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Parral, el Descubrimiento…por Rafael Velazquez Ramírez

PARRAL… 380

(Eterna Capital Mundial)

III

EL DESCUBRIMIENTO

(¡De a devis!)

RAFAEL VELAZQUEZ RAMIREZ

(ONASSIS)

–          ¡No mi Alférez! –corrigió el de Alcántara con los ojos desorbitados-. ¡Son indias! ¡Mujeres!… ¡Y están completamente desnudas, tomando un baño en el río!

–          Qué mejó que mejó que hacerles la buena merced de llevarleis una toallita, Don Juan –intercedió Galeano con mirada de fauno y las pupilas dilatadas.

–          Y de paso aplicarles una talladita en sus acrisoladas y egregias figuras –agregó Don Cristóbal de Olid, blandiendo una toalla de masajista y un spray lubricante.

–          Y de paso perfumarles sus pétreos cuerpos de azabache con el almizcle que nosotros resollamos y rebufamos –pujó Don Luis de Alcántara con los ojos en blanco y mordiéndose el labio inferior.

–          ¡Haced lo que queráis!  Que por algo somos aventureros, intrépidos, audaces y españoles de la peor estofa… Bueno, por lo menos lo sois vosotros… Nada más no olvidéis primero bautizar a las nativas. Recordad que primero es el remojo: ¡Mojad, gozad, comed, que así lo manda el Rey! –sentenció el Alférez retorciéndose los bigotes.

Los férreos exploradores se lanzaron a la cargada sobre las indias. Bajaron por la “Segunda del Cerro”, torcieron por el “Callejón del Tecolote” y desembocaron por la “Ojinaga” rumbo al río… Tras un ligero correteo las alcanzaron y lo demás fueron unos gritos al principio, luego unas picarescas risitas y después un chirriar de armaduras y un resopladero pasional… Don Juan Rangel de Biesma se abstuvo del festín carnal, alegando que le dolía la cabeza. Si bien en su fuero interno pensaba, con mucho conocimiento de causa, que: “Aquestos animales no saben donde se meten. ¡Estas indias son el vivo demonio!  Si es que llegamos a descubrir alguna veta, estas malditas prietas se van a quedar con todo a punta de pensiones y desangrantes manutenciones para el producto de su cachondez”.

Cuando regresaron los bizarros y audaces aventureros, con una sonrisa de oreja a oreja, aunque algo lánguidos y desguanzados, y una india bajo el brazo, el de Biesma les ordenó encender una fogata para no pasar la noche con fríos, pues acababa de sonar el silbato de las diez y era menester recogerse (¿más?), inaugurando la ancestral costumbre parralense… Los españoles, con su respectiva aborigen, rodearon la lumbrada en lo alto de la abrupta serranía y se dispusieron a entregarse a los brazos de Morfeo.

Serían las once y media de la noche cuando Don Juan Rangel de Biesma, avisó al vigía que iba a desalojar las aguas menores… Cuando regresó le dio un patadón al vigilante y le ordenó que despertara al campamento. Traía los ojos abiertos como platos, el pelo desgreñado y la faz descompuesta.

–          ¡Despertad a estos haraganes e informadles que somos ricos! –bramó el Alférez Real brincando como cabra purgada.

–          ¿A caso han pagado la quincena? –preguntó el vigía sobándose la baja espalda que fue donde recibió la coz de Don Juan Rangel

–          ¿Cuál quincena, bellaco? –repuso don Juan- Recordad que el virreinato paga por semana. ¡Pero eso no importa! Ya no nos va a interesar cada cuando nos paguen, porque de ahora en adelante nosotros nos pagaremos solos.

–          ¿Existirá la posibilidá de que se nos otorgue una senaduría plurinominal por el PAN? –suspiró Galeano que era ultraderechista y flojonazo (aunque parezca redundancia).

–          ¡No, don Diego, qué más quisiéramos! –mugió el de Biesma- ¡Albricias señores!… Que me ha sucedido que al ir a desalojar el riñón, he visto un enorme alacrán color guinda, creo que les mientan vinagrones, que apestaba a rayos. Y al querer matarlo he tomado aquesta piedra de la vera del camino.

Don Juan Rangel de Biesma aproximó el enorme pedrusco negro a la luz de la fogata. Los ahí reunidos rodearon al Alférez. La enorme roca negra lanzaba destellos argentinos peor que una discoteca…

–          ¡Eso es plata! –gritó uno.

–          ¡Sí! ¡Es plata! –agregó un segundo

–          ¡Dejen dormir! –protestó un tercero

–          ¡¡¡Somos ricos!!! –coreó el grupo de exploradores.

Acto seguido, los férreos, valientes, audaces e intrépidos conquistadores, se tomaron de la mano y se pusieron a cantar alrededor de la fogata aquello de: “Doña Blanca está cubierta de pilares de oro y plata…”

Sí, el descubrimiento estaba realizado…

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