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Juai de Rito…por Luis Villegas

Entre tanto desorden, los dimes y diretes habituales entre la mayoría de los políticos, y en general, a las puertas de una conflagración en el Estado de México con miras a suceder al ocupante de Los Pinos en turno, es posible que usted, amable lector, querida lectora, estime como una frivolidad el título y el contenido de estas líneas. En su derecho está para formular ese juicio; si bien, le recuerdo que el espíritu que alienta detrás de estos, y cualquier otro párrafo obra mía, es un espíritu juguetón, más dado a la comedia que a la tragedia, al gozo que al foso, y al bollo que al hoyo. Claro, en este mundo virtual de la escritura, porque en la vida real suelo desgarrarme las vestiduras con harta y excesiva frecuencia; máxime ahora que la Florencia, la perrita de la casa, acusa los efectos de la mayoría de edad y le acaban de diagnosticar un confuso padecimiento que no se sabe bien a bien qué es ni por qué le dio ni cómo se cura, pero que nos tiene a todos afligidos a más no poder; pues lejos está de ese sano alborozo que la tenía subida a todas las camas en búsqueda del calorcito de cualquiera de nosotros y ahora la tiene renqueante y temblorosa o echada de cualquier modo a los pies de esas mismas camas.

Empero, entremos en materia. Antes que nada permítame formular un mea culpa, si usted me lee con relativa asiduidad, sabe que está entablada con toda formalidad una lucha entre el suscrito y el idioma de Shakespeare; así que ponerme en plan crítico de los dislates de López-Dóriga frente al actor Anthony Hopkins a principios de esta semana parecería excesivo; digo, es obvio que yo no lo podría hacer mejor; sin embargo, enfoquemos el asunto de manera correcta: Yo soy yo y -como el burro de Shrek en la primera película- estoy solito. Las mías, son charlas de café y mis intentos por balbucir -o escribir- el inglés son privados e intrascendentes; en el peor de los casos demuestran mi ignorancia y, en el mejor, un saludable intento de reparar esa carencia. Joaquín López-Dóriga, en cambio, es Joaquín López Dóriga; pleonasmo que se justifica para enfatizar la distancia abismal entre este provinciano que goza de los discutibles privilegios de un relativo anonimato y un personaje de la vida pública que, literalmente, es el titular de un programa que, hoy por hoy, constituye una ventana de México al Mundo. Para situarlo en su justa perspectiva permítame la siguiente digresión: Hablando sólo de Televisa y sus noticiarios, el mañanero de Primero noticias tiene un rating de audiencia de 8.6; el vespertino Noticiero de Lolita Ayala, 7.8; el nocturno Tribunal TD, apenas alcanza un modesto 4.3; en tanto que el Noticiero de Joaquín López-Dóriga deja muy atrás a los anteriores con 12.8; e incluso casi duplica el nivel de audiencia de su competidor Hechos de TVAzteca.[1] De ahí, que el incidente ocurrido el 14 de este mes en el seno de ese noticiero constituya un obligado referente para preguntarnos qué y cómo andamos en este país sobre el particular.

Primero, ¿se fijó cuánto duró ese espectáculo lamentable? Casi un cuarto de hora; la cuarta parte del programa la dedicó López-Dóriga no sólo a hacer el ridículo, sino a hacer preguntas idiotas: “¿Juai dis film? ¿Juai de Rito? […] ¿Juai du yu acept guan film? ¿Qué aprecia usted en un director? ¿No está escuchando? […] ¿Nou saund? ¿No sonido? […] ¿Jow du yu ker mor? ¿El rito está basada en hechos reales? ¿Is a rial gistori de ritus?”. A ver, luego de tortuosos y larguísimos minutos, ¿quiere decir que el comunicador más importante de este país, por lo menos el más visto, no se dio cuenta de que Hopkins no lo estaba oyendo o que no le entendía ni “J”? ¿La cara de desconcierto de Hopkins no le dijo nada, nada, nada? ¿Ése es un ejemplo típico de la perspicacia proverbial de los periodistas mexicanos o un incidente aislado y excepcional?

No obstante, eso es lo de menos, lo trágico, lo inexplicable, lo incomprensible, lo inaudito, es que este comunicador haya destinado el espacio informativo de mayor audiencia de la República a promover una película. Es decir, ¿no había en México -ni en el Orbe- nada mejor qué decir, qué exponer, qué informar, qué reflexionar en esa rosada fecha, hinchada de corazones, que hubo de consumirse el valioso tiempo en televisión -por lo menos el más caro (triple A)- en babosadas? Por 15 minutos, lo insulso, lo baladí, lo auténticamente irrelevante, llenó las pantallas de televisión en nuestra patria. Bien mirada, ésa ni siquiera fue una entrevista, fue un anuncio, un “infomercial” de la película El Rito; un trailer de bulto, con el protagonista en vivo y en directo con cara de bobo y una sonrisa sardónica (no se sabe si de pena ajena o de burla propia), frente a un comunicador de supuesta talla internacional que, no sólo no habla inglés, sino que, para colmo, ni siquiera le puede salir al paso, con dignidad, al imprevisto de un fallo técnico.

En un país donde el año pasado se vendieron 190 millones de entradas al cine y sólo Toy Story 3 contó con casi 15 millones de espectadores (hablamos de menos de un boleto al año por habitante),[2] la nota principal, del principal noticiero de televisión en México, fue la lastimosa promoción de una película y, para colmo, extranjera. Ese solo gesto, ese desprecio a la inteligencia de los espectadores merecería una sanción ejemplar; para el periodista, para el Canal y para la empresa. Quiérase o no, ese incidente es un indicador. Una especie de termómetro, barómetro, anemómetro y balanza, de cuanto ocurre en el ámbito de la comunicación en nuestro país. La temperatura, la presión, la dirección, el peso y la correlación de fuerzas, entre la inteligencia, lucidez y aptitud de los hombres y mujeres de medios y la justa exigencia de una programación amena e inteligente; entre su arbitrio, voluble y antojadizo, y el auténtico influjo de la sociedad en su toma de decisiones respecto de tópicos y contenidos; entre su independencia y autonomía y los intereses específicos que emanan de los poderes político y económico; entre su profundidad y capacidad de análisis y la necesidad que tiene un país como el nuestro de un cuarto poder serio, oportuno, veraz y objetivo.

A una semana de que una importante empresa de medios haya decidido prescindir de los servicios de una talentosa periodista por oscuras y confusas razones sobre la base de un infundio, viene este señor a callar todo lo callable y todo decible en México y el Mundo para promover una película irrelevante que, por cierto, voy a ir a ver en cuanto la estrenen acá en mi tierra. Lo triste es que, en términos generales, ése es el estado de la comunicación -y de los comunicadores- en México.

Luis Villegas Montes. luvimo6608@gmail.com


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