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El niño héroe…por Rafael Velázquez Ramírez

EL NIÑO HEROE

(La Patria olvidada)

RAFAEL VELAZQUEZ RAMIREZ

(ONASSIS)

            Rayaba el sol arañando los negros nubarrones de smog que arroja con envidiable constancia nuestra bien amada termoeléctrica, productora de luz, fuerza, tos y prietez prematura. Así como derramamientos de bilis intermitentes y uno que otro susto entre los sufridos habitantes del desierto…

Rayaba el sol, pues,  alumbrado tenuemente el camastro de nuestro niño héroe: Lusito Cantarranas, mejor conocido entre la chamacada como “El Negro”, debido a que siempre llevaba de ese serio color tanto el cuello, las muñecas, los tobillos, atrás de las orejas y otras partes que el pudor calla… “El Negro” se pasó una manecita mugrienta de uñas orladas en luto, por la alborotada y sobrepoblada cabellera. La escasa luz que se filtraba a través de los agujeritos de los blocks mal puestos, despertó al niño haciéndolo entrar de lleno a un día más de brega… Su señora madre se aproximó al infantil lecho y dijo amorosamente:

–          ¡Ya levántate, maldito prieto!… ¿Qué no ves que vas a llegar tarde otra vez con esos mantenidos del periódico y no vas a volver a alcanzar para vender?…

Tal vez a ustedes, acostumbrados a una vida plácida y sosegada, se les haga algo cruda la forma de expresarse de la señora Cantarranas, madre de Luisito; sin embargo justifiquémosla, ya que ella atraviesa por la vida de una manera curda de tiempo completo, debido a que es asidua a empinar el codo, y todo el brazo, con absoluta falta de moderación y recato. Según ella para olvidar a aquél descastado que la abandonó con siete lepes y uno en camino, el cual se malogró debido a la inhalación de los pérfidos vapores que emanan de la gloriosa y antes mencionada industria productora de luz eléctrica…

Luisito, “El Negro”, se aproximó con paso trastabillante hasta la hoja de triplay que, puesta sobre unos blocks, hacía las veces de mesa y de puerta, según la hora y la estación del año…

–          Amá, ¿qué vamos a desayunar hoy? –preguntó rascándose un sobaco.

–          Lo mismo de siempre. –respondió la mujer arrebujándose en las grasosas sábanas, que lo mismo servían para taparse como para limpiar a la criatura más pequeña, incapaz aún de avisar la urgencia de ir al baño.

–          Pero mamá – se atrevió a decir “El Negro”-, ya hace más de dos meses que no desayunamos nada…

–          ¡Y menos vamos a desayunar si no te acabas de largar a vender periódico, maldita sea!…  ¡Apúrate a ver si a América, la esposa de Soulé,  todavía le sobran burritos de esos que les regalan a los voceadores…

Luisito emprendió la ya tan conocida caminata rumbo a las oficinas del periódico donde prestaba sus servicios como voceador matutino…

En sus ojos se reflejaba el hambre antigua y la desnutrición latente. Sus moquitos petrificados y la gruesa costa de mugre que lo agobiaba, hablaban de un total desconocimiento de la higiene. Sus harapientas ropitas dejaban ver su piel y el desamparo que cargaba a cuestas todos los días… Sin embargo, en su manera de caminar y en la forma decisiva de chuparse los dientes al avanzar, y, sobre todo, en la fuerza al patear la lata de cerveza que se encontró aquella mañana, dejaban ver una determinación ancestral que lo empujaba a enfrentarse sin temor a la faena diaria, sin importarle que el producto de su trabajo fuera a parar a los bolsillos de los expendedores de vinos y licores, por conducto de su señora madre quien, invariablemente, se dirigía hacia éstos después de arrebatarle los míseros pesos que lograba reunir vendiendo periódico…

 No le importaba…  Él estaba consciente de lo que tenía que hacer y punto…

Tal vez de lo que no tenía conciencia era de que unos niños como él, hace muchos, muchísimos años, ofrendaron sus vidas a La Patria sin importarles que posteriores compatriotas, la tiraran al escusado haciendo a un lado los afanes de la juventud…

 

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