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Melés…por Luis Villegas Montes

 

Si yo hubiera debido de tener un apodo que me pintara de cuerpo entero durante mi infancia… -Bueno, la verdad es que sí los tuve, pero la mayoría resultan impublicables-, habría sido: “Melés”. Cuenta Lola, mi mamá, que la cosa era más o menos así: Tocaba alguien la puerta y ahí iba yo a las carreras. No por acomedido, que conste, pues siempre he estado muy lejos de ser el epitome de la diligencia, sino por el interés que luego se verá. Tocaba alguien la puerta, repito, y se topaba con un mocoso de unos 4 años con una revista o un libro en la mano y la pregunta infaltable a bocajarro: “¿Melés?”. Si la educación que la progenitora de mis días no me hubiera entrado por una oreja y salido por la otra, la escena habría debido desarrollarse de manera distinta; y en vez de tutear al desconocido (a), tendría que haberle dicho: “Buenas tardes, señor (a), ¿Me podría leer, por favor?”, pero no; la cosa era como la platico. Alguien tocaba la puerta, visita, cobrador, vecina, familiar, vendedor o amigo, y ahí estaba yo con mi pedigüeña y perentoria exigencia: “¿Melés?”. Me imagino que la cosa era más o menos graciosa la primera o segunda vez; ya para la veinteava ocasión, sospecho que el asunto resultaba un auténtico martirio. Por no hablar de los miembros de mi familia, principalmente mi mamá o mi hermana Patty, para quienes, ocupadas en sus obligaciones -que eran muchas, ahora lo sé-, debieron sentirse agobiadas por el enano con voz de pito pegado a sus faldas: “¿Melés? ¿Melés? Ándale, ¿melés?”. Tanto fue así, me imagino, que entre Patty (Lola trabajaba) y mi abuela Esther, quien la tercera parte de su vida la vivió sumida en la penumbra de su ceguera, me enseñaron a leer.

 

Yo creo que la mayoría de las personas tenemos claro porqué queremos a nuestros parientes más cercanos; y estamos conscientes y agradecidos de los presentes que a lo largo de nuestra vida nos han obsequiado. Sin embargo, mirado con detenimiento, el mejor regalo que recibí de todos mis seres queridos fue ese: La lectura. Ahora que lo pienso, todas, absolutamente todas las personas que rodearon mi niñez, me alentaron a su modo. Mi papá Jesús, desde mi más tierna infancia me regaló, literalmente, miles de revistas; Patty y mi abuela me introdujeron en el mundo de las letras; mi papá Cruz, en la adolescencia, me regaló un montón de libros que resultaron decisivos para mi formación ulterior; y la maestra Lupita me abrió las puertas de su biblioteca con una generosidad sin límites. ¿Qué puedo decir de mi mamá? Nunca, nunca, jamás, ha defraudado mis expectativas. Siempre ha estado  ahí, queriéndome, y con eso basta.

 

Pues con todo y eso, leer no me ha servido para ganarme la vida. Leer es solo un medio, una vía, y nada más. Uno lee para enterarse, para divertirse, para aprender, pero no para merecer el pan que come. Ese se consigue con trabajo. Desde que Adán se comió la famosa manzana y nos pasó a fregar, los méritos para sobrevivir se consiguen con el sudor de nuestra frente, aunque haya ocupaciones en que le suda a uno hasta el alma.

 

Lo anterior viene a cuento a raíz de la presentación del III Informe de Gobierno. Se supone que uno de los logros que se le debe reconocer a la actual administración es ampliar la oferta educativa a nivel superior. Sin embargo, en Chihuahua, la cobertura en educación básica es del 89.65%.1 Lo anterior implica que si bien la cobertura en educación superior se amplió en 7 mil 463 alumnos, por otro lado se quedaron si educación primara 50 mil 500 niños; y sin secundaria, 21 mil 800 más. ¿Qué sentido tiene una política educativa que pretende educar a los jóvenes y deja a la deriva a los niños?

 

Pero eso no es lo peor; lo más grave es que a esos miles de jóvenes chihuahuenses se les está educando, literalmente, para que pasen a engrosar las filas del desempleo: Según datos del INEGI, las entidades con mayor número de desempleados son el D.F., con el primer lugar; y Chihuahua, con el segundo; en el mes de junio de 2013, un informativo local daba cuenta de queChihuahua era el “quinto Estado expulsor de jóvenes con el 11.4% de las personas menores de 30 años buscando mejores opciones de vida fuera de su país”;2 aunque la tasa más alta de desocupación para el Estado fue en septiembre del 2009, “cuando llegó al 9.5 por ciento”,3 lo cierto es que para el mes de septiembre de este año de 2013, al mes de octubre, la tasa de desocupación ascendía al 5.2%;4 de hecho, del año 2000 al 2011, ya en el primer tercio de la actual Administración, Chihuahua se situó 1.12% por arriba del promedio nacional; empero, si se considera solamente 2010, ya superada la crisis internacional, esta cifra casi se duplica; 5 en este sentido, un Estudio desarrollado por la OCDE,6 demuestra sin lugar a dudas cómo Chihuahua ha sufrido una desaceleración económica sin precedentes en la última década; sobre la base de dicho informe, un artículo especializado sostenía en 2012: “Chihuahua experimenta un rezago”, y en este tenor, tómese como ejemplo lo dicho por Ángel Gurría (reconocido militante priísta y Presidente de dicho organismo) en la presentación de dicho informe: “El crecimiento económico de Chihuahua en los últimos diez años ha estado estancado”, y “es el único Estado que ha sufrido una década perdida”. 7

 

Otra vez, pues, se están poniendo los bueyes detrás de la carreta; no es un asunto educación; es un asunto de empleo. Es más fácil abrir escuelitas e incrementar la burocracia magisterial que agarrar al toro por los cuernos y poner a Chihuahua en la punta del desarrollo nacional. Eso sí sería gobernar; lo demás es administrar la deuda que se le deja a la próxima generación de chihuahuenses.

 

Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail

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