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¿Quién dice que los mexicanos no leemos?…por Luis Villegas

¿QUIÉN DICE QUE LOS MEXICANOS NO LEEMOS? (1ª de II partes).

 

1.- El fin de semana me halló en el teatro, enfermo, derrumbado en un sillón de la casa donde vivo y sumido en una fría cólera (como la de Aquiles luego que lo dejaron sin su Briseida). Todo guarda estrecha relación con el título de estas líneas. Veamos.

 

2.- Decir que soy optimista es pecar de idem. Mi talante es más bien serio tirando a fúnebre; no obstante, el sábado vaya a saberse el porqué, me levanté de un humor excelente y decidí que ese día, ahora sí, haría el recorrido que por múltiples razones había evitado desde meses atrás.

 

3.- No lo hubiera hecho. De las puertas del Metropolitan a La Merced; de La Merced a las orillas de Tepito -que sensatamente rodee y en el proceso me perdí-; de ahí a la Lagunilla; de la Lagunilla a Garibaldi; de Garibaldi al Zócalo; del Zócalo a Donceles; de Donceles a Bolívar y 5 de Mayo; y de ahí al complejo Telmex.

 

4.- Esa caminata que más pareció manda, se explica de la siguiente manera: Empecinado a encontrar los números atrasados de Speak Up (la revista para aprender inglés), di con una especie de bodega, situada a unos pasos del teatro Metropolitan, donde venden ejemplares atrasados de revistas de todo tipo. Ahí compré 6 números (todo lo que había en existencia) y conseguí las señas de un local en La Merced donde, supuestamente, habría de conseguir más.

 

5.- Para allá fui. Lo primero de lo que me di cuenta al salir del Metro, es que la crisis es global pues nos golpea a todos sin discriminación alguna; los famosos tacos de a peso ya subieron y ahora le ofrecen 8 taquitos a 10. El perro ya no chillaba. Como pude, me abrí paso y siguiendo las señas que me dieron me fui por Anillo de Circunvalación rumbo al norte. Sería el sol inclemente, la falta de agua, el calor sofocante o los estragos de esa primera fatiga (vendrían otras), lo cierto es que me introduje de cabeza en un mundo kafkiano; como Alicia, caí en un túnel demasiado largo o, simplemente, como Cornelio Reya, “me caí de la nube en que andaba”, pues a partir de ahí es que empezaron a ocurrir cosas insólitas.

 

6.- La primera de ellas, juzgue usted si no es como si estuviera yo operado del cerebro, fue detenerme a preguntar a un policía si nos sabía de un lugar, una especie de bodega, donde vendían revistas, etc. ¡A un policía! ¡Cómo si no supiera yo que todos los policías de este país están ciegos! Y para colmo, como si de todos los policías ciegos del Mundo, no fueran los de La Merced los más ciegos de todos; si incluso los contratan para ir a dar pláticas al extranjero: “Cómo no ver la propia sombra un día de sol cualquiera”, “A las 12, a las 3, a las 6, su espalda como pantalla en caso de robo o accidente”, “Cómo no ver sin cerrar los ojos”, etc. No me defraudó: Claro que no sabía.

 

7.- Avancé unos metros, una viejita de edad indefinida, con rebozo de bolitas, que atendía un puesto de revistas y en ese momento departía animadamente con otra señora, llamó mi atención. “Con toda la vida aquí, ella puede saber”, me dije y fui a preguntar: “Oiga, ¿usted sabe…?”, “¿Qué? ¿Qué quiere?”, -me respondió la susodicha-. “Esteee, andaba yo buscando”; “¿Andaba? ¿O anda?” (La aclaración que más aborrezco en el Mundo). “Ejem. Ando. Ando buscando una especie de bodega, donde venden revistas…”, “Aquí tengo revistas ¿No ve?”. “Estee, sí, pero yo ando buscando oootras revistas…”. “¿De monas? ¿De monas encueradas?”. “¡No! No, de ésas no”; ahí estábamos. Yo, cuya seguridad en sí mismo, dicen, raya en la arrogancia, titubeando frente a esa reencarnación de Torquemada en chiquito, versión femenina. “Mire: -se compadeció de mí, y en ese preciso instante vendrían estas palabras memorables que nunca olvidaré- No sé qué quiere ni qué anda buscando, pero sígale derecho”. ¡Maravilloso! No tenía ni la menor idea de lo que yo quería, pero tenía una respuesta firme como la roca: “Sígale derecho”. En esos momentos me odié con toda el alma, pues a tan peregrina sugerencia sólo atiné a responder: “¿De éste o de cuál lado de la banqueta?”. Ni siquiera se dignó responderme, con un gesto seco de su dedo sarmentoso, me indicó el lado de la acera donde estábamos.

 

8.- Seguí caminado. La sabiduría popular estaba en lo correcto pero no era exacta. Ahí estaban, del otro lado de la avenida, una hilera de establecimientos que vendían ejemplares atrasados de revistas de todo tipo. Crucé la calle a toda prisa, ya para entonces medía como tres centímetros menos y la ropa me colgaba como la piel de un elefante puesto a dieta. Llegué al frescor del primer establecimiento y pregunté: “¿Tienen la revista Spic ap?”, mi corazón latía de emoción: “Esteee, no. Tenemos unas de carros, están por allá”; respondió la dependienta. Me dieron ganas de exclamar: “Le vendo un marrano”; claro que se lo podía tomar a mal y mejor pregunté: “¿De carros? Yo busco la revista Spic ap”. “Pos por eso; allí vienen carros, trocas, de todo”. “No, no, no, no busco una revista de pic aps, sino ‘spic ap’, una revista para aprender inglés”. “Aaahh, no, pos de ésas no tenemos”. Ahí empezó mi peregrinaje, por no decir que mi Calvario. Con ligeras variantes la plática se repitió toda la cuadra. En tanto, periódicamente salía a freírme bajo la inclemencia del sol -en un momento dado parecía yo luz de bengala, del sudor y la grasa chisporroteando- o a tiritar bajo los efectos del aire acondicionado en cada local.

 

9.- En ese momento caí en la cuenta de que en México sí se lee. Y mucho. Frente a mis ojos, como cadáveres en la plancha, yacía la evidencia irrefutable: México cuenta con ávidos lectores de variada condición. Desde indudables amas de casa, hasta curtidos jornaleros y empleados de la construcción, pasando por niños, niñas, jóvenes quinceañeras y personas en la tercera y hasta en la cuarta edad.

 

10.- Ahí, en esos galerones oscuros y fríos o diminutos y llenos de luz, observé un desfile de personas que preguntaba por su revista favorita. Vi, yo lo vi, a un señor chaparrito y bigotón que, sin pudor alguno, casi con lágrimas en los ojos, clamaba por los números atrasados de su “El Libro Sentimental” y con manos temblorosas buscaba entre la pila de revistas. Otros, se afanaban tras las páginas del “El Libro Semanal”, “El Libro Vaquero”, “La Novela Policíaca”, “Frontera Violenta” o, menos, “Joyas de la Literatura”. Sin contar la cantidad de títulos, de distintas casas editoriales, cuyos contenidos transitan del tímido rosa al púrpura encendido y reposaban en los anaqueles a la espera de ser abiertos.

 

11.- Se dice que al día de hoy, cada semana, “El Libro Vaquero” edita 600 mil ejemplares. Es decir: Una sola de estas revistas edita en promedio casi 2 millones de unidades al mes. Si usted se da una vuelta por cualquier puesto de periódicos, observará no uno ni dos o tres títulos, literalmente, una veintena de nombres le saltarán a la cara. Hay no menos de 30 revistas de historietas que titubean entre el “porno soft” y la pornografía, tales como: “¡Así soy y qué!”, “Las Chambeadoras” o “Encuentros prohibidos”.

 

Continuará…

Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com, luvimo66_@hotmail.com, luvimo662003@yahoo.com

One Response to ¿Quién dice que los mexicanos no leemos?…por Luis Villegas

  1. Nerida Martínez calva

    July 11, 2018 at 12:57 pm

    Dónde encontró la revista speak up de números atrasados enMexico, por favor facilíteme la dirección.

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