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Y hablando de pillos…por Luis Villegas

Lejos están los días en que podía uno pagar 20 centavos por ver la televisión en casa de algún afortunado vecino; quien, por alguna misteriosa razón, tenía la dicha de contar con uno de esos aparatejos… en blanco y negro.

Lejos están esos días porque, al día de hoy, en las colonias más depauperadas, sus moradores, por modesta que pueda parecer su condición o torva su catadura, por raquítico su presupuesto, la televisión no falta o por lo menos la antena.

La televisión ha venido a sustituir un montón de cosas: La charla de sobremesa, la cena familiar, la convivencia de los domingos, etc. Ahora, entre el futbol y los toros, los programas de variedades o de concursos, los documentales y noticieros, la lucha y el box, las series gringas llenas de sangre y las colombianas llenas de narcos, las películas clásicas y las no tanto, podemos navegar por una gama casi infinita de canales gracias, entre otros, al Cable, al Dish o al Sky.

Claro que esto se ha vuelto un exceso; digo, ¿a quién en su sano juicio le puede importar el marcador entre el Jaén y el Málaga? De los partidos del Manchester mejor ni hablar, obvio, ya nos invitarán un día de éstos a la inauguración del Superpichichi -monumento erigido en honor al Chicharito- (y sí, ya lo sé, el Pichichi es un reconocimiento del futbol español pero el nombre de su equivalente inglés lo desconozco).

Lo cierto es que muchos de nosotros nos hemos vuelto rehenes del control remoto y con el cuento de que es posible programar la televisión para que nos despierte, nos avise del inicio de un programa o nos lo grabe vivimos pendientes de ella.

Nomás se nubla -o la señal se cae- y el estado de ánimo familiar también decae hasta límites insospechados; anda uno como perro sin dueño con el control en la mano, cara de tristeza infinita, arrastrando los pies y si tuviera rabo (o por lo menos lo tuviera más largo), indefectiblemente lo traería uno entre las piernas.

La televisión es un diosecillo malévolo y envidioso; exigente y malintencionado. Además, por lo menos en nuestro caso, ha venido a trastornar los gustos familiares; de un tiempo a la fecha, mi mujer sólo ve programas como Sobreviví, Pareja Salvaje, Emergencias Bizarras, Mente Criminal o Actividad Extranormal, -nomás le falta que empiece a ver el motocross-; y yo, ¡Ay, yo!, no sé de dónde me salió el gusto por No te lo pongas, Mal vestidas, Diez años menos, Juicio a la Imagen y Diez Cosas que Odio de Mí. Estamos fregados. Después de todo, ¿para qué diablos le sirve a Adriana saber cómo matar cocodrilos a mordiscos y a mí que enchinarse las pestañas con una cuchara es malo para las pobres pestañas y para el glamour? A donde quiero llegar con estas disquisiciones es al hecho, innegable, de que la televisión ocupa un lugar importante en nuestra vida cotidiana; y, sabedores de ello, dos de los magnates más poderosos de este dolorido país han entablado una lucha en forma en donde los ciudadanos oficiamos de mirones de palo y conejillos de indias. A saber dónde quiera acomodarse usted, apreciado lector, querida lectora. En efecto, hace ya algunos meses, un francés de equívoca presencia se nos muestra paseando un pegito y quejándose de que “las tagifas de teléfono celular son más cagas en México que en Fgancia”. ¿A caso piensa el tarado que no lo sabíamos? Lo sabemos desde hace años y desde hace años las venimos pagando religiosamente porque no tenemos muchas alternativas. Quiero decir que, durante el proceso de privatización a que la Administración Salinista sometió a Teléfonos de México, nunca estuvo dentro de los criterios de dicha administración el interés colectivo. Con el correr de los años queda claro que el único que ganó fue Carlos Slim -lo que lo ha llevado a convertirse en el hombre más rico del Mundo- y, me imagino, algunos funcionarios vivales que dejaron de preocuparse, desde entonces, de lo que iban a vivir ellos y sus tataratataranietecitos. Claro, con el Esternocleidomastoideo de la historia patria, el innombrable, Carlos Salinas de Gortari a la cabeza. Por supuesto que la empresa responsable de esos infomerciales no es otra que Televisa, quien con esa mezquina acción intenta advertirnos de los excesos del consorcio telefónico y calla, para variar, sus propios excesos y despropósitos: Una televisión de paga no muy cara, carísima, con tendencias monopólicas y un poderío tal en la industria de la comunicación nacional que le permite influir en el ánimo del ciudadano promedio a través de mecanismos electrónicos, prensa escrita, revistas, etc. Y cuya demostración palmaria de su poderío es la siguiente: Es la única empresa privada que, hoy por hoy, tiene a su propio aspirante a la Presidencia de la República, el insufrible Enrique Peña Nieto (a) “El Bombón”. Y casado con La Gaviotaaaaaaaaaa además, otro subproducto de la televisora. Dicho en otras palabras: Ésta es la contienda más impúdica en la historia de la televisión mexicana; ¡Qué pugna interna del PRI en los albores de la Candidatura de Carlos Madrazo o en los intestinos del PAN previo a los comicios de 2006! Esta lucha de poder es una de las pugnas más cínicas que registre la memoria colectiva de nuestro País. Mientras estuvieron de acuerdo entre ellos, entre un orondo Slim y el tigrillo Azcárraga -por aquello de que “hijo de tigre, pintito”-, los mexicanos fuimos víctimas de esta mancuerna cómplice en sus afanes de exprimir nuestros bolsillos hasta la infamia.

Ahora que surge una desavenencia entre ellos y sus intereses resultan antagónicos, vienen a desenmascarase entre sí para exhibir sin recato alguno las miserias de esa clase dirigente que se caracteriza por una voracidad insaciable. ¡Luego que vengan a vendernos sus fundaciones, sus museos y sus teletones! Ya se los habremos de pagar con sangre… con tinta sangre del corazón. …

Y conpermisito, que ya me voy a ver la tele, que ya comienza:

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