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Me voy p’al pueblo. Hoy es mi día…por Luis Villegas

Es increíble cómo la vida de uno puede acomodarse en cajas. Unas más importantes que otras; unas absolutamente indispensables, otras perfectamente prescindibles. La mía cabe, acabo de caer en la cuenta, exactamente en 7 cajas, tres maletas, dos portatrajes y dos maletines. Eso me permitió vivir en México, siendo yo, casi un año y medio. Escribí “siendo yo” porque, en efecto, hay muchos modos de ser y de vivir, no todos necesariamente acordes con quién realmente somos o anhelamos ser. Usted me ve a mí, en la playa, por ejemplo, de short y guaraches, y sin trámites juraría que me acabo de bajar de una lancha de polleros; o séase, para ser yo -yo, yo, yo-, necesito el traje, la corbata, los zapatos boleados, la computadora y un libro (el celular no es un artefacto al que le deba tanto). Quíteme la laptop, el libro y el atuendo ¿y qué queda? Mi otro yo; ése que, si trae usted unas copas de más y anda de farra en alguna costa mexicana, con soltura le puede pedir que le traiga “un coctel de jaiba, cuña’o” o que le baile la panza.

 Lo de los libros que compré la semana antepasada se explica precisamente porque me estaba preparando para este viaje de regreso a Chihuahua. Veintitantas horas en autobús -los pasajes de avión con ese equipaje son prohibitivos- son la oportunidad y la excusa perfectas.

 Desde el mes pasado presenté mi renuncia a la Secretaría Técnica de la Comisión de Gobernación de la Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión de la LXI Legislatura y se oficializó hace poco; me imagino que no hay vuelta atrás y que esta vez la despedida de la Ciudad de los Palacios es definitiva. Me imagino también que habré de regresar un buen número de veces pero será con pequeño equipaje, 2 o 3 cambios de ropa y nada más. Las razones para ello, para la renuncia, personalísimas como son, pueden no obstante compartirse y las comparto: No regreso a mi tierra, en realidad, ése no es el quid del asunto, regreso a mi hogar. Creo que me cansé de caminar, de ese infatigable ir de aquí para allá, de esa ausencia larga de la que no se ven las orillas. Un día, me aterró la idea de que podía regresar y encontrar a Adriana siendo una compañera de vida apenas vislumbrada o ajena en todo, a María de 20 o 22 años, la infancia de Adolfo perdida sin remedio y a Luisa -que ya habla muy clarito para lo que le conviene, como pedir papitas-, inasible, instalada en definitiva en la preadolescencia.

 Renuncié, pues, porque ya me cansé de todo eso; de ese trajinar sin sentido (al menos para mí), que es la política partidista; de defender lo indefendible o abogar por lo inútil o irremediable; de hacerme de la vista gorda; de esa intermitencia de estar y no; de no pertenecer a sitio alguno porque la auténtica patria -el terruño, los seres que amas-, se hallan a mil y tantos kilómetros. No generalizo, en lo absoluto, abrir las alas y volar está bien -está muy bien, de hecho-… a cierta edad; yo voy a cumplir 45 años y deseo regresar a mi casa, a lo que estimo realmente importante -y que no cabe en ningún baúl-. Allá los otros.

 Sin embargo, no puedo hacerlo sin expresar lo siguiente: Se quedan en el Distrito Federal y en otros lares un montón de personas a quienes llegué a apreciar en esta estancia de año y medio; por temor a omitir un nombre nos los menciono a todos; baste decir que en el seno de la Comisión y de la propia Cámara, en la Presidencia de la República, en Gobernación, en el PAN, en Oaxaca, en la Suprema Corte de Justicia, en el IFE, dejé algunos nuevos y viejos amigos; gracias a todos porque hicieron posible mi labor allá. Todo habría sido más complicado, negro, triste, confuso, sin su aliento, sin su consideración, sin su aprecio, sin su apoyo. No obstante, ese anonimato lo voy a obviar en dos casos; el primero, el de mis caseros, doña Esther y don Bernardo, que me acogieron en su vivienda con una generosidad sin límites. Gracias a los dos por su gentileza, pero sobre todo, por abrirme las puertas de su hogar -porque verdaderamente lo es- y que, lo siento, no lo puedo evitar, me recuerda la famosa frase de “Pompín” Iglesias, en la serie “Mi Secretaria”: “¡Qué bonita familia! ¡Queee bonita familia!”.

 El otro caso es el del Diputado Javier Corral; fue a invitación suya que acepté esa responsabilidad. Debo decirlo, hasta antes del 2006 yo creía conocer a Javier; lo conocía de nombre y apellidos y algunos rasgos de su biografía; sin embargo, fue a partir de su denodada lucha, al lado de otros valientes legisladores para rescatar una parte del patrimonio nacional, como es el espectro radioeléctrico, de la voracidad de los consorcios televisivos, que caí en la cuenta de su integridad y valentía inquebrantables. Antes de eso, era una sombra, después de eso fue en mi ánimo el Senador Javier Corral Jurado.

 En 2009 decidí buscar la diputación plurinominal dado que, como militante, me afrentaba el hecho de que el delfín de la jerarquía local fuera un pobre diablo sin mayores méritos que hacer de perro fiel de su amo -igualito en todo a otros 3 o 4 legisladores actuales que andan sueltos por ahí-. Sabía que podía perder pero no me importó, por dignidad debía participar. Luego, Javier tomó la decisión de contender y decliné a favor suyo y lo apoyé en lo que pude en su campaña; no me arrepiento. Fue la cosa más sensata e inteligente que pude hacer no sólo porque llegó a ser Diputado federal y, con ello, Presidente de la Comisión de Gobernación de la Cámara de Diputados -o porque lo llegué a conocer de cerca-; sino porque eso le brindó a México, y al PAN, la oportunidad de contar con un representante popular de primera; inteligente, íntegro y comprometido con su encomienda a veces hasta doler. Lo único que lamento de estos meses, ha sido constatar de primera mano, la mezquindad de quien rige y ha regido los destinos del PAN en los últimos años al margen de los principios que deberían tutelar la institución, pretendiendo e intentando con denuedo, postergar o mantener al margen a un hombre que ha entregado su vida a las mejores causas de ese Partido y que, hoy por hoy, es uno de los legisladores más sólidos, más confiables, más capaces y mejor preparados con que cuenta en todo el País. A través de estas líneas, le manifiesto a Javier mi admiración, mi respeto, mi aprecio y mi gratitud indeclinables.

 Para concluir, sólo me resta decir que me gustaría que mi vida dependiera de menos bártulos. Pero por hoy, son justamente: 7 cajas, tres maletas, dos portatrajes y dos maletines. La, la, la, lá; la, la; la, lá.

 Luis Villegas Montes.   luvimo6608@gmail.com

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