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La Merced…por Luis Villegas

****LA MERCED, LA BOLSA MEXICANA DE VALORES, MOISÉS Y LA FATALIDAD.****

 

1.- No muy convencido, el sábado acompañé a un amigo a La Merced.

 

2.- Fuimos a comprar una serie de artículos que, estoy seguro, podríamos haber adquirido en cualquier sitio sin despeinarnos siquiera; pero, como mi amigo es de ideas muy firmes, para allá fuimos.

 

3.- En medio del gentío aquel me dijo muy serio: “Ahí vengo”. Y se bajó del automóvil. Una de las preguntas más estúpidas que he hecho en mi vida la hice el sábado: ¿Si viene alguien me muevo? No me contestó, sólo se me quedó viendo muy feo. Digo, estábamos a media calle, era obvio que sí.

 

4.- Lo cierto es que mi perspicacia proverbial brilló por su ausencia esa tarde; atento al conocido refrán “a donde fueres haz lo que vieres” e ignorante de cuánto tiempo se iba a tardar mi amigo en regresar, avancé por una callejuela detrás de un taxi, decidido a “darle la vuelta a la manzana”. Craso error. Ni era chofer, ni era taxi, ni era calle, ni había modo de avanzar conforme a los cánones universalmente aceptados del automovilismo.

 

5.- Sólo dar vuelta a la supuesta esquina, me percaté del equívoco; pero ya era imposible retroceder. ¿Por qué? Porque, dicho literalmente, me “engulló” una muchedumbre.

 

6.- Yo estoy cierto que Moisés es Moisés, por varias razones: Porque fue judío, porque vivió hace 3,272 años (dicen) y porque lo que debió escindir fueron las aguas del Mar Rojo. Si hubiera sido un sábado cualquiera, de un colorido mes de diciembre, en la Merced, a las cinco de la tarde, Moisés se friega y Faraón va y se trae de la lengua a todos los israelitas, los mata o se los lleva de vuelta a Egipto.

 

7.- Las quietas o fúricas aguas de ese mar son un riachuelo comparadas con la procelosa contracorriente de la marea humana mercediana.

 

8.- El sábado, por increíble que parezca, circulé a la insólita velocidad de dos kilómetros por hora o menos, así como se lee. Y lo  afirmo tan orondo porque realicé un giro completo a la manzana -¿qué le gustan, 300, 400 metros?- en aproximadamente cuarenta y cinco minutos.

 

9.- Al vehículo lo rodeaba gente por los cuatro costados; fue una odisea avanzar y dar vuelta en cada esquina sin magullar a personas alguna, ni atropellar transeúntes, ni aplastar niños que raudos y veloces, comiéndose los mocos, se atravesaban por doquier, ni causar estropicios en los múltiples puestos que, de todo tipo, invadían no ya las aceras, la calle misma, con sus precarias, vistosas e improvisadas instalaciones.

 

10.- Logré pasar sumido en el pasmo, merced a los buenos oficios de los peatones que, compadecidos por mi cara de idiota, yo creo, me decían: “Órale, pásele, patroncito”; “Órale, güero ¿qué esperas?” -lo de “güero” yo digo que ya era franco choteo-, y cosas similares. Gracias a ellos, llegué al casi final del trayecto porque, ¿se acuerdan del taxi que no era taxi?, pues ese taxi se detuvo a media calle; así, sin más, sin luces intermitentes siquiera. Y ahí se quedó. Yo navegaba entre la desesperación, la rabia y las ganas de ir al baño a hacer pipí.

 

11.- A punto de bajarme a averiguar qué pasaba, se bajó una cosa del pretendido vehículo; presumo, no estoy muy seguro, que era una señora. Las ínfulas se me esfumaron de súbito porque parecía Fuerza Guerrera, de incógnito. O por lo menos lo parecía cuando este luchador, prieto como el caballo del corrido, usaba unos pelos negros así como en forma de tirabuzón a media espalda. La “cosa” se bajó, pues, se puso con toda parsimonia un suéter color rosa mexicano que parecía carpa, se sacudió la cascada azabache de los rulos, y se fue muy campante.

 

12.- Me subí al carro. He de haber seguido con mi cara de idiota, porque se me acercó un tipo a preguntarme. “¿A dónde va, jefe?”. Ya le iba yo responder algo así como: “A ti qué chin… te importa” cuando la intuición me refrenó la lengua. Con modestia respondí: “Aquí, a darle la vuelta”. “Ah, ha, ah; pos por a’í hubiera usté empezado. Es que ésta no es calle. Es estacionamiento”. Yo me quedé hecho un imbécil y voltee para todos lados. No, ni rastros de signos o señales al respecto, perfectas bocacalles y sendos letreros avisaban que era una calle, pero yo creo que estaban ahí para sorprender incautos como yo. “Mire, le voy a dar chance. Voy a mover el carrito ése; allá al final va usté a ver a un gordo, pelón, grandote, si le pregunta si ya ‘se puso’, usté le dice que no, que no más va circulando. Y p’a la otra ya sabe”. “¿Cuál otra?”, me pregunté. Salí del atolladero y mi amigo me hablo al celular: “¿Pos dónde andas?”. Le expliqué, al fin dio conmigo (o yo di con él) y salimos a Fray Servando Teresa de Mier.

 

13.- El decoro me constriñe a guardar silencio sobre los detalles de la incursión de búsqueda y -tal parecía- rescate de invaluables joyas de la cocina mexicana; sólo diré que una de las muy celebradas piezas encontradas fue un tronco que, en consideración a su diámetro, bien podría servir para oficiar rituales prehispánicos en calidad de ara de los sacrificios reciclable.

 

14.- Un día antes, a media noche, había visto en la televisión un programa donde referían un montón de datos sobre el mercado de La Merced; el que más llamó mi atención, fue que sólo en la Bolsa Mexicana de Valores había un mayor movimiento económico. Intuyo que era un aviso de la Providencia que desoí.

 

15.- En el tráfago de esos momentos de confusión, de desconcierto, de duda, de molestia, incredulidad y ganas de ir al baño, empecé a escribir mentalmente estas líneas, por un lado; y por otro, a decirme que ya valió madres este asunto.

 

16.- México está como está porque en su seno ocurren cosas así. No me refiero a que un fuereño se pierda a mitad de uno de los mercados más grandes del Mundo ni a que un amigo de uno vaya y descubra el pequeño milagro de encontrar un bien muy preciado en el rincón más impensado de esa Babel de mixturas, texturas, olores, sabores, objetos, enseres, géneros y mercancías diversos, no; no me refiero a eso.

 

17.- Me refiero a la impunidad dueña ya, literalmente, de las calles. A que una importante empresa, una gran empresa, una empresa extraordinaria por sus dimensiones, por los cientos de millones de dólares que maneja a diario, por la variedad de productos que ofrece (que van desde un manojo de chile piquín hasta camiones de varias toneladas), pueda existir al margen del fisco o de la Ley. A la incapacidad del Gobierno para construir instalaciones dignas, modernas, eficientes y seguras para los usuarios. En sus contrastes insólitos, La Merced refleja todo lo mejor y todo lo peor de México. Lo triste es que ese peor podría ser distinto y luminoso con un poquito de buena voluntad de todos nosotros.

 

18.- En ese México de simulaciones, es donde florecen los presidentes de organismo electorales hipócritas, comprometidos hasta la médula con un partido político; los “líderes sociales” ladrones; los comunicadores venales; los presidentes de partido corruptos; los funcionarios incompetentes e idiotas; y, por supuesto, cualquier tarado se siente editorialista (y no lo digo por mí, que conste). En ese México los ciudadanos se callan, sufren y aguantan, muy lejos de cumplir con las obligaciones mínimas de ser tales. Ándele, vaya de compras.

 

Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com, luvimo66_@hotmail.com,

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