes, eternos militantes de la siempre perdedora izquierda, se felicitaban por la acertadísima decisión de escoger a este precisamente como el candidato.

Los mítines y manifestaciones se veían cada vez más concurridos, y las encuestas alcanzaban unos niveles que hacían dudar de su confiabilidad. Pero el hecho era que la gente creía en José Manuel. Lo aceptaba. Lo acogía con calidez y sin reservas. Lo sentía cercano, suyo.

Y esto lo percibía el candidato y se creaba el círculo virtuoso que alimentaba su autoestima, su confianza en sí mismo, y se reflejaba en su personalidad.

Todo era una espiral ascendente, como un remolino que crecía y se engrosaba.

La prensa lo asediaba, y su agenda estaba siempre saturada; pero su energía parecía ser inacabable. Diariamente, para las cinco de la mañana ya estaba en pie, revisando papeles, contestando cartas y mensajes, redactando declaraciones y discursos. A las siete acudía a alguna de las radiodifusoras, que se disputaban su participación en los noticiarios, pasando de una a otra si el tiempo se lo permitía, y acordando nuevas citas o confirmando para aquellas que transmitían noticiarios a medio día.

Luego, salía a hacer campaña, recorriendo a pie colonias enteras, entreteniéndose en cada casa para escuchar atento los planteamientos de los moradores y platicándoles de sus proyectos y sueños.

La comida la hacía entre una colonia y otra, o a veces, aceptando alguna invitación en cualquier casa de las que visitaba, o de plano la pasaba por alto.

La tarde transcurría también en las visitas domiciliarias y la noche se alargaba hasta la madrugada en reuniones de evaluación, proyección y negociación. Nunca se acostaba antes de la media noche.

Pero el desgaste que marcaba a otros equipos de campaña no se reflejaba en José Manuel. Por el contrario, cada día se le veía más vital, más entero, más fuerte.

Y cada día repuntaba más y más, al grado de que los analistas no sabían ya quién de los tres contendientes llevaba la delantera; cualquiera podía alcanzar el triunfo.

José Manuel sabía muy bien esto, y por lo mismo, su ánimo se veía impulsado a vaciarse en la campaña. Se gastaba en ella.

Carlos Novoa era el Coordinador General de la campaña de José Manuel. El propio candidato lo había propuesto, y no aceptó ninguna negociación en ese sentido, aún y cuando la Coalición pretendía dejar esta tarea en manos de otros más expertos.

Y no es que le faltara experiencia política a Carlos, pero desde luego que entre la gente de la Coalición había viejos lobos muy avezados en llevar campañas, fogueados en interminables años de lucha y trabajo, cada quien con su partido. Se habían establecido acuerdos para integrar un Comité Coordinador de Campaña plural, que incluyera a los más experimentados de cada facción. Carlos estaba incluido, mas no como administrativo en la toma de decisiones, sino como operativo para desplegar e implementar las estrategias que propusiera el Comité.

Todo esto se vino abajo, y costó tiempo definirlo, porque José Manuel fue inflexible en su decisión: si él iba a ser el candidato, Carlos Novoa debía coordinar la campaña. Y en el más alto nivel de decisión.

En grupo y en lo personal intentaron los viejos líderes convencer a José Manuel de que el Comité Coordinador de Campaña que proponía la Coalición era la opción más viable, para prevenir y evitar roces y conflictos que en un momento dado pudieran obstaculizar el buen desarrollo de la campaña, que ya bastantes problemas tendría con la cuestión financiera, dados los mínimos recursos económicos que podía aportar cada uno de los partidos que la conformaban.

No hubo forma de convencerlo. Finalmente, luego de varias y prolongadas reuniones, la Coalición tuvo que ceder, dejando como único coordinador de la campaña a Carlos. La única concesión que obtuvieron del candidato fue la de que no se tomaría ninguna decisión sin haber escuchado las propuestas y sugerencias de un Comité Asesor de Campaña, el cual se integró con las personas propuestas originalmente para el Comité Coordinador de Campaña, a las que se sumaron, a propuesta del mismo José Manuel, los profesores Roberto Alveláis y Chepo Ledezma. Pero las decisiones definitivas quedarían a cargo de Carlos Novoa.

Carlos era Técnico en Administración, y renunció a su empleo en una paraestatal para asumir la Coordinación General de la campaña de José Manuel. Casado y con un hijo de tres años, contaba con una larga trayectoria en el extinto Partido Comunista, como un activista y entusiasta operador político. Desde siempre le había gustado la actividad política, pero nunca había desempeñado puestos directivos. Sin embargo, era bien conocido de todos tanto en el partido como en la comunidad, puesto que en cada elección se le veía desplegando actividad proselitista y colaborando en la organización del trabajo político. Y siempre representó a su partido en la casilla electoral a la que estaba adscrito.

Conoció a José Manuel cuando cursaban la primaria. Estuvieron en el mismo grupo desde el tercer grado y los tres años de la secundaria. Luego, aunque ingresaron a la misma escuela técnica, Carlos estudió Administración de Empresas y José Manuel prefirió Electrónica. Sin embargo, mantuvieron una íntima amistad, que sazonaban con discusiones debidas a sus diferencias en cuestiones políticas. Carlos, un convencido del activismo y la participación, José Manuel, un desencantado.

Tres o cuatro veces a la semana, de regreso a su casa del trabajo, Carlos hacía escala en el taller de José Manuel para “echar la platicada”, permaneciendo al menos una hora en el local, y no pocas veces veían caer la noche antes de separarse. Ocasionalmente se invitaban a comer, y las familias de ambos se conocían bien, aunque no intimaban tanto como ellos dos.

La confianza nacida de esta familiaridad, y la reconocida actividad política de Carlos, hicieron que José Manuel lo eligiera y convenciera primero para coordinar su campaña, e hiciera luego prevalecer esta decisión ante la Coalición.

Desde luego, los líderes intentaron también disuadir a Carlos en privado, pero éste ya había hecho el compromiso con su amigo y la convicción de ambos en este aspecto resultó inamovible. De esta manera, Carlos Novoa quedó formalmente a cargo de la coordinación de la campaña política de la Coalición de Izquierda.

La primera decisión que tomó Carlos, y su primer conflicto con la Coalición, fue la contratación de una secretaria para que lo auxiliara. La Coalición quería que se quedara con Blanquita, la secretaria que ya prestaba sus servicios. Pero Carlos insistió en que necesitaba a alguien de su entera confianza, ya que habrían de trabajar sin horarios ni días de descanso, y seguramente tendría que llamarla a deshoras o pedirle de improviso que se quedara o saliera. La Coalición argumentaba el escaso presupuesto, que no justificaba dos secretarias, una para la Coalición y otra para la Coordinadora de Campaña. El propio José Manuel le ofreció negociar con Blanquita para contar con su entera disponibilidad, pero Carlos afirmaba que no podría cumplir con el compromiso, dada su edad -casi sesenta años- y la situación de su hija, madre soltera a quien Blanquita ayudaba con el cuidado de una niña pequeña, para que pudiera ir a trabajar en una maquiladora.

La situación se resolvió de una manera tan inesperada como poco convencional. Sucedió que en una charla con un personaje adinerado, simpatizante de la campaña de José Manuel y con quien se entrevistaban para allegarse recursos económicos, el tema surgió por casualidad. Al plantear lo raquítico del presupuesto, José Manuel lo puso en la mesa:

­—Mire, don Ángel. La verdad es que estamos muy cortos de dinero. Y decir muy cortos es no decir nada. Estuvimos revisando algunos presupuestos de engomados y trípticos, y resulta que si los mandamos a hacer, nos quedamos sin dinero para lo demás: gasolina, luz, teléfono, agua de la oficina, etcétera, etcétera, etcétera. Ni hablar de la compensación, porque ni a sueldo llega, que le damos a Blanquita, la secretaria, que más bien nos ayuda por amor a la camiseta que por el dinero. ¡Y luego imagínese que este hombre quiere que le contratemos una secretaria para la Coordinadora de Campaña! Pero bueno, eso es otra cosa. Le comento esto para que se dé una idea de lo precario de nuestro presupuesto. Por eso es que buscamos la cooperación de las gentes que simpatizan con nuestro proyecto. Cualquier apoyo, por pequeño que sea, nos sirve. Claro que preferimos en dinero, pero igual aceptamos y agradecemos la ayuda en especie. Hay gente que nos apoya con vales de gasolina, otros que nos regalan agua embotellada o algo de comida para las “volantas”, o nos prestan máquinas de escribir o computadoras, o nos regalan hojas de máquina, ¡en fin! Todo sirve, como le digo…

—A ver, a ver, espérate tantito, Chenel -dijo don Ángel-. ¿Cómo está eso de que quieren otra secretaria?

—¡No, bueno, don Ángel! -respondió José Manuel-. Es algo que no viene al caso. Se me salió el comentario porque no encuentro cómo hacer entender a Carlos que tenemos que averiguárnoslas con lo que tenemos.

—No, no. A lo mejor sí viene al caso -insistió don Ángel-. Explícame cómo está eso.

—¡A que don Ángel! Bueno, mire: según Carlos, Blanquita no va a poder dar el ancho cuando tenga que quedarse hasta tarde o trabajar los domingos y festivos. Y quiere que busquemos alguna muchacha sin compromisos, que pueda estar de incondicional. Si mal le pagamos a Blanquita, ¿de dónde vamos a sacar un sueldo de secretaria ejecutiva, como quiere éste? ¡Ya nada más falta que la quiera bilingüe!

—¡Yo no digo tanto! -intervino Carlos, que era el tercero en la mesa-. Pero sí que le sepa un poquito más a la computadora, y que tenga disponibilidad total. Blanquita tiene que cuidar a su nieta para que su hija vaya a trabajar, y cualquier día nos falla cuando más la necesitemos.

—¡Pues sí, Carlos! -comentó José Manuel-. Pero puede llevarse a la niña a la oficina, y le ayuda a su hija y nos cumple a nosotros.

—Sí, tú -le respondió Carlos-. La va a tener ahí a las cuatro de la mañana, o se la va a llevar con ella cuando tenga que entregar papelería en la cabecera distrital. ¡Si no nada más es contestar el teléfono, Chenel!

—¡Un momento! A ver, déjenme ver si puedo ayudarles con esto -dijo don Ángel.

—¡No, don Ángel! No se preocupe por este asunto, es algo que vamos a tener que arreglar entre nosotros -trató de zanjar la cuestión José Manuel.

—Si no me preocupo, Chenel -le dijo don Ángel-. Lo que pasa es que a lo mejor me ayudan ustedes a mí, y yo les resuelvo esto.

—¡Ah, carambas! -exclamó Carlos-. ¿Nosotros ayudarle a usted, don Ángel?

—¡Sí hombre! Verán: Lucía, mi secretaria, tiene una hija que acaba de terminar su carrera técnica como Secretaria Ejecutiva, precisamente.  Me ha estado pidiendo que le busque un puesto en mis negocios, pero la verdad, no tengo una vacante donde me pueda ayudar. Y sí me gustaría echarle la mano a Lucía, pero pues no he de poner a su muchacha a barrer, o de chofer de un camión. Pero viendo este asunto de ustedes, se me ocurre que les puedo apoyar con el sueldo de la secretaria para Carlos, con la condición de que sea Silvia, la hija de Lucía, a la que contraten.

—A ver, a ver, don Ángel -dijo Carlos-. Barájemela más despacito. ¿Cómo está eso?

—Pues muy fácil, Carlos. Que si te conviene Silvia para secretaria, yo pago su sueldo por el tiempo que dure la campaña -le explicó don Ángel.

—Mire, don Ángel -intervino José Manuel-. Es muy generoso de su parte, y desde luego que se lo agradezco. Pero lo que venimos buscando con usted es que nos ayude con algo de dinero. En todo caso, pues que nos entregara cada semana el equivalente al sueldo de una secretaria, por ejemplo. Así nosotros podríamos mandar hacer propaganda o pagar gastos que vayan surgiendo. Lo de la secretaria, como ya le dije, es algo que tenemos que resolver entre éste y yo.

—Mira, Chenel -le aclaró don Ángel-: como les decía, ustedes me ayudan contratando a Silvia para no quedarle mal yo a Lucía, y yo les ayudo también resolviéndoles el asunto de la secretaria. Pero podemos considerar esto aparte de lo que estamos tratando. Esto es nada más una manera de acomodar a esta muchacha. Ahora, si quieren, vamos a platicar lo del apoyo económico, sin considerar lo del sueldo de Silvia, ¿qué les parece?

A Carlos se le iluminó el semblante. Conocía bien a Lucía, la secretaria de don Ángel, que llevaba trabajando para él más de veinte años. Y conocía de vista a Silvia, la hija. Sabía que para cuando llegara a trabajar con él, vendría bien aleccionada, puesto que sería un favor que le deberían a don Ángel, y la lealtad de Lucía para con su patrón estaba fuera de toda duda o discusión. Estaba seguro de que podría contar con toda la disponibilidad y discreción que necesitara.

José Manuel, por su parte, dejó que las cosas siguieran por ese rumbo, ya que finalmente podría conseguir lo que andaba buscando: dinero para la campaña. Y si de pasada se resolvía el asunto de la secretaria para Carlos, pues qué mejor.

Así que pidieron más café y continuaron la charla.

En las oficinas de la Coalición lo creyeron cuando vieron llegar una camioneta que llevaba dos escritorios, dos archiveros, dos computadoras de escritorio con todos sus accesorios, incluyendo los periféricos como impresora, escáner y hasta bocinas, y algunos otros trebejos de oficina. “¡Pues sí que era cierto!”, comentaban.

23. La campaña del PAN

El Partido Acción Nacional tenía bastión en el municipio. Sólo la equivocada decisión de mandar al doctor Anzúres hacía dos trienios lo había despojado de la Presidencia Municipal, que había ocupado por tres o cuatro periodos consecutivos, detrás de los cuales habría quizá alguna alternancia con el PRI, pero que finalmente, vista en retrospectiva, era mayoritariamente azul desde la aparición del Partido en la comunidad.

Sin embargo, perder con Anzúres había sido un golpe duro, que el PRI había capitalizado a la perfección y que le había permitido hilvanar dos periodos en el Ayuntamiento.

Pero esta vez, la candidatura de Fernando había conseguido reunir a todas las corrientes al interior del blanquiazul, e incluso le había ganado muchas simpatías afuera, en la gente sin partido, sobre todo en la iniciativa privada.

Para los comerciantes, para la gente de los negocios, Fernando aparecía como una opción muy razonable.

Su formación universitaria, su trayectoria personal y política, su carisma natural, lo convertían en el candidato idóneo para este sector de la clase media y, desde luego, de la acomodada.

Era un pequeño burgués, pero cargado de un aura luminosa que inspiraba confianza. La seguridad con la que se refería a los problemas del municipio, la precisión y certidumbre de sus datos, la amplia información estadística que manejaba al dedillo, lo proyectaban como una persona de ideas claras y metas bien definidas.

Y sus amplias relaciones en el sector de los negocios, sus muchos contactos, su enorme capacidad conciliatoria, le creaban una imagen de confiabilidad y capacidad.

Los políticos de café desmenuzaban las posibilidades de los tres participantes en la contienda, y coincidían con la opinión de los expertos en que definitivamente, no había uno que se perfilara con delantera.

Al parecer, la definición se daría hasta que el proceso concluyera, pero sería muy cerrada.

Cualquiera podía resultar ganador, y la comunidad así lo entendía.

24. La campaña del PRI

El Partido Revolucionario Institucional tenía toda la experiencia del mundo en cuanto a resurgir fuerte de sus conflictos internos.

Si algo le envidiaban o admiraban sus oponentes era precisamente eso: su capacidad para reagruparse y salir a la campaña de nuevo como una entidad sólida, sin fisuras.

Por grandes que hubieran sido los problemas.

Y ésta no fue la excepción.

Finalmente, toda la militancia  cerró filas alrededor de Luciano Anaya, el ganador de la contienda interna, y lo que habían sido grupos rivales ahora se constituían en equipos de apoyo.

La mil veces probada estructura territorial aceitó sus engranes, y la maquinaria comenzó a moverse con la precisión que le caracterizaba.

La campaña fluía, con o sin la presencia de Luciano. Sabían hacer labor partidaria aun sin la presencia física del candidato.

Y no se diga de los lugares a donde acudía personalmente. Para cuando arribaba, ya le habían reunido un contingente para celebrar el mitin.

Los recursos económicos mantenían en movimiento y muy viva la campaña; nunca faltaban.

Y se administraban eficazmente, proveyendo de despensas a comunidades y familias de bajos recursos, colocando becas y material escolar entre estudiantes cuyas familias comprometían su voto a cambio del apoyo, haciendo llegar material de construcción a zonas marginadas, dejando ver que esto era sólo una muestra de lo que sucedería si apoyaban al candidato para que llegara a la Presidencia Municipal, patrocinando equipos deportivos en todas las disciplinas, de forma que de pronto en los torneos se enfrentaban equipos con uniformes muy parecidos, porque ambos lucían los colores del Partido y su logotipo, y en fin, haciendo presencia en todos los ámbitos con una marea de gente trabajando en perfecta organización y sincronía.

Y en la parte cupular, las negociaciones con los dueños del poder caminaban y abrían brechas, estableciendo compromisos y cediendo posiciones a cambio de apoyo.

Luciano fue el único de los tres candidatos que abrió una oficina de campaña fuera de las oficinas del Partido.

Esta Coordinadora eficientaba y ampliaba la acción de campaña del candidato y del Partido. Y de paso, lavaba la ropa sucia para no involucrar al propio Partido, en el caso de alguna acusación o impugnación durante el proceso.

En ella se negociaban puestos y posiciones políticas, convenios comerciales para entrar en vigor al asumir la Presidencia cuando el proceso electoral terminara, y en ella también terminaron algunas carreras políticas, cuando abatidos funcionarios que estaban viendo extinguirse su tiempo en la Administración Municipal acudían en busca de una prolongación, de un enroque, de alguna esperanza de mantenerse dentro y vigentes.

La estructura funcionaba con eficiencia, y este respaldo le garantizaba a Luciano una importante, importantísima cantidad de votos.

Sin embargo, el equipo de campaña veía con desesperación que el PAN mantenía sus números a la par. Y con sorpresa, con enojo y frustración, veían que el advenedizo candidato izquierdista hacía una carrera parejera, por más esfuerzos que emprendían para neutralizarlo y bajarlo de la cresta de la ola en que parecía haberse subido.

En estas circunstancias, llegaron a la desembocadura del proceso electoral.

FIN DE LA PARTE III

La próxima semana la Parte IV (final), con los capítulos 25, 26 y 27.

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