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Malena…por Luis Villegas Montes

MALENA—

 

Vaya Usted a saber si me estoy haciendo viejo (yo creo que sí), pero lo cierto es que los placeres de la Vida cada vez me llegan de manera más reducida y en empaques más modestos. El domingo pasado, ni más ni menos, me fui en camiseta, pantalones de mezclilla y alpargatas a la Cervecería en compañía de Adriana y Adolfo (Lola no quiso ir), a comer costillitas de cerdo.

 

Cierto es que llevo meses, más de un año, sin comer carne, pero el domingo me dije: “¡Qué demonios! Una vez al año no hace daño” y fui. No le cuento, yo creo que se me desacostumbró el estómago porque, mientras mis contertulios eran la viva imagen de la calma y el sosiego, a eso de las diez u once de la noche yo sentía que me había tragado tres gatos vivos. Aquella sí fue revolución y no la de 1910 que, total, al fin de cuentas no ha servido para un carajo.

 

Pues bien, ya de regreso de la Cerve, leía yo la última novela publicada de Umberto Eco, Número Cero,1 que si no la lee no se pierde Usted de nada, y Adolfo puso de “su música”. “¿Te gusta AC DC?”; “no”; “¿Por qué? Es de tus tiempos”; “también el ‘Chico Ché y la Crisis’ y no me gusta; “¿a poco no te gustan estos acordes?” (puso la dizque canción); “no”; “¿por qué?”; “otra vez la burra al máiz” –Me dije. “Porque no me gustan y ya. Pon otra cosa. Pon Jueves Once de Marzo”.

 

Accedió a medias. Quitó ese estruendo espantoso que invariablemente me recuerda a Eslí, un amigo de la secundaria que no me explico cómo no se le cayeron las orejas con ese remedo de música que escuchaba a todo volumen desde los 13 años, y puso ustedes no se imaginan qué. “Bueno, pero esta primero”.

 

La semana que terminó fue una semana harto difícil. No son estos el lugar ni el momento propicios para contarlo, pero fue una semana muy dura; muy dura y muy triste para toda la familia. Y en esos trances amargos es cuando se encallece el alma o se nos licúa el corazón y termina por hacernos más humanos, lo que ocurra primero. ¡Ah! Pero vienen los hijos de uno a darle el único regalo que realmente importa, el de la compañía, el de la presencia, el de la sorpresa festiva a partir de un gesto, una mirada, una sonrisa mínimos, o eso que pasó el domingo por la tarde.

 

Un tango.

 

Adolfo, mi hijo menor, de escasos 16 años y con una cultura musical como la mía, es decir, nula, me derritió el corazón con un tango; precisamente ese que sirve de título a estos párrafos; y que entre otras cosas dice:

 

“Malena canta el tango como ninguna
y en cada verso pone su corazón. (…)
Tal vez allá en la infancia su voz de alondra
tomó ese tono oscuro de callejón,
o acaso aquel romance que sólo nombra
cuando se pone triste con el alcohol.
Malena canta el tango con voz de sombra,
Malena tiene pena de bandoneón”.

 

¿Cómo llegó Adolfo al tango? No lo sé pero me lo imagino: Por la vía de los libros. Recién terminó de leer una novela de Almudena Grandes que a mí me mató, “Malena es un nombre de tango”;2 y… ¿qué les puedo decir? Que haya concluido esa novela complicada y gruesa, con sus buenas 750 páginas, que haya llegado al tango por esa vía, aunque sea a ese (ya vendrá alguna novia, me imagino, a hacerle comprender los asuntos del desamor y a hacer de su vida un ídem), me llena de dicha y me confirma en la creencia invencible de que la Vida está aquí, lista para vivirse; y que no nos pide mucho, apenas, tener los ojos bien abiertos, las manos extendidas y de los labios pendientes, siempre, una sonrisa y un adiós.

 

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Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com,

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