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El final se acerca, venga el final…por Jaime Rey

ALTA Y ADENTRO y JIRIBLLA

—Por Jaime E. Rey—

Está por cerrarse el círculo. Como el principio de mi vida, el fin está en las únicas manos en las que siempre ha estado, una vez más la ciencia no puede con la voluntad del Creador.

Detesto las comparaciones. Sé de muchos éxitos de la ciencia moderna y en el caso del cáncer de la eficacia de la quimoterapia.

No me den ejemplos. Si su vecino de 90 años de edad, 20 años después de recibir quimo todavía es la ley en su gallinero, lo admiro sin envidia.

Dios quiso que sea una bomba ambulante, pero en mi caso no dictó el mismo destino. Simplemente, este cuerpo de 79 años no soporto el veneno con el que matan las células cancerosas sin respetar gran parte de las sanas.

Mi etapa final es corta y no les aburriré con detalles tristes. Son más los memorables que en pocos días alcanzaron proporciones monumentales.

Si yo me voy en el poco tiempo que Dios me dé, quedan gentes maravillosas y el mundo seguirá siendo tan bondadoso como la vanidad humana lo deje ser, como permita que se cumpla la ley divina.

Es bondad divina que cierre mi círculo rodeado de amor y de dedicación desinteresada.

Hay comparaciones buenas e imitables. Tengo que convencer a mi Luz de Abril de que no sacrifique su salud  por hacer más feliz mi fin. Con tenerla a mi lado, mi fin ya es maravilloso.

Además, con o sin enfermera de 24 horas diarias, el Medico Supremo dictará el fin. En este drama, su papel y el mío es aceptarlo estoicamente.

Humanismo imitable es el de Pepe Andreu, Roberto Dávila, Chava Hepo, su cuñado, Jésus Pizarro, un señor de quien sólo conozco su nombre, Héctor, quien en pocas horas se portó como amigo de toda la vida.

Sus acciones han sido hermosas, pero tengo que dejar fuera las de tantos amigos, lectores, admiradores, detractores y de simples seres humanos que hacen difícil dejar este mundo.

Sean optimistas. Que queda gente como ellos es un regalo del creador. Que un severo crítico como yo necesitara la “patada del cáncer” para aceptar lo que siempre supe, es también regalo de Dios.

Ni  México, ni el beisbol, ni el periodismo me necesitan, como tantos insisten en llamadas y correos, yo los necesito, ellos no a mí.

Vendrán muchos y mejores, esa es otra ley ineludible. Dí lo mejor de mí y Dios perdonará mis numerosas fallas. Fallas honestas que pido también perdonen los muchos ofendidos que dejo regados.

Gente buena, como Iram Campos, César Villanueva, toda la gerencia de Sultanes, la asociación estatal de beisbol y hasta Pérez Cualquiera. Son muchos los ofendidos que dejo con la oportunidad de enseñar a Dios su capacidad de perdonar. Don divino que debemos aceptar.

Se cometieron muchos errores. No se debió intentar la quimo. En el primer tratamiento supe que con eso me matarían. Me mataron todo. El apetito, la energía, redujeron un cuerpo de 175 libras a 143 libras.

Me quitaron todo, menos el deseo de vivir. Ese lo mató la ciencia minando mi resistencia. La afición taurina sabe que gritar de los tendidos “échale ganas” difiere mucho de echarlas en el ruedo.

Se agradece el intento de dar ánimo al caído, pero las oraciones son mejores y según me dicen medio México esta orando por mí. Pidan a Dios se cumpla, a su debido tiempo, su voluntad y me cante el out 27 cuando me toque. Estoy listo, cuando Él quiera.

He tenido muchos honores. ¿Qué me falta? ¿Ver en mi tierra una calle con mi nombre? Sí. Pero sería mejor una beca a algunos jóvenes que superen lo hecho por mí en el periodismo. Los hay y son muchos, descúbranlos. El hombre muere, la tradición no debe morir.

Mis hazañas crecerán con cada recuerdo, pero he sido un hombre común que trató de hacer lo mejor con la habilidad que Dios le dio.

Que ese sea mi legado, que todos sin temores ni complejos muevan sus montañas personales y logren la satisfacción de cumplir con la voluntad de Dios, para bien o para mal.

No puedo cerrar esta, que quizá sea mi última columna, sin usual vulgaridad. También he sido “todo un hijo de la chingada” que no puede irse sin pedir perdón a todo un mundo que me colmó de satisfacciones inmerecidas.

Me iré pronto porque mi copa se derrama de felicidad y agradecimiento. Que dulce es el vino de la vida, gócenlo.

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